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By Once Julio Relatos prohibidos
Mi suegro me quita las bragas (1)

Mi suegro me quita las bragas (1)

3/28/2025 · 12:49
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Relatos prohibidos Episode of Relatos prohibidos

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¿Mi suegro me quita las bragas? 1.

Vicky S.G.

Hay gente que no acepta que cuando te casas con alguien, de algún modo te estás casando también con su familia.

Da igual si adoras a tu pareja, pero no soportas, por ejemplo, a sus padres, de manera irremediable ya forman parte de tu vida.

Yo era de esas personas, hasta que no me quedó más remedio, por las malas, que hacerme a la idea.

No hay nada que haga más ilusión que tener tu propia boda en el horizonte, sobre todo si te vas a casar convencida, como era mi caso.

Algunos consideraban que en los tiempos que corrían pasar por el altar a los 25 años era un poco precipitado, aunque la verdad era que yo ya llevaba un buen tiempo presionando a Saúl para que encara rodilla.

¿Qué le iba a hacer? Lo de tener una boda por todo lo alto había sido mi ilusión desde niña, y estaba convencida de haber encontrado al hombre idóneo.

Saúl tenía sus defectos, como todo el mundo, pero me quería y se esforzaba muchísimo en hacerme la vida sencilla.

Aunque seguramente había hombres mejores, yo solo me imaginaba con él.

Llevábamos juntos desde los 20 años y todo iba viento en popa, mi única duda era si superaríamos la prueba de fuego, que se suponía que era la convivencia.

La pasamos con nota.

Es probable que ayudara el hecho de que tuviéramos horarios bastante distintos, de modo que no solíamos coincidir en casa más que para dormir y los fines de semana.

Él se despertaba de madrugada y no volvía hasta después de comer, justo el momento en el que empezaba mi turno en la peluquería.

Llevaba tiempo queriendo un empleo a jornada completa, especialmente por todos los gastos que conlleva una boda, pero me tenía que conformar con hacer cinco horas en el negocio de una amiga.

Saúl no tenía un mal sueldo, la verdad, pero con lo que ganábamos entre los dos todavía estábamos bastante lejos de aspirar a un piso propio y de embarcarnos en la locura de ser padres.

No podía quejarme, más que nada porque si lo hacía él me recordaba que la idea de casarnos, con el despilfarro económico que eso suponía, había sido mía.

Si los invitados son generosos podemos recuperar con creces la inversión.

Pero si seremos cuatro gatos, con eso no se cubre ni lo que ha costado tu vestido.

Da igual, es un día único y hay que celebrarlo como tal.

Mariel, eres tú la que se está quejando.

¿Por qué siempre me dices que jamás tendremos un piso propio? Va a ser difícil mientras sigas teniendo otras prioridades.

Te prometo que después de la boda comenzamos a ahorrar.

No me tienes que prometer nada, sabes que yo vivo bien de alquiler.

Yo no, no me transmite ninguna seguridad.

¿Qué puede pasar? Este asunto nos acabará trayendo discusiones.

Mis padres llevan toda la vida alquilados y no existe matrimonio más feliz.

¿Por qué los tienes que poner siempre de ejemplo? Porque sé que si nos va como a ellos, tendremos la felicidad garantizada.

Mis suegros me parecían unas bellísimas personas, y era cierto eso de que parecían el matrimonio perfecto, pero llegaba a molestarme que los tuviera que poner siempre como ejemplo.

Se trataba de ser nosotros mismos, con nuestros defectos y virtudes, sin necesidad de tener que compararnos con nadie más.

También llegaba a fastidiarme por otro motivo, mis propios padres.

Aunque no lo dijera de forma explícita, sabía que siempre que Saúl hablaba de los suyos lo hacía en comparación con los míos.

Se pasaban el día discutiendo, hacían todo lo que no se debía hacer en una discusión, pero seguían juntos, que se supone que es lo importante.

Como decía, yo no pretendía compararme con nadie, lo único que quería era tener mi boda de ensueño y a partir de ahí que el destino me sorprendiera con lo que tenía preparado para nosotros.

Aún así, tenía mis expectativas, aunque sabía que lo de la mansión y los tres niños rubios de ojos azules que montaran a caballo no era demasiado realista.

A falta de un mes para la boda ya lo tenía todo listo.

Quizás me había precipitado, porque sin nada que hacer la espera me parecía eterna.

Volví a repasar que todas las invitaciones estuvieran enviadas y la presencia de sus destinatarios confirmada, que el menú iba a gustar a todo el mundo y que mi vestido era el más bonito jamás visto.

Tal y como lo había planeado, con todo lujo de detalles y con tanto mimo, era imposible que algo saliera mal.

Solo quedaba esperar pacientemente a que llegara el día.

Esa era la idea, que reinara la paz y la tranquilidad hasta el deseado enlace, pero entonces explotó la madre de todas las bombas.

O mejor dicho, el padre.

Mariel, ha sucedido algo terrible.

Se ha muerto alguien.

No.

Peor aún, tenemos que cancelar la boda.

No, tampoco.

Entonces no será para tanto.

Mis padres se van a divorciar.

No digas tonterías, Saúl.

Va en serio, él le ha dicho que ya no siente lo mismo.

¿Cómo va a sentir lo mismo? Si llevan juntos por lo menos 30 años.

Mi madre lo ha echado de casa.

Cómo le gusta exagerarlo todo a esa mujer.

Ahora tenemos un problema de los gordos.

¿Crees que la van a liar en la boda? No es eso, es que mi padre se tiene que quedar en algún sitio.

¿Con tu hermana? Vive en San Francisco, ya lo sabes.

Pues con tu hermano.

En ese cuchitril.

Imposible.

Me parece que estoy pillando por dónde va si no me gusta nada.

Solo se quedaría aquí unos días, hasta que se reconcilien.

¿Qué te sale si juntas la N con la O? No lo puedo dejar en la calle.

Existen los hoteles, lo sabías.

Lo hablaré con él, pero se tiene que quedar al menos esta noche.

Si tenía que elegir entre mi suegro y mi suegra, me quedaba claramente con él, pero para verlo un rato, no para tenerlo todo el día metido en casa.

Una situación así era justo lo que temía, algo que me crispara los nervios a solo un mes para la boda.

Cuando me alteraba me daba por comer, y no podía engordar ni un gramo si quería caber en el vestido.

Tras una cantidad interminable de ruegos y súplicas por parte de esa obra, no me quedó más remedio que aceptar.

Estaba condenada a hacerlo, no podía dejar a ese hombre abandonado a su suerte, al menos esa noche.

Después tendría que hacer las paces con su mujer o buscarse la vida, porque si hubiese querido vivir con gente mayor me habría quedado con mis padres, que era mucho más cómodo y económico.

Alonso, que era como se llamaba, llegó como un corderito.

Él tenía de por sí esa personalidad, al menos conmigo, pero en ese momento sabía que se jugaba mucho, porque su intención no era, ni mucho menos, estar con nosotros esa noche y después encontrar otra solución.

Mi suegro se lo quería mucho.

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