Kennedy mujeriego

John Fitzgerald Kennedy, el carismático 35º presidente de los Estados Unidos, es recordado por infinidad de cosas. Por haber ganado las elecciones contra pronóstico y por la mínima, por haber presidido el país durante episodios críticos de la Guerra Fría, como la crisis de los misiles, por las reformas que puso en marcha, por su empeño en enviar un hombre a la superficie de la luna, y sobre todo por su trágica muerte el 22 de noviembre de 1963 en la ciudad de Dallas.

Lo que ya no es tan conocida es su vida personal, más allá de las imágenes de postal y de revista con su esposa Jacqueline. El hecho es que Kennedy, admirado y recordado por tantas cosas, fue un mujeriego sin remedio, y no ya antes de contraer matrimonio, sino durante los años en los que estuvo casado. Mantuvo relaciones extramatrimoniales con todo tipo de mujeres, con figuras públicas, actrices, con trabajadoras de la Casa Blanca, e incluso con posibles espías. Esto es algo que contrasta con la imagen pública de marido devoto e impecable padre de familia.

Kennedy siempre fue un rompecorazones, esa es la verdad. Nació en 1917 en el seno de una prominente familia de origen irlandés de Nueva Inglaterra, los Kennedy. Creció en un entorno privilegiado, su familia tenía muchísimo dinero y gracias a ello pudo estudiar en la Universidad de Harvard. Desde joven mostró una personalidad magnética, combinada con cierto apetito por la aventura y el riesgo. Su salud era frágil, estuvo marcada toda la vida por la enfermedad de Addison que le traía dolores crónicos en la espalda. No mermó eso en absoluto sus energías, ni frenó tampoco su interés en el sexo opuesto.

Antes de su matrimonio con Jacqueline Bouvier en 1953, Kennedy ya tenía una bien consolidada reputación de don Juan. Su experiencia en la marina durante la Segunda Guerra Mundial, donde capitaneó una lancha torpedera y sobrevivió incluso a un naufragio, no hizo más que incrementar su aura de aventurero audaz y amigo de asumir riesgos. Fue su matrimonio a los 36 años con Jackie, una neoyorquina de clase alta, elegante y sofisticada, lo que popularizó su imagen como el esposo ideal de la clase alta estadounidense.

Pero Kennedy estaba lejos de ser el marido ideal. Durante los diez años que permanecieron casados, fue coleccionando a las amantes, incluso cuando ya había ganado las elecciones presidenciales y residían juntos en la Casa Blanca. Kennedy no era un cualquiera. Su padre era una persona poderosa, había sido embajador en Londres, embajador a los Estados Unidos en Londres, y no pasaba desapercibido.

Ni él, ni sus hijos. Una de las novias que tuvo Kennedy cuando era jovencito fue Inga Arbad, una periodista danesa a la que conoció en 1941 mientras trabajaba en Washington. Arbad era una mujer de belleza exótica y buenas conexiones internacionales, y eso atrajo la atención de Kennedy, entonces un joven oficial de la Armada. Su relación, aunque breve, fue intensa y vino marcada por la polémica. El FBI, dirigido con mano de hierro por Edgar Hoover, sospechaba que Arbad podría ser una espía nazi debido a sus contactos con figuras de la élite europea.

Hoover ordenó la vigilancia de la pareja y que se grabasen sus encuentros, lo que reveló que la relación era muy apasionada, lo cual tampoco es extraño porque tanto el uno como la otra eran jóvenes. Aunque no se encontraron pruebas de espionaje, la aventura terminó cuando las presiones externas y las ambiciones políticas de Kennedy se volvieron incompatibles con esa relación.

Este episodio mostró el patrón que definiría muchas de las aventuras de Kennedy. Una atracción por las mujeres atractivas y peligrosas combinada con una aparente indiferencia hacia las consecuencias que ello podría acarrear. Cuando entró en política, en 1947, primero como congresista y luego como senador, su agitada vida amorosa no se detuvo. Su ascenso en el Partido Demócrata coincidió con un aumento en su visibilidad pública, lo que le convirtió en un imán para las mujeres.

En los años previos a su presidencia, se rumoreaba que había tenido encuentros con actrices famosas en época como Jean Tierney o Angie Dickinson, aunque los detalles de estas relaciones son escasos y de ellos solo se conocen anécdotas inconexas. Mucho mejor documentada está su relación con Marilyn Monroe, la icónica estrella de Hollywood cuya relación con Kennedy ha sido objetiva para