Como lo viví

En el capítulo de este viernes repaso mis dos participaciones en "El susurro de Tatlín", la performance organizada en dos ocasiones por la artista Tania Bruguera en La Habana, con cinco años de diferencia entre una y otra. En la primera edición, en el centro Wifredo Lam de La Habana Vieja, en 2009, formé parte de uno de los momentos más liberadores del arte cubano. En el segundo intento fui detenido y pasé varias horas en una estación de policía. Más que un susurro, aquello derivó en un rugido de intolerancia del régimen que arrestó a varios activistas y artistas, además de lanzar un impresionante despliegue de vigilancia. En este episodio, el último de este año, aprovecho también para anunciar mi próximo podcast que comenzará a partir de enero. Durante los 52 viernes de 2025 contaré detalles de aquellas personas que marcaron mi vida tras interactuar con ellas poco o mucho tiempo, para bien o para mal, desde la simpatía o desde el rechazo. En fin, hablaré de algunos de esos seres humanos que contribuyeron a conformar el Reinaldo que soy.

Aquel diciembre de 1988, cuando me expulsaron del ejercicio del periodismo en los medios oficiales, me sentí víctima de una terrible injusticia y de un equívoco mayúsculo. Poco después, comprendería que aquella salida forzada del periódico ‘Juventud Rebelde’, en realidad, había sido una carta de libertad para ejercer mi profesión sin las mordazas impuestas por el Partido Comunista. Desde entonces hasta ahora, he trabajado y colaborado con innumerables medios de prensa, incursionado en nuevos formatos informativos, ayudado a fundar revistas, blogs y diarios. En fin, que ese momento que viví con dolor, rodeado de verdugos -muchos de ellos también defenestrados posteriormente- lo celebro ahora como una fecha de renacimiento, de nuevas oportunidades y en la que me sacudí unas pesadas cadenas que, lamentablemente, algunos de mis entonces colegas llevan todavía. De aquella liberación personal y profesional es fruto también mi participación en la creación, hace ya 20 años, de la revista digital ‘Consenso’. Aquella publicación fue el embrión de todo lo que vino después y me enseñó mucho sobre el trabajo en un equipo editorial, la publicación en internet y la inobjetable necesidad de que un medio preserve su independencia de grupos políticos y partidos. En este capítulo de ‘Como lo viví’ cuento detalles del nacimiento de aquella publicación y de las personas que le insuflaron vida.

"¡Abajo los Derechos Humanos!" se le escuchó gritar a un recalcitrante oficialista que hace unos años participó en un acto de repudio contra varios activistas. La imagen ejemplifica la difícil relación que el régimen cubano ha tenido siempre con un concepto que aparece recogido en la Declaración Universal de los DD HH adoptada por la Asamblea General de las Naciones Unidas el 10 de diciembre de 1948. A la agresión inicial con la que reaccionaban los seguidores del oficialismo nada más escuchar ambas palabras, se pasó a la actual etapa en la que los castristas intentan secuestrar la fecha acarreando niños y adolescentes a los parques de la Isla y organizando actos públicos tan soporíferos como pobres de asistencia. Lo que no ha faltado en estas últimas décadas han sido los operativos policiales alrededor de la casa de los opositores, los cortes del servicio telefónico y, más recientemente, la ofensiva en la redes sociales para acaparar las publicaciones que salen de Cuba durante esa jornada. De esas cuestiones hablo en este capítulo del podcast y también dedico tiempo, en la segunda parte, para recordar la Columna Juvenil del Centenario, embrión del actual Ejército Juvenil del Trabajo (EJT) y adonde fui a parar tras sufrir una purga universitaria. Aquella sanción, que consistía en enviarme como reportero a un remoto territorio lejos de La Habana, en lugar de un castigo se convirtió en un aprendizaje que moldeó parte de mi rebeldía posterior y me enseñó a hacer un periodismo sin sumisión ni mordaza.

