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Pillada en la biblioteca

Pillada en la biblioteca

10/14/2025 · 07:06
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El rincón sensual Episode of El rincón sensual

Description of Pillada en la biblioteca

Ana visita la biblioteca de la universidad para leer la obra del marques de Sade, esa noche todo cambiará

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La oscuridad de la biblioteca cerrada era un manto cómplice para los deseos secretos de Ana. Había sorteado la vigilancia con la agilidad de una sombra, su corazón latía con la doble emoción del miedo a ser descubierta y la excitación de la transgresión. Su objetivo, la sección prohibida, donde reposaban las obras del marqués de Sade. Los ciento veinte días de Sodoma, Justín o los infortunios de la virtud. La filosofía en el tocador.

Títulos que resonaban en su mente como un eco de placeres oscuros y vetados. Le daba vergüenza pedirlos a la bibliotecaria y sentir su mirada inquisitiva sobre sus elecciones literarias. Estaba enfrascada en la lectura de la filosofía en el tocador, las palabras de Sade danzaban ante sus ojos desatando una tormenta de sensaciones contradictorias, desde repulsión hasta una punzante curiosidad que se transformaba en una creciente excitación.

Las descripciones crudas y directas de la dominación y la sumisión la atrapaban en una red invisible de fantasías prohibidas. No era la primera vez que Ana se sentía atraída por estos temas. Había incursionado ya en otras lecturas, aunque más discretas, como Historia de O, de Pauline Rehex, donde la entrega total a la voluntad del otro se narraba con una elegancia que la seducía.

Cincuenta sombras de Grey la había iniciado de una forma más suave en el mundo del BDSM, aunque ahora le parecía totalmente prescindible y prefería las obras de Sade que le ofrecían una profundidad y crudeza que exploraban los límites más recónditos de la psique humana. La fantasía de la entrega, de perder el control de su propio cuerpo y mente en manos de otro, era un eco constante en sus pensamientos. Un haz de luz la sobresaltó, rompiendo el hechizo de las palabras. Un vigilante corpulento se alzaba sobre ella, su silueta se recortaba contra la tenue luz de emergencia. El corazón de Ana dio un vuelco.

—¿Qué haces aquí a estas horas, jovencita? —preguntó con voz grave, aunque sin un tono excesivamente severo. Ana, ruborizada hasta las orejas, intentó ocultar el libro, pero el hombre ya había visto la portada. Con manos temblorosas, le mostró los volúmenes de Sade. El vigilante arqueó una ceja, una sonrisa lenta y peculiar curvó sus labios.

—¿Así que te gusta leer estas cosas? Ana sintió tímidamente, sintiendo el calor subir por su cuello. —Sí, me resultan interesantes.

Una risa gutural escapó de la garganta del vigilante, una risa que tenía un matiz burlón y a la vez sugerente. —Interesantes, pues dicen que lo mejor de leer ciertos libros es ponerlos en práctica. Sus ojos oscuros recorrieron el cuerpo de Ana de arriba a abajo, deteniéndose en sus labios entreabiertos. —¿Y tú pareces una chica… dispuesta a aprender? Un escalofrío recorrió la espina dorsal de Ana, formando una mezcla embriagadora de miedo y de una excitación que la tomaba por sorpresa. La amenaza velada resonaba en su interior como una promesa oscura. Sin darle tiempo a reaccionar, el vigilante liberó las esposas de su cinturón. El metal frío brilló bajo la luz mortecina.

—Vamos a asegurarnos de que no te vayas sin terminar tu lección.

Al sentir el frío acero cerrándose alrededor de sus muñecas, un jadeo involuntario escapó de los labios de Ana. No era sólo la incomodidad física, sino una punzada de placer y una extraña sensación de control perdido que la excitaba profundamente. El vigilante sonrió, percibiendo su reacción. Se inclinó, su aliento cálido rozó la oreja de Ana, y susurró con una voz que ahora tenía un deje áspero y dominante. —Buena chica, ahora, vas a quedarte así, con las manos unidas, sintiendo el frío del metal contra tu piel, recordando que en este lugar, a estas horas, las reglas las pongo yo.

Con uno de sus dedos, trazó una línea lenta y deliberada desde el cuello de Ana hasta el escote. La cálida caricia era un contraste provocador en comparación con la frialdad de las esposas. —Vas a permanecer inmóvil, saboreando la impotencia, la dulce rendición que tanto lees en tus libros prohibidos.

Cada latido de tu corazón será un recordatorio de tu pequeña infracción y de mi indulgencia al no denunciarte. Este será tu primer castigo, la antesala de las lecciones que aún tenemos por explorar. Por favor, alcanzó a decir Ana con la voz entrecortada, y sus ojos fijos en el vigilante, había una súplica silenciosa en su mirada.

Era una mezcla de miedo y una curiosidad voraz, una rendición incipiente que se reflejaba en el temblor de sus labios. La idea de lo que podría venir, de explorar esos rincones oscuros que hasta ahora sólo existían en las páginas, la embriagaba.

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