
Nati anal : analmente musical . cuentos para adultos

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Paula se sentó frente a su escritorio con la determinación de una ejecutiva en plena junta de accionistas. Respiró hondo, se frotó las sienes y tomó su bolígrafo favorito, un elegante roller azul que había defendido con fiereza de las garras de su hijastra.
Sin embargo, apenas lo tocó, notó algo raro. La textura estaba pegajosa. Frunció el seño, lo acercó a su nariz. Y un olor peculiar le golpeó las fosas nasales.
—¡Carajo! —gritó, lanzando el bolígrafo como si fuera un insecto venenoso. La indignación le subió por la garganta como una burbuja de gaseosa. Solo había una culpable posible.
—¡Carajo, Nati se volvió a meter mi bolígrafo por el culo! —¡Oh, Nati! ¡Ven aquí ahora mismo! —llamó con el tono de una madre que sabe que su hijo ha hecho algo terrible y lo espera con los brazos cruzados. Pero solo hubo silencio.
Nada. Ni un sonido. Ni un movimiento. Solo la sospechosa quietud de una casa donde una niña ha cometido un crimen y ahora se esconde esperando que pase la tormenta.
Resopló, poniéndose de pie con la furia de una leona. Si Nati creía que podía escapar, estaba muy equivocada. Salió al pasillo con pasos decididos y llamó a su hijo Javi. El muchacho acudió al llamado de su madre de forma inmediata. —¿Qué sucede, madre? —Javi, ¿dónde está Nati? —preguntó Paula con los brazos enjarras.
Javi se encogió de hombros y contestó con la más absoluta indiferencia. Dijo que tenía clase de música en la casa del maestro Cirilo. Fue entonces cuando Paula notó un bulto en el pantalón de su hijo. Frunció el ceño y se inclinó examinando con la mirada de un detective experimentado. Después su voz se convirtió en un grito peligroso. —Javi, la tienes parada. Te he dicho que dejes de espiar a tu abuela mientras se baña.
Mientras tanto, a un par de cuadras de la casa donde se encontraban Paula y su hijo Javi, profe Cirilo canturreó a Nati mientras subía las escaleras del edificio con su uniforme de porrista ondeando como una bandera de coquetería. La puerta del departamento cuatro se abrió con un quejido, y allí estaba el negro Cirilo, con su flauta en los labios y la mirada perdida en una nota que parecía no querer salir bien. El sonido se quebró en cuanto la vio. Su mirada bajó de su rostro sonriente, a sus tetas, y luego bajó un poco más.
—¡Caray, Nati, llegas antes de tiempo! —y dijo él, bajando la flauta.
—Estoy ansiosa por la clase de hoy. He estado practicando mucho.
Contestó Nati, haciendo puchero. Con un gesto, el negro Cirilo la invitó a pasar.
Nati entró con una energía que desentonaba deliciosamente con la atmósfera apagada del apartamento. Cirilo la miró de reojo, de pies a cabeza, cuando ella se dio la vuelta para entrar hasta la sala del apartamento. —Está bonito su departamento.
—Aunque huele a tristeza. Dijo ella, estirando los brazos como si le perteneciera el lugar.
Cirilo soltó una risa corta y amarga mientras dejaba la flauta sobre el sillón.
—Eso, señorita Natalia, es lo que se llama el aroma del matrimonio.
Nati hizo un gesto de sorpresa y preguntó. —¿Tan mal anda la cosa? —Peor. Ni siquiera puedo fumarme un cigarrillo en el garaje sin que mi mujer se dé cuenta.
A veces creo que Sara tiene un dron siguiéndome. Nati replicó con tono burlón.
—¡Pobrecito! ¿Y qué pasó con ese Cirilo que todas decían que era un galán? Pues se casó con una ejecutiva rubia de ojos verdes y carácter de tanque de guerra.
Nati se rió con fuerza, se sentó en el sofá y estiró una pierna sobre la otra como si estuviera en casa. El negro Cirilo, que le estaba devorando con la mirada desde que le abrió la puerta, alcanzó a ver que la joven no llevaba calzones debajo de la faldita de porrista.
—Bueno, Nati, pero no hablemos de mi esposa, que eso deprime.
—¿Has practicado? La chica contestó entusiasmada.
—Mucho. Estoy segura de que ya toco mejor que usted.
—¿Quiere escuchar cómo toco? Cirilo se cruzó de brazos divertido.
—A ver, a ver, sorpréndeme. Y vaya que lo sorprendió.
Nati se levantó del sofá, tomó la flauta con un gesto rápido, adoptó una posición de cuatro patas, se metió la flauta en el ano y empezó a tocar.
El negro Cirilo quedó petrificado ante semejante visión. Sintió que algo en su interior estaba mal.
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