Martes 18 de marzo – Mateo 23, 1-12. Ellos dicen, pero no hacen.

Ellos dicen, pero no hacen. Jesús con esta frase se refiere a los fariseos, a los escribas, que era gente muy religiosa, que era gente que estaba encantada de dar doctrina a todo el mundo, de decir a todo el mundo lo que tenía que hacer, cómo tenía que hacerlo, pero ellos luego, ahora la verdad, no hacían nada. Sí, lo hacían cuando les veían los temas, pero cuando se encontraban a solas, consigo mismos, prácticamente les daba igual.

Dice el refrán castellano que del dicho al hecho hay mucho trecho. Y una cosa es decir y otra cosa es hacer, una cosa es dar doctrina o predicar y otra cosa es dar trigo. Y nosotros nos tenemos que, cada día, en este tiempo de cuaresma, preguntar si queremos ser coherentes, con lo que pensamos, porque supongo que diremos las cosas que pensamos. Segundo, preguntarnos quién soy yo cuando nadie me ve, quién soy yo cuando no tengo testigos que me puedan juzgar, cuando creo que nadie sabe lo que estoy diciendo.

Cambio mucho. ¿Quién soy yo por dentro y quién soy yo por fuera? No puedo tener como dos máscaras, no puedo tener como una doble o triple vida, no puedo vivir toda mi vida interpretando un personaje bueno para que crean que soy muy bueno. Tampoco puedo ir fustigándome públicamente y contando a todo el mundo mis pecados para que piensen mal de mí. Eso también es un poco payasada.

Pero realmente el Señor lo que nos viene a decir es, por favor, quered ser coherentes.

No seáis personas que digáis dónde está el bien, pero que luego no queréis dirigiros a él. No hay cosa que más pueda molestar que alguien te diga cómo tienes que hacer, pero que él no haga nada. Eso a veces como que te enerva, ¿no? Es como si el padre que está fumando le dice al niño, niño, no fumes, y el padre fumando, pues, chico, por lo menos no fumes delante de mí, ¿no? Creo que en esto a los cristianos se nos ha reprochado muchas veces que no hemos sido coherentes, que hemos hablado del amor y del perdón y hemos sido violentos, que hemos hablado de la vida eterna y sin embargo nos comportamos aquí como si todo fuera a terminar aquí, que hemos hablado de una serie de cosas que luego es que con nuestras obras parece que no nos las creemos. Con las palabras sí, pero con los hechos. Nuestros hechos distan mucho de nuestros principios en general o de lo que decimos que tiene que ser la vida. Y por eso es un don de Dios querer ser coherente.

Es un don de Dios saber que no somos ejemplos de nada. Es un don muy grande de Dios decir, Dios mío, no me juzgues por la persona que he sido, júzgame por la persona que he deseado ser. Y comprendo que en mi vida ha habido incoherencias, ha habido negligencias, ha habido muchas cosas, pero bueno, en el fondo, señor, me hubiera gustado y lo he deseado y creo que lo he intentado un poquito ser así. En todo caso, que no nos quedemos en dar recetas a los demás, consejos vendo que para mí no tengo y que seamos lo suficientemente humildes para reconocer que sin ser ejemplo de nada tenemos que decir también las cosas por el bien de los demás.