Nochevieja en Casanostra Ep.8

Bienvenidos a Relatos de Misterio y Terror, un programa en el que podrás
escuchar audios de intriga y suspense, escritos y narrados por Jesús Manuel de
las Bayonas. Todos los textos están registrados y
protegidos por derechos de autor. En el capítulo de hoy...
Nochevieja en casa nostra. Sólo quedaban, aún recostados en los asientos, Giovanni
y Antonella. La chica, con los finos rasgos en expresión temerosa, se giraba
hacia el hermano aferrándose en el refugio de sus varoniles hombros.
¿Crees que eso le ha sido una mala broma? Preguntaba sin convencimiento. Me empieza
a aterrar la idea de pasar la noche aquí. No tienes por qué hacerlo. La calmaba
Giovanni. Yo planeo irme en cuanto concluya todo el trámite legal. Ya sabes
que el ambiente incubado en una concentración de más de dos Lombardi
termina resultando excesivamente tóxico. Y hoy por hoy, mis expectativas de
equilibrar cuerpo y espíritu huyen de todo eso.
Vente conmigo. Yo te acercaré a casa. No te autoflageles soportando a esa panda
de insensibilizados. Y más, si acabas de ser abordada con este repentino y
fantasmal respeto hacia casa nuestra. Y sonreía con calidez el muchacho. No te
preocupes, mujer. Seguro que sólo ha sido una coña más del jodido abuelo. Y
rodeándola también con sus atléticos brazos, pegaba la cara sobre la de ella,
apoyando su marcado pómulo en uno de los cerrados párpados de la chiquilla.
El tiempo entró en pausa con el cercano gesto, y las respiraciones,
acompasándose a ambos sincronizados latidos, batían con sus suaves soleadas
las caricias que ya se desprendían en los inapreciables deslizamientos de los
rostros. Antonella reaccionó como despertando de un pesaroso bizarro sueño.
He de buscar a Zayda. Aún tengo mi equipaje abandonado en el recibidor. Y
escapó la dulce gacela entre el pasto de butacas, desamparando los entristecidos
ojillos del bohemio Giovanni. Al cabo de unos minutos, por la puerta de
par en par que había sorteado una volátil Antonella en su idiza marcha,
asomaba la morena tez del servil Yaser, con su genuina cautela y apaciguados
movimientos. Oh, señorito Giovanni, aún está usted aquí. Pensé que todos habían
salido, quedando la luz penitente y encendida. Me disponía a apagarla.
Pasa, pasa, Yaser, invitaba amablemente el chico, reaccionando desde un profundo
estado de trance. Siéntate un rato y descansa. Hazle sitio a la distensión.
Ah, mi añorado confidente, sigo siendo tan desafortunado en el amor. Mi parcheado
corazón se asemeja cada vez más a un reseco queso gruyere, auxiliado
ridículamente con tiritas de barato romanticismo. Todavía sufriendo por la
señorita, afirmaba interrogante el árabe. Ya sabe que es un sueño imposible, prohibido
desde cualquier tipo de perspectiva moral. No se haga más daño, señorito
Giovanni. Olvide esa contraproducente obsesión, cuyo único posible final
feliz está vetado por la impuesta ética de la vida real tal y como la
conocemos. Lo sé, lo sé, amigo. Continuaba el novelero mártir. Pensé que
después de este forzado tiempo sin verla, todo sería más fácil.
Pero resultó cruda y exactamente lo contrario. Ha sido resucitar al mundo
desde mi absurda existencia letargada. El contemplar su entrada radiante y fértil
entre tantos harapos humanos que la enjuiciaban penalmente sin haber
cometido a un delito alguno. Su sublime contacto, cuando mi indigna piel ha
osado adherirse inocentemente a la suya, cargando un descontrolado furtivo deseo
de amarla y mimarla eternamente, ha aniquilado mi férrea persona,
ametrallando con su calor latente la deteriorada carcasa de mi desubicado ser.
Aún estoy herido mortalmente por el lacerante anhelo de ser.