
PICNIC EXTRATERRESTRE de los hermanos ARKADI Y BORIS STRUGATSKI 4

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En un futuro cercano, la humanidad se enfrenta a un evento sin precedentes: "La Visita". Seres extraterrestres desconocidos realizan breves incursiones en la Tierra, dejando tras de sí una serie de objetos extraños y peligrosos, como si hubieran tenido un picnic y se hubieran marchado sin recoger. Estas zonas, conocidas como "Las Zonas", se convierten en lugares de gran interés y peligro, donde la ciencia y lo inexplicable se entrelazan.
En este contexto, surge la figura del "stalker", individuos que se adentran ilegalmente en Las Zonas en busca de los artefactos extraterrestres, conocidos como "los regalos". Estos objetos, con propiedades a menudo desconocidas y peligrosas, pueden ser vendidos en el mercado negro por grandes sumas de dinero.
El protagonista, Redrick Schuhart, es un stalker experimentado que conoce los peligros de Las Zonas. A través de sus vivencias, exploramos los misterios que rodean La Visita, los dilemas morales de los stalkers y la naturaleza humana frente a lo desconocido.
Una reflexión sobre la humanidad: "Picnic al borde del camino" es mucho más que una novela de ciencia ficción. Es una profunda reflexión sobre la condición humana, la curiosidad, el miedo a lo desconocido y las consecuencias de nuestros actos. Los hermanos Strugatski nos invitan a preguntarnos: ¿Qué haríamos si tuviéramos acceso a tecnología extraterre? ¿La usaríamos para el bien común o para nuestro propio beneficio?
"Picnic al borde del camino" es una obra maestra de la ciencia ficción que ha influido en numerosas obras posteriores, tanto en la literatura como en el cine y los videojuegos. Su exploración de temas profundos y su narrativa envolvente la convierten en una lectura imprescindible para los amantes del género.
VOZ NARRACIÓN: MARÍA LARRALDE
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PICNIC EXTRATERRESTRE Arcadi y Boris Strugatski Cuatro Salté por el cerco y tomé rumbo a casa.
Me mordía los labios.
Tenía ganas de llorar, pero no podía.
No veía más que vacuidad.
Tristeza.
Kirill, compañero, mi único amigo, ¿cómo pudo ocurrir esto? ¿Cómo me las arreglaré sin ti? Tú me pintabas imágenes maravillosas de un mundo nuevo y distinto.
Y ahora alguien en la lejana rusa llorará por ti, pero yo no puedo, y todo fue culpa mía, mía y solamente mía, porque soy un inútil.
¿Cómo se me ocurrió meterte en ese garaje sin dejar que acostumbraras los ojos a la oscuridad? Había vivido toda mi existencia como un lobo, sin preocuparme más que por mí mismo, y de pronto había decidido convertirme en un benefactor, hacerle un pequeño regalo.
¿Para qué demonios le mencioné ese vacío? Cada vez que lo pensaba sentía un dolor en la garganta, ganas de aullar.
Tal vez lo hice porque la gente me evitaba por la calle, y de pronto las cosas mejoraron.
Guta venía hacia mí, venía hacia mí, mi preciosa, mi querida, caminando con esos piececitos hermosos, con la falda balanceándose sobre las rodillas.
En cada puerta había un par de ojos que la seguían, pero ella caminaba en línea recta, sin mirar a nadie.
Me di cuenta entonces de que me estaba buscando.
—Hola —dije—, Guta, ¿dónde vas? Apareció con una sola mirada mi cara aporreada, mi chaqueta empapada, mis manos lastimadas, pero no dijo una palabra.
—¡Hola, Red! ¿Iba a verte? —Ya lo sé, vamos a mi casa.
Se volvió sin decir nada.
Tiene una cabeza preciosa y un cuello largo, como una yegua joven, orgullosa, pero sumisa ante el amo.
—No sé, Red, tal vez no quieras verme más.
Se me estrujó el corazón.
—¿Y eso? —Pero hablé tranquilamente.
—No entiendo a dónde quieres llegar, Guta, perdona, hoy estoy un poco borracho y no razono bien.
¿Por qué crees que no voy a querer verte más? La tomé de la mano, y los dos echamos a andar lentamente hacia mi casa.
Todos los que la habían estado mirando se apresuraron a esconderse.
Vivo en esa calle desde que nací, y todos conocen muy bien a Red.
Y el que no me conoce no tardará en hacerlo.
Es algo que se siente.
—Mamá quiere que me haga un aborto —dijo de pronto—, y yo no quiero.
Di varios pasos más antes de comprender lo que estaba diciendo.
—No quiero abortar, quiero tener un hijo tuyo.
Puedes hacer lo que quieras, irte al último rincón del mundo.
No te voy a retener.
La escuché.
Vi que se iba alterando más y más, mientras yo me sentía cada vez más aturdido.
Eso no tenía ni pies ni cabeza.
En el cerebro me zumbaba un pensamiento absurdo.
Un hombre menos, un hombre más.
Ella me dice que si tengo un hijo de un merodeador será un monstruo, que eres un vagabundo, que la criatura y yo no tendremos familia, que hoy estás libre y mañana en la cárcel.
Pero todo eso no me importa, estoy dispuesta a cualquier cosa.
Puedo arreglarme sola y criarlo hasta que sea hombre, sola.
Lo tendré sola, lo criaré sola y lo educaré sola.
Me las puedo arreglar sin ti también, pero no vuelvas a buscarme, no te dejaré pasar de la puerta.
—Guta, querida mía —dije—, espera un minuto.
No pude seguir hablando.
Una risa nerviosa, idiota, me crecía dentro.
Surgía ya, pichoncita mía, entonces, ¿para qué me buscas? Estaba riendo como un campesino estúpido, mientras ella lloraba contra mi pecho.
—¿Qué será de nosotros, Red? —preguntó entre sus lágrimas—, ¿qué será de nosotros? Frederick Shuhart, 28 años, casado.