"La Reflexión: Cuando la vida se detiene, el alma aprende a mirar" La Última Estación #4

Expreso de medianoche, porque nos une el misterio. La última estación, José Paredes.

Yo sé perfectamente que la vida se detiene sin pedir permiso.

Y no hace falta un gran estruendo. Basta una simple palabra, una palabra dicha en una sala blanca, bajo la luz fría de un hospital. Quizás una llamada inesperada, un ya no está, una ausencia que se instala en la piel sin preguntar si puede quedarse. Esta noche quiero hablarte a ti, sí, a ti que me estás escuchando, a ti que estás pasando por un diagnóstico, una pérdida, un cambio que no elegiste, a ti que te levantas cada día con una mezcla de esperanza y cansancio y que, aunque nadie lo vea, sé perfectamente que estás librando una batalla en silencio. Porque sí, todos sabemos que hay guerras que no hacen ruido y hay héroes que nunca salen en las noticias, pero que no salgan no quiere decir que no existan.

Dicen que el tiempo lo cura todo, pero hay heridas que no quieren curarse, porque en el fondo son la prueba de que amamos de verdad. El tiempo no borra, sólo enseña a respirar distinto, a encontrar sentido en los pequeños gestos, en la voz que ya no suena pero aún resuena en la memoria, en la mirada que ya no está pero aún ilumina los días grises. Y es que cuando perdemos a alguien no lo perdemos del todo, sólo cambia el modo en que lo encontramos, ya no en presencia sino en los detalles, en una canción, en una palabra, en el viento que sopla justo cuando pensamos en esa persona, ¿verdad? Eso, eso también es amor. Y el amor, aunque se disfrace de ausencia, nunca muere.

He conocido a personas que tras un diagnóstico se derrumban en silencio, no por debilidad, sino porque el miedo es humano, porque nadie nos enseña qué hacer cuando la vida cambia de golpe. Cuando el cuerpo se convierte en territorio incierto y el alma se pregunta si podrá seguir adelante. Pero también he visto miradas que después del miedo brillan distinto, como si el dolor, el lugar de romper, hubiera revelado lo esencial, como es la importancia de un abrazo, el valor de una risa, el milagro de un nuevo amanecer. Hay quienes creen que la enfermedad sólo nos quita, pero a veces también enseña, nos enseña a vivir de otra manera, a detenernos, a mirar lo que antes dábamos por hecho, a amar con más conciencia, con mucha más verdad.

Y esta noche, si estás escuchando esto desde una cama de hospital, desde el sofá donde pasas tus días entre medicinas y silencios, quiero que sepas que no estás solo, ni sola. Hay una legión de almas anónimas que te acompañan. Aunque ahora no las veas, aunque creas que nadie te entiende, hay un hilo invisible que une a todos los que alguna vez sintieron miedo, a todos los que han llorado a escondidas, a todos los que han perdido a alguien y siguen caminando. Ese hilo se llama compasión y cuando la vida se nos rompe es la compasión la que nos vuelve a coser. Porque a veces pensamos que la fortaleza está en no llorar, en mostrarnos enteros, pero no. La verdadera fortaleza está en permitirnos sentir.