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PRISIONEROS - 2

PRISIONEROS - 2

6/2/2025 · 50:06
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Description of PRISIONEROS - 2

Un relato de terror de María Larralde

Loftus Hall es una mansión con una gran historia que contar. Ubicada en Irlanda, en el Condado de Wexford, se yergue como un faro en la península de Hook. En ella han habitado personalidades excéntricas, hurañas y perturbadas por sombras que surgen de las entrañas del legendario caserón. Pero ahora, una familia adinerada, los Quigley, han comprado esta magnífica residencia sin saber que los secretos que esconde los convertirá en sus prisioneros. Una historia basada en las leyendas originales, pero completamente innovadora adquiriendo matices de terror y Ciencia Ficción.

¡Un escalofriante descenso al terror! Ahora en audiolibro para todos vosotros...

La lectura se realizará por partes numeradas, ya que la novela no tiene capítulos, para evitar vídeos excesivamente largos y estarán accesibles en una Lista con el nombre de PRISIONEROS en YouTube y en Ivoox.

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PRISIONEROS Una novela de terror de María Larralde Parte 2 Fui a la cocina a preparar el desayuno de los niños.

Albert, mientras tanto, los cambiaba de ropa.

De repente miré por la ventana.

Era una mirada sin objetivo.

Sólo deseaba ver el hermoso césped que cubría los alrededores de toda la casona.

Un césped cuidado, agradable, donde mis hijos jugaban felices todos los días.

Entonces fue la primera vez que la vi.

En el centro del espacio rectangular que era el jardín rodeado por una vieja valla de piedra.

Era una entidad extraña, aunque la percibí como una mujer.

Pero no puedo explicar por qué, ya que en realidad no podía ver sus rasgos.

Era muy, muy alta y estaba cubierta con una especie de ropa ligera.

La sensación de caída de la tela era similar a la del tul.

Estaba cubierta por una capa, o algo similar, con una capucha de color rojo vibrante que parecía emitir una especie de resplandor suave.

Pero ella, aquella cosa con forma humanoide, era de un color pálido, blancuzco, enfermizo.

Podría definirla como una mujer escuálida, tan delgada como un cadáver.

Su rostro era ovalado, delgado.

De repente, sin esperarmelo, abrió unos grandes ojos negros con los que se quedó fijamente mirándome.

Fue como si su rostro se fuera formando conforme se iba materializando.

No vi nariz ni boca en su ovalada cara.

La intensidad de su mirada me asustó.

Me sentí intimidada.

Era una mirada amenazante, horripilante.

Grité, grité como una loca.

Creía que la figura se marcharía, que sería una alucinación.

Pero esa cosa mantuvo su mirada hacia mí, y acto seguido con un dedo escuálido que se acercó a la cara, hizo el gesto de que me callara.

Salí corriendo al cuarto.

Mi marido ya cerraba la puerta, dejando a los niños encerrados por seguridad.

Le dije lo que había visto afuera.

Salió al jardín.

Yo miraba desde la ventana.

La señora estaba ahí, seguía ahí.

Al verte la miraba sin acercarse demasiado.

Ella comenzó a abrir más los ojos.

Su cuerpo era blanco y esquelético, cubierto por aquella especie de túnica abierta por el centro, que permitía ver su repugnante delgadez.

Comencé a darme cuenta de que no era una túnica.

Esa envoltura más bien parecía una especie de placenta encarnada dentro de la que se encontraba aquella criatura extraña.

Miré bien sus formas y no parecía tener sexo.

Era todo hueso y piel blanca pegada al mismo.

Aquella cosa miraba al verte con ojos penetrantes.

Posada sobre el césped, comenzó a moverse hacia la casa.

Los dos animales, Sariel y Lenny, estaban afuera sin prestar la más mínima atención a aquel ser.

Me di cuenta de que no la percibían, no la veían, no la oían, no la escuchaban.

Albert entró corriendo en la casa, cerró la puerta con pestillo y tomando a nuestros hijos salimos por detrás, dando todas las vueltas de llegar al coche.

Allí no había nadie, pero los dos la habíamos visto, estábamos seguros.

Albert comenzó a llorar, me di cuenta de que se iba a derrumbar.

Era demasiado, aquello era demasiado, así que decidí conducir yo.

Mi marido estaba en shock.

Yo no sabía si marcharnos serviría de algo, pero no teníamos otra opción.

Ante aquella cosa que no parecía de este mundo, no teníamos otra opción.

Arranqué el coche y salimos.

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