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Periodista enjaulada

Periodista enjaulada

9/30/2025 · 07:51
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El rincón sensual Episode of El rincón sensual

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Una entrevista en la radio es el comienzo de una nueva experiencia para SilviaUna entrevista en la radio es el comienzo de una nueva experiencia para Silvia

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La voz de Hugo, grave y pausada, se deslizaba por el estudio de radio como un licor añejo, envolviendo cada rincón con relatos de experiencias BDSM, que mantenían a Silvia Mata, la estrella de placeres nocturnos, al borde de un suspiro.

La noche se desdibujaba entre anécdotas de sumisión y dominación, de cuerdas que prometían nudos y caricias que quemaban, de un dolor consentido que se fundía con un placer tan extremo que casi podía saborearlo.

Hugo, un amo experimentado en la plenitud de sus cuarenta, desgranaba con una alocuencia tranquila los secretos de un mundo que, para muchos, era un velo de tabú.

Silvia, con su mente ágil y una curiosidad insaciable, lo absorbía todo con una atención magnética, sus preguntas, incisivas pero siempre respetuosas, revelaban un interés que iba mucho más allá de lo profesional.

Al finalizar la emisión, aún con el eco de la última pregunta vibrando en el aire, Silvia se ofreció a llevar a Hugo a casa.

Él, un hombre de costumbres arraigadas y cierta reserva, declinó inicialmente con una cortesía firme.

Pero la insistencia amable, el brillo en los ojos de la periodista, y una mezcla de intriga y algo más profundo, lograron doblegar su resistencia.

Durante el trayecto en el coche, la conversación fluyó con una naturalidad sorprendente, alejándose del guión del programa y adentrándose en terrenos más personales, más íntimos.

Fue entonces cuando Hugo, con una estudiada intencionalidad dejó caer la existencia de una mazmorra en el sótano de su casa.

Los ojos de Silvia se encendieron con una curiosidad voraz, casi febril.

La idea de ese espacio secreto, un santuario dedicado a la exploración de los límites más exquisitos del placer, la fascinaba.

Hugo, percibiendo su interés, la invitó con una sonrisa enigmática a visitarla.

Al llegar a su casa, un chalet discreto que se fundía con las sombras en las afueras de la ciudad, Hugo invitó a Silvia a tomar una copa.

La atmósfera en el salón era relajada, casi íntima.

Después de un breve intercambio de cortesías, de miradas que se cruzaban y se demoraban, Hugo la condujo hacia el sótano.

La escalera crujió levemente bajo sus pies, un susurro de madera les acompañaba en su descenso a un espacio donde la luz tenue revelaba un universo de texturas y formas inesperadas, un preludio a lo que estaba por venir.

La mazmorra era un santuario, un templo dedicado al BDSM.

Paredes de ladrillo visto, bañadas por focos estratégicamente colocados, creaban un ambiente a la vez rústico y sofisticado, una invitación a la entrega.

Colgando de ganchos en el techo, se podían observar látigos de cuero trenzado que prometían el roce más sutil o el impacto más liberador, fustas con elegantes empuñaduras que invitaban a la danza, y una colección de cuerdas de diferentes grosores y materiales, dispuestas como instrumentos que prometían lúbricas sensaciones, esperando su turno para entonar la sinfonía del placer.

En una esquina, una mesa de exploración acolchada invitaba a la entrega total, mientras que en otra, un potro y una cruz de San Andrés prometían sujeción y una vulnerabilidad exquisita.

Siria observaba todo con una mezcla de asombro y una excitación contenida que le erizaba la piel, sus dedos acariciando mentalmente las texturas, imaginando las sensaciones, cada fibra de su ser anhelaba la experiencia.

Su mirada se detuvo, como imantada, en una jaula de metal, lo suficientemente grande para una persona, con barrotes robustos que sugerían tanto protección como un encierro liberador.

Una pequeña puerta con un cerrojo metálico completaba la imagen, brindando una promesa de confinamiento.

Siria se acercó lentamente, sus ojos recorrieron cada detalle de la estructura, cada curva del metal.

La fascinación se dibujó en su rostro, una expresión de deseo apenas disimulado.

Hugo, apoyado en el marco de la puerta, la observaba con una sonrisa paciente.

Miró a la periodista con desafío.

«Si te atreves puedes probarla», dijo con una voz suave, casi con un susurro que se colaba bajo la piel.

Siria se giró hacia él, con las mejillas ligeramente sonrojadas, el calor ascendía por su cuello.

La idea de encerrarse en esa jaula, de experimentar la sensación.

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