Por muchos años, llevar una credencial del Festival de Cine de La Habana era un símbolo de estatus, que permitía acceder no solo a las proyecciones fílmicas sino también a fiestas, conferencias de prensa y cenas bien surtidas donde uno se podía codear con directores, actores y altos funcionarios. En este podcast cuento algunas anécdotas de aquellos días de diciembre en que la capital cubana se vestía para aparentar cierta libertad creativa y los espectadores hacían larguísimas colas alrededor del Yara, el Payret o el Chaplin. Pero detrás de aquella imagen distendida, el evento era controlado estrictamente por la policía política. Del regaño que recibí de uno de esos inquietos “muchachos del Aparato” cuando entrevisté a un diseñador brasileño hablo en este episodio de ‘Como lo viví’. Ahora, que el Festival no es ni la sombra de lo que un día fue, en parte por los propios excesos de censura que le torcieron el cuello a la cita, cuesta imaginar el fervor con el que íbamos a aquellas salas oscuras y el entusiasmo con el que discutíamos sobre interpretaciones o guiones a la salida de esas maratónicas tandas. Tener una credencial del Festival es hoy casi una obligación burocrática impuesta a directivos y ‘segurosos’ que, ajenos a la pasión por el cine, siguen vigilando de cerca a los invitados, a los periodistas oficiales y hasta a los habaneros que, sin un techo donde dormir, van por estos días en busca de las sombras dentro de La Rampa o el Riviera.

La presencia de un individuo como Fidel Castro en la historia cubana provocó una sacudida cuyos efectos marcan nuestra vida todavía hoy. Al inicial entusiasmo con que fue recibido aquel enero de 1959 en las calles del país, le sucedieron la dudas de algunos sobre la deriva autoritaria que el líder le impregnaba a todo el proceso. En este capítulo del podcast cuento la fascinación que produjo aquel líder de uniforme verde olivo en el Reinaldo niño que fui y el posterior encontronazo que tuvimos ambos en la Universidad de La Habana donde, para decirlo metafóricamente, le vi el verdadero rostro debajo de la máscara carismática que exhibía ante las cámaras. Más tarde, me tocaría también recordarle el lodo en el que había hundido la orden José Martí, la mayor distinción que se entrega en Cuba, al colocarla en las solapas ensangrentadas de Nicolae Ceaușescu, Saddam Hussein, Robert Mugabe y otros dictadores impresentables. Noviembre también me trae recuerdos recientes del 27N, cuando decenas de artistas cubanos se dieron cita frente al Ministerio de Cultura en La Habana en un acto de protesta que marcó, públicamente, la ruptura definitiva del mundo creativo con la política cultural del régimen. Ese gesto de rebeldía se saldó con la represión, la estigmatización y el exilio de muchos de sus participantes.

Ha pasado un cuarto de siglo y ahora, cuando se vuelve la vista atrás y se repasa todo lo relacionado con el naufragio, en noviembre de 1999, del niño Elián González, el debate que provocó entre las dos orillas y su posterior devolución a Cuba, es difícil deslindar aquel momento del individuo en que se ha convertido. Basta escucharlo hablar, con tono robotizado y sin entusiasmo, en las sesiones de la Asamblea Nacional del Poder Popular, de la que es diputado, para que salte de inmediato la pregunta de cómo hubiera sido de haberse quedado junto a su familia en Miami, es ese lugar al que su madre quiso llevarlo y perdió la vida en el mar intentándolo. En el capítulo de este viernes repaso aquellos días que aprovechó el oficialismo cubano para convertir la natural emoción, que genera cualquier tragedia que rodee a un menor de edad, en una vuelta de tuerca ideológica. Buena parte de los que, dentro de la Isla, se pusieron aquellas camisetas con la frase "Salvemos a Elian", hoy viven justo en el país de donde hicieron que lo trajeran de vuelta. También hablo en este episodio de "Como lo viví" del regreso de los restos de los cubanos muertos en Angola, la guerra más larga de nuestra historia y que ocurrió fuera de las fronteras nacionales. A pesar de que la propaganda gubernamental ha tratado de disfrazar aquel pasaje de gesto altruista en solidaridad con África, el tiempo ha dejado claro que se trató de una intervención en los asuntos internos de otra nación, con el apoyo del imperialismo soviético ávido de nuevos terrenos y de nuevos títeres. En las familias que perdieron algún hijo en aquella absurda contienda quedó un vacío irreparable, pero la autocrítica oficial sobre ese turbio pasaje nunca ha llegado. Los muertos siguen muertos y en Angola un clan familiar asfixió por décadas las libertades y extendió la corrupción.

