Larga Distancia #00: Guerra, paz y periodismo

Arranca Larga Distancia, un podcast de Revista 5W.

Decía el filósofo alemán Walter Benjamin que los coleccionistas tienen una relación con los objetos que va más allá de su valor funcional o práctico. Los coleccionistas se extasian con los recuerdos que les generan. Te cuento todo esto porque conmigo tengo una máquina de escribir de la marca Olivetti, modelo Lettera 32, y un ejemplar del libro Amares de Eduardo Galeano, que han traído nuestros invitados de hoy John Lee Anderson y Patricia Simón. Empezamos contigo John, ¿cuál de los dos objetos es tuyo y qué significa para ti? La máquina de escribir.

Esto vino a ser como mi objeto de deseo a partir de los 11-12 años. Mi madre era escritora de libros para chicos, para niños, y en un verano en Vermont fuimos con la poetisa Maxine Kuhlman, que era una famosa poeta norteamericana de la época, buscando hongos en el bosque. O sea, me interesaban muy poco los hongos, pero llevamos canastas y ella me prestó atención. Esta mujer tenía una veneración para los escritores. Mi madre me tendía a presentarlos. Tenía la suerte de conocer a varios de nombre y siempre me parecían como superhéroes.

Y ella había leído algo de su poesía y ella me prestó mucha atención y me hablaba, me hablaba. Mientras buscábamos en el bosque me decía que tú quieres ser escritor, John. Le digo sí, sí quiero. Y escribe ya. Me dice sí, hago historias, no sé qué. Llevo un diario, no sé qué. Me dijo mira qué interesante y sabes escribir a máquina. No, no sé. Pero me dice mira, yo te recomiendo que cuando puedes, cómprate una Olivetti Letra 32. Cuando puedes, porque son muy buenos, son portátiles. Yo llevo el mío por todos lados.

Yo escribo sobre una Olivetti Letra 32. Entonces, a partir de ahí, creo que tenía como 11, 12 años hasta los 20, en que tuve los 134 dólares que costaban en ese momento una Olivetti Letra 32, añoraba tenerlo. Hasta entonces yo llevaba prestado máquinas de escribir de o mi madre o donde sea, o escribía a mano, escribía en diario. Pero de alguna forma u otro, yo sentí en mi evolución como escritor adolescente que se iba a cuajar mi carrera teniendo esa máquina. Esa máquina me iba de alguna forma u otro solventar la inspiración, el camino, todo.

Y me acuerdo que finalmente logré comprarlo en una tienda de esas del Manhattan, donde vendían cámaras y no sé qué, no sé cuánto. Es justo la época en que probablemente las máquinas de escribir empiezan a desaparecer. Ya las secretarias utilizaban las electrónicas, pero bueno, para un corpón sal, no sé qué, había que tener algo portátil y a partir de ahí me lo llevaba. Fue conmigo a mis primeros andances en lugares como El Salvador y Nicaragua y yo me encantaba esta cosa de tener el papel y ver la letra aparecer.

Era una sensación casi mágica, porque uno está pensándolo y de ahí aparece. Y luego me costó mucho con los computadores volver a sentir lo mismo. Ya se me pasó. Pero esa sensación de los primeros años en crear palabras, al principio era poesías, cuentos cortos, algunas cosas así. Era una sensación casi mágica. En resumen, está todo ahí. Está mi madre, que era la influencia mía en lo que es el culto a los libros, de querer ser escritor, de pensar de la creatividad como mi norte de alguna forma u otra.

Esa mujer, esa poeta que sólo conocí aquella vez, que tuvo la bondad y la percepción de intentar inspirarme y lo logró. Y quedó en un objeto, imagínate. Así que sí, es una cosa especial.

Esa máquina es historia casi del periodismo reciente, ahora hablaremos de ello. Patricia, ¿por qué has elegido tú ese libro de Eduardo Galeano? Pues porque fue el momento en el que descubrí qué tipo de periodismo quería hacer. Fue en el primer año de carrera con cantautores y sobre todo con escritores.