Miércoles 18 de junio - Mateo 6, 1-6. 16-18. Dios ama “al que da con alegría”.

Dios ama al que da con alegría.

En el Evangelio que vamos a escuchar hoy se hace referencia a aquellos que hacen limosna y que todo el mundo les vea, a aquellos que hacen oración y que se ponen delante para que todo el mundo los mire, a aquellos que hacen sus ayunos y se hacen las víctimas.

Nosotros no hacemos las cosas para que nos vean, sino que hacemos las cosas por el gozo de hacer el bien.

Por eso, claro, hay mucha gente que hace cosas buenas, sí, pero como nadie se lo recompensa, como nadie se lo valora, pues al final están refunfuñando, quejándose, y especialmente las pobres madres de familias heroicas que están siempre ahí detrás de los niños y que están ocupándose de la ropa, de la comida, del armario y que al final un día explotan, porque parece como que cuando todo está bien todo es maravilloso, pero en cuanto falta algo están ahí que falta no sé cuántos, que no tenemos no sé qué.

Recuerda que nosotros hacemos el bien no por el premio que veíamos ayer, sino por el gozo de hacerlo.

Eso que decía San Bernardo que lo hemos repetido tantas veces, el premio del amor es haber amado, y por eso Dios se goza y Dios se alegre, Dios bendice a los que se entregan con alegría y que no van ahí como en la queja, uy, otra vez a cuidar de los niños, otra vez tengo que coger la tasca para ir a trabajar, otra vez tengo que limpiar la casa, otra vez tengo que hacer favores, otra vez tengo que estar… Bueno, si es amor y si es una entrega personal no lo hagas refunfuñando, no los estropees porque ya que lo haces, ya que eres una buena persona, pues hombre, yo creo que hazlo con una sonrisa y si te cuesta y te cansas, pues desahógate con alguien efectivamente, pero luego no consientas pensamientos en tu interior como que te lleven a renegar o a estar quejica por hacer cosas buenas, que te quejes por hacer cosas malas es lógico, pero que te quejes por hacer cosas buenas es un privilegio que Dios te ha dado, que tú seas una buena persona, que puedas servir a otros, que puedes hacer, eso es maravilloso, que tú pases la vida intentando hacer el bien, vamos, eso es una suerte grandísima y es una gracia de Dios.

Y si encima, fíjate, estás ahí refunfuñando o estamos ahí amargaos porque resulta que yo me he levantado para que esto no sé cuánto y el otro no se levanta nunca, porque yo hago esto y el otro no lo hace, siempre estamos como comparándonos y siempre mirando a ver si me toman por tonto porque yo me implico más, que me tomen por lo que quieran, yo sé quién quiero ser, sé hasta dónde quiero llegar y si me toman el pelo o se aprovechan de mí, por lo menos seré muy consciente, pero la torpeza o la maldad de otros no me puede impedir que yo llegue al extremo del amor y que me esté peleando para si tú más, yo menos, y quitar esa alegría y ese gozo de decir he elegido ser así, he decidido ser así y no me voy a enfadar ni a disgustar.

Y yo pienso, claro que sí, que Dios ama al que da con alegría y Dios se goza el que da con alegría y no con la queja, con la envidia, con la comparación porque al final podría estropear un poco todo lo bueno que haces.