Comenzaron a llegar, contaron sus historias al "otro lado del charco", abrieron las maletas y repartieron los regalos. Entre 1978 y 1979, cerca de 100.000 cubanos exiliados en los Estados Unidos arribaron a Cuba para reencontrarse con sus familiares y amigos en un fenómeno que se conoció como "las visitas de La Comunidad". Los testimonios que transmitieron aquellos viajeros a sus parientes en la Isla abonaron el deseo de emigrar que, pocos meses después, desembocó en el éxodo del Mariel. En este episodio del podcast recuerdo esos días de abrazos y regalos, pero también de intolerancia y miedo de quienes no quisieron estrechar a los suyos por cuestiones ideológicas o por el temor a quedar marcados, ante el régimen, como contrarrevolucionarios. También dedico este viernes unos minutos finales a recordar la convocatoria a la marcha cívica del 15 de noviembre de 2021. En ese momento el oficialismo mostró su peor cara tratando de contrarrestar la iniciativa, que lamentablemente se frustró, y apeló a sus más sucias herramientas: las detenciones arbitrarias, los cortes de servicio telefónico, los actos de repudio y el fusilamiento de la reputación de los promotores de esa demostración pacífica de inconformidad. Desde entonces, la tuerca de la represión no ha hecho más que apretarse y apretarse.

Hace casi una década, en noviembre de 2015, cubrí como reportero el éxodo masivo de cubanos a través de Centroamérica. En aquel momento me tropecé con muchos compatriotas que se negaban a dar sus nombres o a mostrar su rostro ante las cámaras por temor a futuras represalias del régimen contra ellos o sus familiares. Comprendí, en carne propia, que en la mochila con la que salieron de la Isla también se habían llevado el miedo, un pánico alimentado con décadas de vigilancia, amenazas y castigos. Diez años después, por esa ruta siguen transitando cientos y hasta miles de “balseros de a pie” cada mes, llevando a cuesta sus sueños y también sus terrores. De esa experiencia en la frontera entre Costa Rica y Nicaragua hablo este sábado en mi podcast, retrasado en su habitual salida de cada viernes, debido al paso del huracán Rafael por el occidente cubano y a la caída del Sistema Eléctrico Nacional. También dedico unos minutos a la Operación Carlota, el nombre que se le dio a la presencia militar cubana en Angola. Lo que se disfrazó en el discurso oficial como un gesto altruista para ayudar a nuestros ancestros, en realidad fue una intervención a favor de un partido. Las tropas de la Isla participaron en esa contienda para complacer a los soviéticos en sus deseos expansionistas en África. Haciendo un resumen realista y dramático: ellos ponían las armas y nosotros poníamos los muertos.

Era un niño cuando Camilo Cienfuegos desapareció aquel octubre de 1959 y he visto, a lo largo de las décadas, cómo aquel misterio ha pasado por momentos marcados por la esperanza de resolverlo, otros en que la mayoría de los cubanos arribaron a la convicción de que nunca volverían a ver al Comandante de la sonrisa amplia, hasta la actual indiferencia de las nuevas generaciones hacia un tema que fue uno de los grandes puntos nodales del inicio de este régimen. En este podcast evoco desde los falsos rumores de que habían encontrado vivo al sastre de la barriada de Lawton y también las versiones que apuntan a su asesinato por motivos políticos. También dejo unos minutos en este capítulo para comentar el anuncio, hecho hace ya 20 años, de retirar de circulación el dólar en Cuba. Jocosamente llamada "la moneda del enemigo", la divisa estadounidense ha estado entrando y saliendo de nuestras vidas desde que tengo memoria. A veces penalizada su tenencia, otras permitido su uso y otras tantas determinando el día a día de la economía informal, el "fula” es hoy el dinero que da mayor seguridad a los cubanos dada la devaluación del peso nacional. Los "verdes" son los billetes que se utilizan para emigrar, para comprar una casa, ahorrar de cara al futuro aquellos pocos que pueden hacerlo y para las remesas que sostienen a tantos en esta Isla. En fin, el dólar marca el paso de nuestra existencia.

