
Nicea y la Santísima Trinidad. “Todo lo que es del Padre es mío” (Juan 16,12-15)

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Hace 1700 años se celebró el Concilio de Nicea. Allí se formuló la profesión de fe que, completada en el Concilio de Constantinopla, seguimos rezando hoy, como "Credo Niceno-Constantinopolitano" o "el credo largo", como suele ser llamado.
En esta solemnidad de la Santísima Trinidad, recordamos la discusión fundamental de Nicea sobre la divinidad del Hijo de Dios y contemplamos el misterio de un Dios único en tres personas, comunidad de amor.
Mi reflexión sobre el evangelio de este domingo 15 de junio de 2025, solemnidad de la Santísima Trinidad.
Bendiciones.
+ Heriberto, Obispo de Canelones, Uruguay
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Domingo 15 de junio de 2025, Nicea y la Santísima Trinidad.
Todo lo que es del Padre es mío.
Enfoques desde la fe.
Una reflexión del Obispo de Canelones, Uruguay, Monseñor Heriberto Bodeand.
En este domingo celebramos la solemnidad de la Santísima Trinidad, el misterio de un solo Dios en tres personas, comunidad de amor.
Esto nos da ocasión para hablar del Concilio de Nicea, del cual se están celebrando los 1700 años.
Un concilio que tuvo mucho que ver con nuestra fe trinitaria.
La ciudad de Nicea se encuentra en el territorio de la actual Turquía, bajo el nombre de Iznik.
Recordemos que la península de Anatolia, donde hoy se ubica Turquía, era conocida por los griegos como el Asia Menor, y allí florecieron en los primeros siglos de nuestra era numerosas comunidades cristianas.
Hace 1700 años, Nicea era una de las ciudades del oriente del Imperio Romano, que había sido reunificado por el emperador Constantino.
El emperador había promulgado en el año 313 el Edicto de Milán, que consolidó la libertad de religión para los cristianos.
Doce años después, el mismo emperador convocó el Concilio de Nicea, en el que participaron más de 200 obispos.
Desde el punto de vista político, era interés del gobernante mantener la unidad del cristianismo, que de esa forma, ayudaba a mantener la unidad del imperio.
Desde el punto de vista de la iglesia, era importante superar una muy seria división en la fe.
El cristianismo se encontraba dividido a causa de la doctrina desarrollada por Arrio, un presbítero de Alejandría de Egipto, que negaba la naturaleza divina de Jesucristo, y por lo tanto, atacaba la fe en la Trinidad.
Arrio sostenía que el verbo era una criatura del Padre, y que no existía desde la eternidad.
Hubo un tiempo en que no era.
Las deliberaciones de los padres conciliares se expresaron en la formulación del credo que seguimos rezando hasta hoy, elaborado en el Concilio de Nicea y luego perfeccionado en el Concilio de Constantinopla, por lo que es conocido como el Credo Niceno Constantinopolitano.
Frente a las afirmaciones de Arrio, el concilio proclamó como fe auténtica que el Hijo es engendrado, no creado, de la misma naturaleza del Padre, la naturaleza divina, por quien todo fue hecho, es decir, que participó en la creación y no es parte de ella, no es una criatura. A su naturaleza divina, el Hijo suma la naturaleza humana. El Hijo, palabra eterna del Padre, se encarna, se hace hombre, asume nuestra condición mortal.
Por eso decimos de él que es verdadero Dios y verdadero hombre, hecho hombre por nosotros y por nuestra salvación, como dice también el Credo Niceno.
El Evangelio de hoy nos ofrece pasajes de un discurso de Jesús. En uno de ellos expresa su unidad con el Padre. Todo lo que es del Padre es mío. Todo lo que existe ha sido creado por el Padre, junto con el Hijo y el Espíritu, el soplo de Dios. Sin embargo, Dios no se interesa en la posesión de las cosas.
Lo más importante de Dios es lo que es, o mejor dicho, lo que importa es el ser, el hecho de ser, el ser Dios, el tener, en lenguaje filosófico, la naturaleza divina. Por eso el Hijo es Dios, Dios verdadero. Tiene la misma naturaleza que el Padre. Todo lo que es del Padre es mío, dice Jesús.
Tal vez esto nos parezca muy apto.
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