

Description of Pesadilla en Semen Street
En aquel extraño bosque oscuro y lúgubre, Mark y yo nos adentramos en un majestuoso y aterrador caserón que parecía elevarse en el aire, donde
habitaba una misteriosa silueta amenazante... Lo que en principio parecía una terrorífica pesadilla, digna de cualquier película de terror, se convertiría en
uno de los sueños más placenteros que jamás he tenido.
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Escribo novelas eróticas.
Y sí… ya sé lo que estás pensando:
“Seguro que una chica que escribe esas cosas es un poco traviesa.”
Pues tienes razón.
Lo soy.
Y me encanta serlo.
Cada lunes te cuento una historia nueva,
de esas que suben mucho la temperatura.
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Ya lo decía mi madre que mi excesiva afición a las viejas películas de terror era la causante de esas extrañas pesadillas. Cuando crecí y sentía atracción por los hombres llegaron los sueños húmedos, pero lo que nunca imaginaba es que pudiera darse el caso de que ambas temáticas se mutaran en un solo sueño. Y así ocurrió aquella fría noche de invierno. En mi mente se creó una imagen, la imagen de un bosque oscuro y lúgubre con unos árboles que se elevaban sobre nuestras cabezas como si estuvieran mirándonos y vigilando nuestros movimientos. He dicho ¿nuestras? Sí, en mi sueño éramos yo y un chico.
Respondía el nombre de Mark, pero no lo había visto nunca antes. Nuestras ropas eran de época. Yo llevaba un sugerente escote que mostraba buena parte de mis generosos senos. No sabía por qué los dos nos dirigíamos con mucha prisa a algún lugar. Recorrimos un siniestro camino repleto de socavones y pedruscos hasta que finalmente y como surgiendo de la nada se apareció entre nosotros un enorme caserón erguido en el aire, majestuoso y notablemente aterrador.
Mark y yo nos quedamos unos segundos en total silencio mirándolo con nuestras cabezas tiradas hacia atrás y boque abiertos. Sentí un escalofrío. Estaba todo tan en silencio. Apenas se oía el leve silbar de un viento que sacudía las hojas de los árboles. Sin decir nada, mi compañero me cogió de la mano y me llevó hasta la entrada de tan desagradable lugar. La idea no me gustaba nada, pero me dejé arrastrar porque en el fondo la confusión no me permitía juzgar con sobriedad todo aquello. Andaba perdida, perdida de verdad, a la par que muy asustada. Y adentro del caserón todo resultaba tan terrorífico como imaginaba.
Paredes que parecían no terminar nunca y ascendían perdiéndose entre la oscuridad de un techo que no existía. Humedad, más frío dentro que fuera, un montón de muebles viejos y gastados y un constante crujir de madera que merizaba la piel. Muy al contrario, Marc parecía tener muy claro lo que estaba haciendo. Nervioso, no cesaba de buscar con su mirada una indicación de lo cual era el siguiente paso que debía dar. Hasta que lo encontró. Nos dirigimos hacia un lúgobre retrato de una estirada figura oscura y de rostro irreconocible a tamaño natural.
Aún andaba inmersa en mi estudio de lo plasmado sobre aquella tela que Marc comenzó a rajarla con un cuchillo de arriba a abajo y sin cuidado alguno. Lo que nos esperaba detrás era la entrada a un pasadizo sin iluminación alguna, pero eso no frenaba a mi acompañante que se internó en la oscuridad arrastrándome a mí con él. Anduvimos por lo menos cinco minutos sin mayor ayuda que el palpar de nuestras desnudas y cansadas manos hasta que finalmente una luz nos mostró el final del pasillo.
Al juzgar por la expresión de Marc habíamos llegado a nuestro enigmático destino. Era una sala enorme plagada de gruesas columnas de piedra maciza. En medio de la estancia había un enorme bloque de piedra también cubierto por una pesada losa que Marc se apresuró a retirar.
Cuando ésta cayó estrepitosamente al suelo el contenido nos fue desvelado. Ahí dentro bañado en una sucia capa de tierra reposaba un tipo enorme de piel grisácea, calvo y de facciones nada simpáticas. Iba totalmente desnudo y mostraba un cuerpo carente de bello alguno. Mi compañero extrajo de su bolsa un puntiagudo trozo de madera de un grosor considerable y ante mi sororizados ojos y con la ayuda de un pedrusco del suelo a modo de martillo vi clavarse la estaca en el pecho del siniestro tipo de la taúd.
Un grito descarrador me asumió en la más negra de las oscuridades.
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