Era 1962 y llevaba varias semanas sin salir de un campamento de recogida de café, en las montañas del oriente cubano. En un breve pase a un pueblo cercano me enteré de que habíamos estado a punto de desaparecer del mapa y de que la Crisis de Octubre nos había llevado al borde de la tercera guerra mundial. Mientras las madres ponían a dormir a sus hijos en otras partes del mundo temiendo que no hubiera un mañana, muchos compatriotas alardeaban de los misiles nucleares emplazados en la Isla y yo ni siquiera me había enterado de la cercanía de la debacle. Por suerte, Fidel Castro no logró salirse con la suya y sobrevivimos para contarlo y condenarlo. De eso y más hablo en el episodio de este viernes. También me muevo entre los recuerdos de otro octubre, pero esta vez de 1983 cuando la invasión de Estados Unidos a Granada. El grado de manipulación del discurso oficial cubano alcanzó en aquellos días unos niveles asquerosos. Mientras trabajaba como constructor en una microbrigada que levantaba el edificio donde todavía vivo, nos hicieron creer que dos de nuestros colegas se habían inmolado envueltos en la bandera antes de caer en manos de las tropas estadounidenses. Las lágrimas, las condolencias a las familias y la rabia nos inundaron durante varias jornadas hasta que los vimos regresar, sanos, sonrientes y contando sus anécdotas del “encuentro cercano con los yumas”.

Toda historia tiene un “detrás del telón”, una parte menos difundida pero posiblemente más compartida a nivel de calle y de mesas familiares. La caída de Fidel Castro en octubre de 2004, tras pronunciar un discurso en la plaza de Ernesto Che Guevara de la ciudad de Santa Clara, es uno de esos pasajes que provocó un aluvión de reacciones dentro y fuera de nuestra Isla. Desde lo sarcástico hasta lo sobrenatural, los cubanos interpretaron aquel tropiezo de múltiples formas aunque, en general, se sintieron aliviados de comprobar la frágil naturaleza humana de un hombre que se había presentado, por décadas, como más cercano a la inmortalidad que a las debilidades terrenales. En este capítulo del podcast recuerdo aquellos días, el deterioro acelerado del caudillo tras sufrir ese batacazo físico y los rumores en voz tenue que recorrieron el país de una punta a la otra. Dos décadas después, las versiones populares de lo que ocurre siguen siendo más diversas y cercanas a la realidad que la historia que cuentan los titulares de la prensa oficial.

El mito de Ernesto Che Guevara ha sido muy usado por el discurso oficial cubano para atraer simpatías, recursos y complicidades a nivel internacional. En este podcast reflexiono sobre aquellos días en que se anunció en la Isla la muerte del guerrillero argentino en Bolivia y fantaseo con un presente en el que, de haber sobrevivido, probablemente estaría entre ese grupo de nonagenarios corruptos y desconectados de la realidad de nuestras calles. Quizás, por el contrario, habría terminado encarcelado por oponerse a Fidel Castro y mostrar públicamente sus desavenencias con el rumbo del Partido Comunista. Difícil saber en qué se habría convertido. A partir de ese octubre de 1967 se estableció la nefasta consigna de "¡Pioneros por el comunismo, seremos por el Che!" que hasta hoy se repite en las escuelas cubanas. Un lema que los niños claman durante el acto de imposición de la pañoleta azul, una rutina que se repite cada año y que no ha impedido que esos estudiantes, una vez convertidos en adultos, se vayan del país, militen en un grupo disidente o ejerzan el periodismo independiente. En fin, que se trata de otra escenografía para las cámaras y los titulares triunfalista que los alumnos y sus padres ejecutan sin convicción ni compromiso. En el capítulo de hoy de "Como lo viví" dedico también unos minutos para hablar del nacimiento del movimiento defensor de los Derechos Humanos y la primera vez que conocí a Elizardo Sánchez, un activista estigmatizado por la propaganda oficial pero imprescindible para sacar a la luz los horrores que se viven en las cárceles cubanas y en esta gran prisión que ha sido, por más de seis décadas, toda la Isla.

