Lunes 15 de septiembre – Lucas 2, 33-35. A ti una espada te atravesará el alma.

A ti una espada te atravesará el alma. Ayer celebrábamos la exaltación de la santa cruz y hoy celebramos la virgen de los dolores. Qué curioso que la criatura más feliz que ha existido en la historia de la humanidad, la criatura más bella, la más perfecta, la más feliz, repito, es la que más ha sufrido. Nadie podrá entender la cantidad de dolor que atravesó el corazón de la virgen cuando vio a su hijo crucificado. Ella ya sabía en el momento de la enunciación que si iba a ser la madre del mesías, el mesías había venido para padecer.

María estaba llena del espíritu santo y por eso cuando María leía la biblia y leía las profecías del siervo de Dios, sabía que ese siervo de Dios para salvar a su pueblo tenía que ser despreciado, triturado, condenado, ajusticiado. Ella dijo sí. Pero qué impresionante fue el dolor de la virgen cuando vio que su hijo era atravesado por todos los dolores de la humanidad, cuando vio que en el corazón de su hijo estaban todas las cruces de todos los hombres y que ella no podía hacer nada más que acompañarle y de algún modo compartir ese dolor.

Y por eso nosotros hoy agradecemos a la virgen el no haber huido, el haber estado al pie de la cruz, el no haber querido dar la espalda a ese océano de dolor que supuso la redención de Cristo y hacerse solidaria con ese dolor. Nosotros también ante el sufrimiento podemos tener dos actitudes, huir, evitarlo, salir corriendo, como hicieron todos los apóstoles, sólo María y con María porque estaba María, San Juan y algunas mujeres fueron fieles y permanecieron al pie de la cruz. Los amigos verdaderos son los que están contigo cuando estás mal, los que te quieren de verdad, que generalmente suele ser la familia, cuando estás en un hospital, cuando te falta lo necesario, son los que están ahí sin juzgarte.

Es que hay que saber estar al pie de la cruz para saber amar. Es más, el amor sólo se autentifica cuando tú eres capaz de estar amando a alguien crucificado o cuando tú estás crucificado y alguien te está amando sin juzgarte, sin ponerte condiciones y ahí es donde se acrisola el amor, ahí es donde se purifica el amor, cuando en la cruz tú sabes estar y no huyes o cuando en tu cruz alguien que te quiere sabe estar sin huir y eso es lo que celebramos hoy de algún modo, esa gran enseñanza de la virgen que ante la cruz de su hijo entendiendo todo lo que pasaba permanece fiel.

María se podría haber roto, se podría haber desmayado, podría haber dicho qué horror llevarme a otro sitio, pero ella está ahí mirando a los ojos de su hijo y diciéndole soy tu madre, estoy contigo, soy tu madre, como te quiero incondicionalmente pues no te voy a dejar y eso mismo que he hecho contigo lo voy a hacer con aquellos que tú has nombrado mis hijos y por eso María no solamente acompaña a Cristo sino acompaña a cualquier discípulo de Jesús en su momento de dolor.