
PICNIC EXTRATERRESTRE de los hermanos ARKADI Y BORIS STRUGATSKI 3

Description of PICNIC EXTRATERRESTRE de los hermanos ARKADI Y BORIS STRUGATSKI 3
En un futuro cercano, la humanidad se enfrenta a un evento sin precedentes: "La Visita". Seres extraterrestres desconocidos realizan breves incursiones en la Tierra, dejando tras de sí una serie de objetos extraños y peligrosos, como si hubieran tenido un picnic y se hubieran marchado sin recoger. Estas zonas, conocidas como "Las Zonas", se convierten en lugares de gran interés y peligro, donde la ciencia y lo inexplicable se entrelazan.
En este contexto, surge la figura del "stalker", individuos que se adentran ilegalmente en Las Zonas en busca de los artefactos extraterrestres, conocidos como "los regalos". Estos objetos, con propiedades a menudo desconocidas y peligrosas, pueden ser vendidos en el mercado negro por grandes sumas de dinero.
El protagonista, Redrick Schuhart, es un stalker experimentado que conoce los peligros de Las Zonas. A través de sus vivencias, exploramos los misterios que rodean La Visita, los dilemas morales de los stalkers y la naturaleza humana frente a lo desconocido.
Una reflexión sobre la humanidad: "Picnic al borde del camino" es mucho más que una novela de ciencia ficción. Es una profunda reflexión sobre la condición humana, la curiosidad, el miedo a lo desconocido y las consecuencias de nuestros actos. Los hermanos Strugatski nos invitan a preguntarnos: ¿Qué haríamos si tuviéramos acceso a tecnología extraterre? ¿La usaríamos para el bien común o para nuestro propio beneficio?
"Picnic al borde del camino" es una obra maestra de la ciencia ficción que ha influido en numerosas obras posteriores, tanto en la literatura como en el cine y los videojuegos. Su exploración de temas profundos y su narrativa envolvente la convierten en una lectura imprescindible para los amantes del género.
VOZ NARRACIÓN: MARÍA LARRALDE
MÚSICA:
Fondo música Pixabay
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Picnic extraterrestre Arkady y Boris Strugatsky 3 Qué fácil era todo para los científicos.
Para empezar, trabajaban a la luz del día.
Además, lo único bravo era entrar a la zona, porque para regresar, la cabina se conduce sola.
En otras palabras, tiene un mecanismo, un cursógrafo, creo que se llama, que nos lleva a la cabina exactamente por donde vino.
Mientras flotábamos en el aire, en el trayecto de regreso, repitió todas las maniobras, deteniéndose por un momento para proseguir en cada cambio de dirección.
Pasamos sobre cada uno de los tornillos y las tuercas.
Podría haberlos cogido si me hubiera dado la gana.
Mis novatos estaban eufóricos.
Por supuesto, miraban hacia todos lados, prácticamente sin miedo ya.
Empezaron a parlotear.
Tender agitaba los brazos y amenazaba con volver apenas terminara de cenar para trazar la ruta hasta el garaje.
Kirill me tironeó de la manga y comenzó a explicarme el fenómeno de la grave concentración, es decir, la roncha de mosquito.
Bueno, los puse en línea, pero no a la fuerza.
Les conté tranquilamente de todos los idiotas que reventaban en el camino de regreso.
—Cierren el pico —les dije— y mantengan los ojos abiertos si no quieren que les pase lo mismo que al petiso, Lyndon.
Eso dio resultado.
Ni siquiera preguntaron qué había pasado con el petiso, Lyndon.
Avanzamos en silencio.
Yo solo pensaba en una cosa, cómo iba a sacarle la tapa a la botella.
Al fin salimos de la zona y nos enviaron al despiojador.
Los científicos lo llaman hangar médico junto con la cabina.
Nos bañaron en tres tintas diferentes donde hervían tres soluciones alcalinas, nos embadurnaron con cierta pasta, nos rociaron con no sé qué polvo y nos volvieron a lavar.
Después nos secaron y dijeron —Ok, muchachos, pueden irse.
Tender y Kyril llevaban el vacío.
Eran tantos los que habían venido a mirar que no se podía caminar. Muy típico.
No hacían más que mirar y gruñir frases de bienvenida, pero ninguno tenía el valor de tender una mano a los cansados héroes.
Bueno, eso no era cosa mía.
Me quité el traje especial y lo tiré al suelo que los malditos sargentos se encargaran de recogerlo.
Fui directamente a las duchas porque estaba empapado en sudor de la cabeza a los pies.
Me encerré en uno de los cubículos, busqué mi petaca, desenrosqué la tapa y me prendía ella como una lámprea.
Después me senté en el banco donde estaba el alma vacía.
Tragaba ese líquido fuerte como si fuera agua.
Vivía. La zona me había dejado salir.
Me había dejado salir la puta.
Esa maldita y traicionera puta. Estaba vivo.
Los novatos nunca sabían apreciarlo.
Sólo un merodeador sabía lo que era eso.
Las lágrimas me corrían por las mejillas.
No sé si por los tragos o por qué.
Llamé de la petaca hasta dejarla seca.
Yo estaba mojado, la petaca seca.
Por supuesto no alcanzó para ese último sorbo que necesitaba, pero eso se podía arreglar.
Todo se podía arreglar ahora.
Vivo.
Encendí un cigarrillo y mientras fumaba, allí sentado, sentí que todo andaba bien.
Entonces me acordé de la bonificación.
Esa era una de las grandes ventajas que teníamos en el instituto.
Podía ir ya mismo a retirar el sobre o tal vez me lo alcanzaran hasta allí, a las duchas.
Empecé a desvestirme lentamente.
Me quité el reloj y comprobé que habíamos pasado cinco horas en la zona. Dios mío, cinco horas.
Me estremecí. Cinco horas. Dios.
Realmente en la zona no pasa el tiempo.
Pero, pensándolo bien, ¿qué son cinco horas para un mero deador? Un abrir y cerrar.