Octubre ha sido en Cuba, históricamente, un mes de grandes acontecimientos, algunos fundacionales y otros que casi nos han llevado a la desaparición. El ciclón Flora, por ejemplo, fue devastador y dejó una estela de destrucción con más de 1.700 fallecidos. En esos días, yo era un recluta del Servicio Militar y me sumé a las labores de salvamento en las que presencié escenas que se han quedado grabadas para siempre en mi memoria. En el capítulo de este viernes cuento aquellos momentos de vientos, inundaciones y temores. También evoco en el programa de hoy la fundación del Partido Comunista, la organización que Fidel Castro creó a su imagen y semejanza, marcada por el voluntarismo, la intolerancia política, el irrespeto a la diversidad de criterios y el supremacismo ideológico. El anuncio del nacimiento del PCC, que en aquel momento viví lleno de ingenuidad e ilusión, fue un acto bien montado y calculado por un hombre incapaz de convivir con la pluralidad y la oposición. Más de seis décadas después, seguimos atados al grillete del partido único.

Desgastados y cada vez con menos miembros activos, los Comité de Defensa de la Revolución (CDR) arriban este sábado a sus 64 años. En el capítulo de hoy de "Como lo viví" cuento los detalles menos difundidos sobre el momento en que fueron creados, también las angustiosas guardias cederistas que de manera, casi obligatoria, nos robaron tantas horas nocturnas y las temidas verificaciones que protagonizaban sus dirigentes barriales y que podían hacernos perder desde un empleo hasta la posibilidad de entrar a la universidad. Hoy, cuando de aquella omnipresente organización parapolicial apenas queda un entramado envejecido y formal, compuesto en su mayoría por personas de la tercera edad, vale recordar que el objetivo de su nacimiento no fue impulsar trabajos voluntarios, limpiar las cuadras, preparar a las familias para la vacunación de sus niños ni, mucho menos, cocinar ese remedo pobre del tradicional ajiaco que es la diluida caldosa de cada septiembre. Su razón de ser ha sido siempre la vigilancia, el control y la intromisión en la vida privada de cada persona en esta Isla.

La ofensiva antirreligiosa comenzó en Cuba desde bien temprano tras la llegada al poder de Fidel Castro en enero de 1959. El adolescente que yo era entonces fue instrumentalizado en aquella razia que incluyó la expulsión del país de decenas de sacerdotes y terminó dejando las iglesias casi vacías debido al temor de muchos de acercarse a los templos y quedar marcados como “contrarrevolucionarios”. Reventar con gritos las misas, arrancar escapularios y lanzar frases soeces a los curas formaron parte de esos agravios que ahora el régimen intenta barrer bajo la alfombra del olvido. En este capítulo del podcast, sin embargo, rescato esos momentos que trajeron parte de los males de la intolerancia y la menguada espiritualidad que nos siguen marcando hoy día como sociedad.

La llegada de un cosmonauta cubano al espacio fue presentada a nivel internacional y ante la opinión pública dentro de la Isla como una prueba del desarrollo tecnológico derivado de nuestro modelo político y económico. En esa carrera espacial en la que se embarcó la Unión Soviética para rivalizar con Estados Unidos, a Cuba le tocó representar el papel de un diminuto satélite atraído y controlado por la potente gravedad que emanaba del Kremlin. Arnaldo Tamayo, el primer ser humano que habló español en el espacio, se convirtió en un símbolo para muchos niños y adolescentes que no imaginaban que el futuro que les aguardaba no iba a tener nada de estelar ni de sofisticado. En este podcast cuento cómo viví aquellos breves momentos de ilusión y de mirar hacia arriba, que se experimentaron en la Isla al unísono de que miles de cubanos seguían saliendo por el Puerto de Mariel. Eran los que escapaban de un sistema que perseguía lejanas galaxias pero no lograba concretar la realidad de una vida más digna para los que estábamos por acá abajo.

