

Description of Palabras
La palabra de cierta forma es un organismo vivo. Nace, crece, se reproduce y muere. Algunas parecen inmortales y van por ahí, de boca en boca, sin que nosotros, los portadores, sepamos de su antiquísima existencia. Sobrevivieron a batallas, egos, metamorfosis y, sobre todo, al indetenible látigo del tiempo.
"Qué buen idioma el mío _nos decía Neruda_ qué buena lengua heredamos de los conquistadores. Andaban a zancadas, por las coordilleras, por las Américas encrespadas, buscando patatas, butifarras, frijolitos, tabaco, oro, maíz..., con aquel apetito voraz que nunca se ha visto en el mundo... Todo se lo tragaban. Salimos perdiendo, salimos ganando, se llevaron el oro y nos dejaron el oro. Se lo llevaron todo y nos dejaron todo. Nos dejaron las palabras".
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La palabra de cierta forma es un organismo vivo. Nace, crece, se reproduce y muere. Algunas parecen inmortales y van por ahí, de boca en boca, sin que nosotros, los portadores, sepamos de su antiquísima existencia. Sobrevivieron a batallas, egos, metamorfosis y, sobre todo, al indetenible látigo del tiempo.
«¡Qué buen idioma el mío!», nos decía Neruda. «¡Qué buena lengua heredamos de los conquistadores!». Andaban a zancadas, por las cordilleras, por las Américas encrespadas, buscando patatas, botifarras, frijolitos, tabaco, oro, maíz, con aquel apetito voraz que nunca se ha visto en el mundo. Todos se lo tragaban. Salimos perdiendo, salimos ganando. Se llevaron el oro y nos dejaron el oro.
Se lo llevaron todo y nos dejaron todo. Nos dejaron las palabras. Y es que las palabras se fueron a las guerras, treparon por las cordilleras, se aferraron a lenguas vernáculas, frente a invasores sedientos e imponentes. Si vamos a los libros, por ejemplo, nos parece ver a los romanos conquistar la península ibérica y sembrar el latín a toda costa en lo que hoy ocupan territorios como España y Portugal.
La lengua se fue transformando. Pero allí, en las géneses de una civilización, en esas tribus originarias, se forjaron los cimientos del castellano y otras lenguas romances. Hoy brotan las palabras de nuestros labios sin que sepamos todas las historias que atesoran. Muchas desaparecieron, otras se fusionaron para dar vida a nuevos vocablos y varias nacieron y se han mantenido totalmente vírgenes de paladar en paladar a través del tiempo. Y así sabemos que de aquellos años primigenios nos llegan jardín, gala, silvestre, piropos, carnaval, turrón, linaje y otras variopintas palabras. Incluso algunas más frecuentes como leche, alcohol, jarabe, lechuga, frijol, alfabeto, ortografía.
Bebemos de esa torre de Babel que deviene en más de 5.000 idiomas en el mundo y hacemos préstamos lingüísticos acogiendo a nuestro argot cotidiano palabras extranjeras. El idioma es tan rico que hasta en las diferentes zonas de esta patria caimán notamos sus matices. Y así vemos al tamal convertirse en ayaca sin perder su esencia, o la cacharra en pozuelo, entre otros cubanismos.
Las palabras también visten nuestra esencia. Según su traje invisible, los demás pueden juzgar nuestra personalidad. Gracias, perdón, permiso se consideran palabras mágicas, quizás porque abren camino, arrancan sin querer nuestras sonrisas y quebrantan incluso hasta el más vil de los enojos. Sí, lo creo, también somos palabras.
Vamos por ahí desparramándolas al viento sin percatarnos cuánto de nosotros comunican. Hay quienes la hieren con groserías, expresiones obscenas. Hay quienes las utilizan para fines oscuros y caen en la verborrea vacía, esa que nos lleva por escudero al hecho o la razón. Pero también existen quienes, conscientes de esos tesoros, las alimentan con la lectura, el hablar pausado, la cortesía.
Y esos señoras y señores se vuelven inolvidables, porque una palabra hermosa, justa, en el momento oportuno, puede hacer toda la diferencia. Sí, lo creo, también somos palabras. Una palabra no dice nada y al mismo tiempo lo esconde todo. Fue una crónica de Yelaine Martínez Herrera. Igual que el viento que esconde el agua, como las flores que esconden lodo.















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