Y yo juré observar la condición aquella. Al oírme mostróse muy contento, me echó al cuello los brazos, y sentí que su amor me penetraba en las entrañas y hasta el fondo de mi corazón. Enseguida los esclavos pusieron la mesa, y comimos y bebimos hasta la saciedad. Y llegada la noche, me cogió y se tendió conmigo en el lecho. Y pasamos entrelazados la noche, uno en brazos de otro, hasta que fue de día. Vivimos durante un mes en la alegría y en la felicidad. Y al concluir este mes, pedí permiso a mi marido para ir al zoco y comprar algunas telas. Me concedió este permiso. Entonces me vestí y llevé conmigo a la vieja, que se había quedado en la casa, y nos fuimos al zoco. Me paré a la puerta de un joven mercader de sedas que la vieja me recomendó mucho por la buena calidad de sus géneros y a quien conocía de muy antiguo. Y añadió: “Es un muchacho que heredó mucho dinero y riquezas al morir su padre”.
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