

Description of Mamá y los gaditanos
Un viaje en autobús que mamá nunca olvidará.
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Hoy presentamos, ¿Mamá y los gaditanos? Me llamo Carlos, tengo 18 años y vivo con mis padres en una localidad de Valencia.
Mi padre Emilio trabaja como electricista y es un hombre de 41 años, algo bajito y muy fornido, de carácter amable y honesto. Mi madre siempre dice que una de las cosas que más la enamoró de papá es que parecía el peluche cascarrabias más mono del mundo, descripción que a mí personalmente me da escalofríos. Por su parte, mi madre Mireya, de peluche tiene poco. Más bien es una muñequita. Una muñequita de pelo moreno muy liso y largo y con algo de flequillo que resalta esos ojos azules que adornan su rostro junto a unos labios finos y elegantes.
Algunos dicen que tiene un aire a Jennifer Connelly, pero con un claro toque más mediterráneo. A sus 39 años tiene un cuerpazo que sigue sacando la mala leche del cascarrabias de mi padre cuando ve a otros hombres clavar su mirada en ella, y es que no es para menos. Un pecho abundante que conecta con su culo pequeño pero respingón a través de una cintura estrechita, que se convierte en una crucifixión para mi padre cuando vamos a pasar el día a la playa que tenemos cerca de casa.
La historia que voy a relataros ocurrió a principios de verano, cuando a mi padre le salió a través de un amigo un trabajo en Cádiz que pagaba muy bien. La obra en sí duraba 10 días, y mi padre solo tenía que supervisar un poco por la mañana y quedaba el resto del día libre, así que se le ocurrió que fuéramos en familia, en plan vacaciones. La pega era que esta hora empezaba el jueves, y yo tenía mi último examen el viernes, así que tendría que cogerme un autobús y bajar más tarde. Eso planteaba un serio problema para mí. El mejor itinerario de autobús disponible duraba 20 horas y media, y yo encima soy de los que se marea bastante en los buses. Yo me quejé diciendo que iba a ser un suplicio, y que no me hacía mucha gracia bajar solo 20 horas en autobús y mareándome, y al final mi madre dijo que lo mejor era que primero bajase mi padre en el coche y ella me acompañaría en el viaje de autobús.
Mi madre siempre ha cuidado bien de mí, y saber que ella vendría conmigo en el autobús me alivió mucho, aunque más tarde me daría que cuenta de que tenía que mejor hubiera sido bajar yo solito, con mareos, náuseas y todo. Aún así, el itinerario del autobús me parecía criminal. Salíamos a las doce de la terminal de Valencia y a las nueve y treinta llegábamos a Granada, donde tendríamos que esperar cinco horas y media mortales para el transbordo, desde donde ya nos dirigiríamos a Cádiz, llegando a las ocho y treinta de la mañana. Al menos las últimas horas las podría hacer durmiendo, pensé. Qué equivocado estaba. Al ya mal humor que me generaba este viajecito en autobús, encima el examen del viernes no me había salido nada bien, así que el sábado estaba de un humor de perros, y mi pobre mamá tuvo que aguantar mis gruñidos todo el viaje en taxi hasta la estación de autobuses.
Hacía un día caluroso, y tanto mi madre como yo elegimos algo fresquito. Yo me puse unas bermudas y un polo, mientras mi madre se puso unos shorts vaqueros que acentuaban las redondes de sus nalgas y un tobalgo escotado tipo babydoll verde-manzana que se ceñía bajo sus generosos pechos creando un buen escote y cuyo vuelo dejaba que su cintura y abdomen se aireasen un poco. Esa combinación sencilla, pero que en mi madre quedaba muy llamativa, atraía las miradas de varios hombres al verla pasar caminando sobre sus sandalias de cuña, lo cual no contribuía a mi estado de ánimo irascible. Llegamos a la dársena correspondiente y colocamos los bultos en el maletero, tras lo cual subimos al autobús por las escaleras de atrás.
Nos sentamos en los asientos que nos encontramos de frente al subir por las escaleras, poniéndome yo en el lado de la ventana y mi madre en pasillo. El aire acondicionado no salía muy fuerte y era difícil sacudirse el calor de la calle y yo tenía la sensación de que ya me estaba mareando y eso que el autobús no había arrancado aún. Faltaba menos de un minuto para que saliese el autobús y me fijé en que no iba muy lleno. Delante nuestra había unos padres con su niño, una parejita de ancianos, un hombre de traje con pinta de aburrido y un grupito de cuatro marujas. Parecían gente tranquila y eso me agradaba ya que el bullicio no solía ayudar en mis mareos. El problema lo veía detrás nuestra. Unos minutos después de que subiéramos mamá y yo, entraron en el autobús un grupito de tres chavales de entretenimiento.




















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