El presente texto es una versión que se ajusta a la esencia del Xin Xin Ming, pero con un estilo libre y fluido para hacer su lectura más clara y accesible. Conserva el sentido profundo del texto original, pero evita construcciones demasiado crípticas, permitiendo que su mensaje se despliegue de manera más natural. La intención es que cada pasaje resuene con la experiencia directa del lector.
Tratado sobre la Confianza en la Mente Original.
La realización del Gran Despertar no es difícil. No requiere de habilidades extraordinarias ni de un esfuerzo desmesurado, pero sí de una actitud abierta y libre de fijaciones. Tan solo evita el apego y el rechazo. Cuando la mente deja de dividir la realidad entre lo que desea y lo que teme, surge de manera natural una comprensión clara y serena.
Cuando no aparece el apego ni el rechazo, todo manifiesta su naturaleza luminosa. La vida se despliega en su plenitud cuando dejamos de filtrarla a través del juicio. Si nos aferramos a una idea de cómo deben ser las cosas, o si nos resistimos a lo que es, oscurecemos nuestra percepción y nos desconectamos de la realidad.
Si aparece la más mínima diferencia, cielo y tierra quedan separados por un abismo. La distinción artificial entre «yo» y «el mundo», entre «bueno» y «malo», entre «correcto» e «incorrecto», es la raíz del sufrimiento. Si deseas ver la verdad ante ti, no tomes partido a favor ni en contra de nada. La sabiduría surge cuando dejamos de alimentar nuestras preferencias y aversiones.
El conflicto entre lo que aceptas y lo que rechazas enferma el corazón y la mente. La constante lucha interna por querer algo diferente a lo que es, genera agotamiento y sufrimiento. Si no comprendes el principio profundo, te esfuerzas en vano en buscar la quietud. La paz no es algo que se pueda fabricar; solo se revela cuando dejamos de resistirnos a la realidad tal cual es.
Pleno como el gran vacío, nada falta, nada sobra. La existencia es completa en sí misma. No hay nada que deba añadirse ni eliminarse. Es precisamente por aferrarnos y rechazar que perdemos nuestra armonía natural. La mente crea sus propios obstáculos, dividiendo la realidad en lo que le gusta y lo que no.
No persigas lo que surge de los fenómenos, ni te aferres a la vacuidad. La verdadera libertad no está en renunciar al mundo ni en aferrarse a la idea de un estado especial. Cultiva una mente y un corazón ecuánimes, y la dualidad desaparecerá por sí misma. La ecuanimidad es la puerta a una comprensión profunda que trasciende los opuestos.
Intentar detener el movimiento solo lo intensifica aún más. La rigidez de querer controlar la mente solo genera más agitación. Cuando el movimiento cesa, la calma regresa. La verdadera serenidad no se impone, sino que surge cuando dejamos de luchar contra el flujo natural de la existencia.
Aferrarse a los extremos impide realizar la unidad. La verdad no se encuentra en los polos opuestos, sino en la totalidad que los abarca. Si no alcanzas la unidad, te perderás en ambos extremos. La dualidad de «correcto» e «incorrecto», «ser» y «no-ser», nos atrapa en una visión limitada.
Al rechazar la existencia, se pierde su verdadera naturaleza; al aferrarse al vacío, se niega su auténtico significado. Si te inclinas demasiado hacia uno u otro lado, te desvías del Camino. Cuantas más palabras y pensamientos, más lejos estamos de nuestra armonía intrínseca. No es a través de la especulación intelectual que se alcanza la comprensión, sino mediante la experiencia directa.
Cuando cesan las palabras y el sobrepensamiento, no hay lugar donde no haya claridad. La mente en su estado natural es luminosa y clara, pero el exceso de conceptos y análisis la oscurece. Volver al origen es alcanzar la esencia; seguir las apariencias es alejarse de la realización. Si diriges tu atención hacia la fuente de tu propia mente, descubrirás lo que siempre ha estado presente.
Cuando la luz se dirige hacia el interior, en un instante se trasciende el vacío ilusorio. Dejar de buscar afuera y volverse hacia la propia experiencia permite ver más allá de las apariencias. Los cambios que parecen tener lugar en el vacío surgen de una percepción equivocada creada por la ignorancia. La realidad no está separada de ti, pero tu forma de percibirla oscurece su naturaleza.
No necesitas buscar la verdad, tan solo suelta las percepciones erróneas. La verdad no es algo que se alcanza, sino algo que se revela cuando dejamos de aferrarnos a nuestras distorsiones. No te aferres a puntos de vista dualistas, actúa con cuidado y no los persigas. La visión de la realidad se aclara cuando soltamos la necesidad de definirlo todo en términos opuestos.
Apenas surge el juicio de correcto e incorrecto, mente y corazón se pierden en la confusión. La división constante entre lo que creemos que debería ser y lo que es nos desconecta de la vida real. Aunque la dualidad surge de la unidad, tampoco te aferres a la unidad. No conviertas la unidad en un concepto más, pues entonces se vuelve una trampa.
Cuando la mente no construye, los diez mil fenómenos se manifiestan sin error. Todo está en su lugar cuando la mente no impone sus juicios. Sin la noción de error, los fenómenos simplemente son. Sin construcciones mentales, no hay apego ni rechazo. La ecuanimidad no es indiferencia, sino ver las cosas sin distorsión, tal como son.
La existencia y la no-existencia dependen una de la otra, y, sin embargo, trascienden esta aparente contradicción. Lo infinitamente pequeño es idéntico a lo infinitamente grande; cuando se olvidan los límites y se disuelven las fronteras, la realidad se muestra tal cual es.
El ser es, en sí mismo, no-ser. El no-ser es, en sí mismo, ser. Estas no son ideas abstractas, sino realidades que se pueden experimentar directamente cuando la mente deja de aferrarse a sus propias construcciones.
Uno es todo, todo es uno. Si comprendes esto, no hay motivo para inquietarse. No hay nada que alcanzar porque nada falta. La esencia de la confianza es la no-dualidad; la no-dualidad es la esencia de la confianza.
Cuando cesa la búsqueda, el Camino se muestra con claridad. Cuando la mente está libre de fijaciones, la realidad se despliega en su plenitud. Una vez aquí, el lenguaje se silencia, y el pasado, el futuro y el presente desaparecen. En ese instante, solo queda el fluir natural de la existencia, sin nada que añadir ni que quitar.