Jesús, enséñame a amar

Por la señal de la santa cruz de nuestros enemigos libran a Señor, Dios nuestro, en el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo. Señor mío y Dios mío, creo firmemente que estás aquí, que me ves, que me oyes. Te adoro con profunda reverencia. Te pido perdón de mis pecados y gracia para hacer con fruto este rato de oración. Madre mía inmaculada, San José mi Padre y Señor, ángel de mi guarda, intercede por mí.

Uno de los motivos de la encarnación de nuestro Señor Jesucristo es, lo sabemos bien, redimirnos, salvarnos del pecado. Pero otro de los motivos que dice el catecismo de la iglesia es, Jesús se hizo hombre para enseñarnos a vivir, para ser modelo de vida. Verdaderamente tú Señor nos enseñas a vivir porque nos enseñas a amar, de un modo que jamás se nos habría ocurrido a nosotros.

Porque con el pecado, con el pecado original y con los nuestros propios, hemos perdido tanta inocencia, tenemos tanto miedo a que nos hagan daño, que confiamos poco en la fuerza del amor, que es en realidad lo único capaz de provocar un estallido de bien en el mundo, de cambiar las cosas a mejor, de hacer milagros. Pero repito, Señor nos cuesta abrir las manos y en cuanto vemos un movimiento extraño las cerramos y las convertimos en puños.

Y lo mismo la lengua, está hecha para alabar a Dios, para alabar a los demás, confortar a los demás, comunicarnos con los demás, pero se endurece y se convierte en algo tan agresivo como un cuchillo.

Es algo paradójico, un ser como el hombre que está hecho para amar y ser amado y sin embargo que es capaz de tanta violencia, de tanto egoísmo, de tanta desconfianza. La confianza es la base del amor.

Por otra parte, la experiencia del mal humano, de la mentira, de la maldad, del odio presentes en el mundo, no es algo que podemos pasar por alto alegremente y es lógico que nosotros queramos protegernos y proteger a los nuestros de todo esto, pero el camino no es dejar de amar sino amar con verdad, amar respetando la verdad y la justicia, o sea corregir porque queremos el bien del otro, poner freno a sus abusos como un modo de ayudarles a enmendarse, a no convertirse en algo terrible, pero amar, amar al otro, querer el bien del otro.

Pensaba Señor que estas consideraciones que me venían a la cabeza, al menos a mí, me sirven para ayudar a calibrar bien tus palabras en el Evangelio de hoy, que son unas palabras fortísimas. Dice así, en aquel tiempo dijo Jesús a sus discípulos, a vosotros los que me escucháis, o sea Señor que te dirigías a los que te estaban escuchando, como te diriges ahora a mí y a ti que me escuchas a mí, que estamos haciendo un rato de oración para escuchar al Señor, son palabras dichas para nosotros. A vosotros los que me escucháis, mis discípulos, parece decir el Señor, los cristianos, os digo, amad a vuestros enemigos, haced el bien a los que os odian, bendecid a los que os maldicen, orad por los que os calumbian, o sea, devolved mal por bien, qué cosa tan difícil Señor.

Nosotros estamos tan acostumbrados a la reciprocidad, al intercambio, al quid pro quo, al yo te doy esto y tú me das aquello, yo te trato bien porque tú me has tratado bien, cuento contigo porque cuentas conmigo. Hay algo lógico y bueno en esta actitud, por ejemplo, puede mostrar agradecimiento cuando es una respuesta por nuestra parte a algo bueno que nos han hecho, y es algo bueno ser agradecidos y devolver pues el favor que nos han hecho, pero cuando hacemos algo de partida con un interés de ser correspondidos, con vistas a un beneficio futuro, ahí Señor, está fallando algo que hace ese don, esa ofrenda mía, pues menos pura.