El largo y asfixiante abrazo del oso soviético nos trajo la copia al carbón de muchas estructuras burocráticas de la URSS y también de las efemérides que se conmemoraban por todo el campo comunista. El Día del Periodista, que se celebraba en Cuba el 8 de septiembre, es una de esas fechas calcadas de un bloque que ahora solo existe en los recuerdos. Hoy, en este podcast, evoco aquellos momentos en que los reporteros, editores y columnistas de los medios oficiales nos reuníamos para festejar y divertirnos, aunque la jornada estaba marcada por un hecho trágico: el asesinato, a manos de los nazis, del escritor y periodista checo Julius Fučík. Para un segundo momento, evoco otro día importante de este mes, pero en este caso marcado por la espiritualidad. Las procesiones de la Virgen de la Caridad del Cobre, que estuvieron prohibidas por mucho tiempo, ahora se realizan bajo los atentos ojos de la Seguridad del Estado. El mar de gente que abarrota varias avenidas habaneras muestra que mientras hay fechas que se imponen desde arriba, otras brotan del deseo y la espontaneidad de una sociedad. Esas últimas pueden permanecer agazapadas por la represión y el miedo, pero terminan volviendo a brotar. A veces, incluso, con más fuerza.

Largos apagones, desabastecimiento y colapso del transporte fueron las señales más visibles de aquella crisis que el oficialismo cubano llamó Período Especial. Sin embargo, los cortes eléctricos, el hambre y el colapso de la movilidad eran apenas las dificultades visibles de un proceso más complejo: la puesta en pausa de "la construcción del socialismo" en Cuba tras la caída de la Unión Soviética y del bloque comunista. La incorporación de elementos de la economía de mercado, como la inversión extranjera, la autorización para el ejercicio del trabajo privado y la circulación libre de las divisas constituyeron el giro principal que se dio en aquellos años 90 y que sigue incidiendo en el rumbo de la nave nacional hasta el día de hoy, como cuento en el capítulo del podcast de este viernes. Tres décadas después, seguimos sumidos en similares -y hasta peores- problemas cotidianos. Las míticas conquistas de la revolución que pretendieron salvarse con aquellos timonazos hoy se encuentran en estado de coma. Desde la cúpula del régimen nadie se atreve a decretar el final de aquel Período Especial pero tampoco a considerar la actual realidad de la Isla como parte de la misma crisis, la misma vieja crisis.

Una mujer, de más de 60 años, me decía adiós con la mano mientras la balsa en la que iba se alejaba del Malecón habanero. Ella no me conocía, pero yo era la única persona en ese tramo del litoral aquel 21 de agosto de 1994 en plena Crisis de los Balseros. Nunca supe si llegó con vida a su destino, sin embargo la imagen se me quedó grabada como parte del desespero que llevó a miles de cubanos a salir de la Isla en embarcaciones precarias, arriesgando sus vidas con tal de dejar atrás este sistema fallido en lo económico y represivo en lo político. De aquellas jornadas tumultuosas hablo en el podcast de este viernes. Muchos pensamos que esa estampida sería también el fin del régimen y nunca sospechamos que 30 años después viviríamos otro éxodo masivo en esta ocasión a través de la selva del Darién, usando como inicio de la ruta migratoria la ciudad de Managua, en Nicaragua, o echando mano del parole humanitario para Estados Unidos. Han pasado tres décadas desde aquella escena de una anciana moviendo su mano frente a mi rostro y Cuba sigue siendo un país en fuga y una nación que no ha dejado de construir la balsa de la escapada.

Tomé un taladro, abrí un hueco en la pared y metí, enrollados y dentro de una cánula, aquellos billetes que sumaban 150 dólares. Era la época en que la tenencia de esa moneda extranjera era castigada con penas de cárcel. El temor a ser atrapado con aquellos "fulas", que había ganado en una colaboración periodística con el diario británico The Guardian, me obligó a improvisar esa discreta "caja fuerte". En el capítulo de este viernes cuento aquella zozobra que vivimos tantos cubanos y la posterior despenalización de la moneda estadounidense en la Isla. A la prohibición de llevar el rostro de Washington o Lincoln en el bolsillo le sucedió, poco después, otro momento en que había que mostrar "la divisa" antes de acceder a las tiendas que comenzaban a aceptar clientes nacionales después de largo tiempo destinadas solo a diplomáticos y turistas. La dolarización de la economía cubana fue uno de los pasos más osados emprendidos por el régimen cubano en estos 65 años. Aquella flexibilización resultó ser fruto más de las ansias de Fidel Castro de aferrarse al poder, tras el fin de la Unión Soviética, que del deseo de facilitarnos la vida a los ciudadanos. Los efectos de aquella decisión llegan hasta el día de hoy.