Martes 13 de mayo – Juan 10, 22-30. Yo y el Padre somos uno.

Yo y el Padre somos uno. Es impresionante todas estas afirmaciones de Jesús de Nazaret identificándose con la divinidad. ¿Os imagináis que yo, que llevo tantos años con vosotros haciendo palabra de vida, que de repente un día, mira, quería deciros, por cierto, que he estado hablando mucho tiempo, pero es que, deciros que yo soy divino, que yo soy eterno, que yo soy Dios. Inmediatamente cortaríais el programa, diríais, este señor se ha vuelto loco, es un señor normal y corriente, lo hace mejor o peor, pero es un ser humano.

Y es que Jesucristo tenía la clara conciencia que, siendo verdadero ser humano, también es un ser divino. Yo y el Padre somos uno. Y, por tanto, nosotros siempre con Jesucristo hemos tenido una relación, por un lado, de cordialidad. Es el buen pastor, es el amigo, es el maestro, es el médico, es el rey incluso, pero sobre todo es Dios. Por eso, junto a esa cordialidad, junto a ese cariño, un grandísimo respeto. Nosotros cuando entramos en una iglesia y vemos un sagrario, pues adoramos, adoramos, no simplemente honramos, sino que hacemos, si podemos, una genuflexión en señal de adoración al Señor de los señores, al Dios del universo.

Por eso, nosotros siempre tendremos que equilibrar como creyentes un cariño y un respeto. Es bonito porque, a veces, cuando, por ejemplo, preparo las misas de personas que han fallecido, gente mayor, y vienen los hijos a contarme cosas de sus padres, de sus abuelos, es muy bonito ver, cuando es gente buena, cómo sus hijos hablan de sus padres con respeto, con admiración, con un inmenso cariño y como diciendo, bueno, es que cerca de ellos hemos estado o nos han dado tantas cosas que nos admiramos. Pues igual nos tiene que pasar con Jesucristo.

Nosotros no podemos permitir que Jesús sea como un dato más, una persona más de las muchas que pasan por nuestra vida, sí, que nos dicen cosas interesantes, como cualquier líder, como cualquier persona que, bueno, puede tener. No, la palabra de Jesús es muy diferente a las palabras de cualquier otro ser humano. Yo y el Padre somos uno, es decir, que lo que Jesús dice es lo mismo que dice Dios. Lo que Jesús piensa es lo mismo que piensa Dios. Esta mañana, cuando yo estaba en la Eucaristía, en la misa, y estaba dando la comunión, y ponía la comunión o en las manos de los feligreses cuando iban a comulgar o en la boca, decía, estáis recibiendo por dentro, pensaba, estáis recibiendo a un mismo que un día os va a juzgar.

Y ese es Jesús, aquel que nos va a juzgar después de nuestra vida en el tiempo y aquel que se pone en nuestras manos o en nuestro cuerpo para llenarnos de vida. Y por tanto, claro que sí, nosotros reconocemos la divinidad de Jesucristo. No es un líder más, no es un maestro más, no es un sabio más, no es un pensador más. Es el único Dios que ha existido siempre, que ha creado el cosmos, que nos ha llamado a la vida, que nos da su gracia y que humanamente hablando ha muerto por nosotros en la cruz. Es aquel que está en la Eucaristía y es aquel que se identifica con el Padre. Respeto, adoración, admiración y siempre mucho cariño.