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By Cita con Jack Saga completa de Dune (6 libros) de Frank Herbert
El Mesías de Dune, Capítulo 8 (Audiolibro)

El Mesías de Dune, Capítulo 8 (Audiolibro)

4/26/2025 · 22:25
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"El mesías de Dune" es la continuación de Dune que había sido escrita en 1964. Frank Herbert continua la historia de Paul-Muad'Dib, el joven heredero al Ducado de la Casa Atreides.

Han pasado doce años, gracias a su victoria en la Batalla de Arrakeen ha tomado el control del Imperio del millón de Mundos de las manos del Emperador Shaddam IV de la Casa Corrino, y se han librado dos cruzadas en los mundos del imperio para extender la religión Fremen.

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Para los Fremen, ella es la figura de la Tierra, una semidiosa cuya misión especial es proteger a las tribus contra los poderes de la violencia.

Es la reverenda madre de las reverendas madres.

Para los peregrinos que acuden a ella con sus peticiones para que les devuelva la virilidad o la fecundidad, es una forma de antimentad.

Respóndese fuerte de ese humano de misterio.

Es la prueba viviente de que lo analítico tiene sus límites.

Representa la última tensión.

Es la virgen prostituta.

Espiritual, vulgar, cruel.

Tan destructivo en sus caprichos como una tormenta de Coriolis.

Santa Alia del Cuchillo, tomado del informe de Irulan.

Alia permanecía inmóvil como un sentinela vestido de negro en la plataforma sur de su templo.

El santuario del oráculo que las cortes Fremen de Paul habían edificado para ella contra una de las murallas de su fortaleza.

Ella odiaba aquella parte de su vida.

Pero sabía que no había forma de eludir el templo sin provocar la destrucción general.

Los peregrinos, malditos todos.

Eran más numerosos cada día.

El porche inferior del templo estaba siempre abarrotado de ellos.

Los buhoneros se movían entre los peregrinos.

Y había también brujos menores, curanderos, adivinos.

Todos ellos trabajando en una miserable imitación de Paul Muagdi y su hermana.

Los paquetes rojos y verdes conteniendo el nuevo tarot de Dunce hallaban el lugar preferente en los tenderetes de los buhoneros.

Alia se preguntaba acerca del tarot.

¿Quién lo había introducido en el mercado arraqueno? ¿Por qué había conseguido aquella inmensa popularidad en aquel lugar y tiempo particulares? ¿Era debido a la opacidad del tiempo? La adicción a la especie atraía siempre consigo una cierta sensibilidad a la predicción.

Los Fremen eran notoriamente crédulos.

Era un accidente al que la mayor parte de ellos apasionaran con los portentos y presagios aquí y ahora.

Decidió buscar una respuesta a la primera oportunidad.

Había viento del sudeste.

Un ligero viento residual frenado por la escarpadura de la muralla escudo que se asomaba muy alta en las estribaciones del norte.

La cordillera brillaba con un tono naranjado entre el polvo que relucía bañado por los últimos rayos del sol de la tarde.

Era un viento cálido contra sus mejillas que creaba en ella lloranzas de arena, de la seguridad de los espacios abiertos.

Los últimos fieles del día descendían los amplios escalones de piedra verde del porche inferior, solo cien grupos, haciendo pausas para contemplar los recuerdos y los amuletos santos de los tenderetes de los boneros, algunos de ellos consultando a uno de los últimos brujos menores.

Peregrinos, suplicantes, gentes de la ciudad, Fremen, vendedores que cerraban su comercio por aquel día, todos ellos formaban una serpiente antelinea que se arrastraba por la avenida bordeada de palmeras que conducía al corazón de la ciudad.

Los ojos de Alia distinguían al primer momento a los Fremen, con sus gélidas miradas de total superstición en sus rostros, la forma semi-salvaje que tenían de mantenerse a distancia de los demás.

Esta era su fuerza y su debilidad.

Seguían capturando gusanos gigantes para su transporte, como deporte, y para el sacrificio.

Se mostraban hostiles a los peregrinos de otros mundos.

Toleraban difícilmente a las gentes de la ciudad, graben y pan, odiaban el cinismo que veían en los vendedores ambulantes.

Nadie se atrevía a provocar un Fremen, ni siquiera protegido por la multitud que se apretujaba en los alrededores del santuario de Alia.

Los cuchillos estaban prohibidos en los lugares santos, pero se habían hallado cuerpos.

Más tarde, la partida de la multitud había levantado una nube de polvo.

El olor a pedernal llegó hasta Alia, encendiendo otra oleada de añoranza del abierto Bled.

Su sentido del pasado, se dio cuenta, se había agudizado con la llegada del Gola.

Había conocido mucha felicidad en los días apacibles que habían precedido a la ascensión de su hermano al trono.

Tiempo para bromear, tiempo para realizar pequeñas cosas, tiempo para gozar de una fresca mañana o un atardecer, tiempo, tiempo, tiempo.

Incluso el peligro había sido algo bueno en aquellos días, un claro peligro de fuentes conocidas.

Nunca entonces había necesitado empujar los límites de su presencia, luchar contra los cada vez más densos velos que ocultaban los estellos de futuro.

Los salvajes Fremen lo expresaban así, hay cuatro cosas que no pueden ocultarse, el amor, el humo, una columna de fuego y un hombre caminando por el abierto Bled.

Con un sentimiento de revolución, Alia retrocedió de la plataforma a las sombras del santuario, y anduvo a lo largo de la galería que dominaba la resplandeciente opalescencia de su sala de los oráculos.

La arena crujía en el mosaico bajo sus pies.

Los suplicantes arrastran siempre arena consigo hasta las cámaras sagradas.

Ignoró servidores, guardias, postulantes, los omnipresentes sacerdotes parasitos Kizarate y penetró en el bosque.

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