
Lunes 10 de febrero - Marcos 6, 53‐56. Los que lo tocaban se curaban.

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Meditación del día 10 de febrero de 2025 Palabra de Vida
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Los que lo tocaban, se curaban.
Que lindo es ver como la fe sencilla, la fe de la gente del pueblo que estaba con Jesús,
hacía cosas que aparentemente podían parecer como supersticiosas.
No, tocarle nada más que tocarle y se curaban, porque lo que provocaba la sanación no era
tanto el acto de tocar, cuanto ese convencimiento interior de que el poder de Dios estaba ahí
y con cualquier cosa, por mínima, que fuera de desearte aproximarse a Dios, era suficiente
para obrarse el milagro.
A veces nosotros pensamos que la fe del pueblo, la fe de la gente sencilla, la fe de nuestros
padres, de nuestros abuelos, que sacas una imagen de la Virgen o haces una procesión
con un santo, todo eso, como que lo miramos, podríamos mirarlo como displicentemente,
y estamos muy equivocados.
La fe de la gente sencilla, la fe de que a lo mejor para ellos la romería de su pueblo
es lo más bonito, lo más grande y lo más importante, esa es la fe que salva al mundo,
esa es la fe que hace que Cristo esté en los corazones y que Cristo reine en la sociedad
y que reine en las familias.
Qué importante es en este sentido que nosotros también sepamos ser sencillos en nuestra fe.
Es verdad que hay que tener formación, es verdad que tenemos que cada día saber más
cosas, pero por otro lado, tener una fe como de niños pequeños, porque si al final queremos
que esté todo iluminado por el racionalismo y por la intelectualidad y por muchas explicaciones,
siempre habrá alguien que tendrá muchos más argumentos que tú para rebatirte, desde el
punto de vista intelectual, tus posturas, y al final nosotros no creemos por lo convencidos
intelectualmente que estamos, creemos por amor, por el convencimiento de que somos amados,
por el convencimiento de que Dios tiene que ser necesariamente bueno y que cuando nos
acercamos a él tienen que pasar cosas buenas sin ninguna argumentación más.
Y repito, es importante estar bien formado, claro, pero a la vez que esa formación no
complique nuestra fe.
Cuando a veces a mí me dicen, padre, yo no entiendo o yo no comprendo cómo Dios puede
permitir, cómo Dios hace qué, y yo contesto lo mismo, yo tampoco lo comprendo, ni pretendo
comprenderlo, porque creer no es comprender ni es entender, creer es aceptar con sencillez,
sabiendo que somos pequeños, que nuestra capacidad intelectual es muy mínima, la que
tenemos, y que por tanto hay tantos datos que no cabrían en nuestra cabeza, hay tantas
cosas que no somos capaces todavía de saber, y claro, pretender pedirle a Dios explicaciones
o pretender que yo entienda un plan de la providencia doloroso y misterioso, es por desgracia
trágico y cómico.
Por tanto, no perdamos la fe de los sencillos, no perdamos la fe de los pequeños, de esa
gente que se acercaba a Jesús y solo con tocar el manto quedaban curados, ¿por qué?
Porque tenían una fe profunda, sólida, sincera, a lo mejor no tan racionalizada o explicada,
pero desde el centro del corazón, y esa es la fe que tenemos que pedir cada día a Dios.