

Description of Provocación entre lesbianas
No chicos, no soy bisexual: soy lesbiana al cien por cien. Pero no cualquier lesbiana… soy de las que cuidan cada detalle, femeninas, con estilo y actitud. La semana pasada, en un bar de ambiente, conocí a una chica llamada Ana. Entre la química instantánea y la tensión del momento, acabamos liándonos allí mismo, frente a todos. El resultado: un show que nadie olvidará.
Escribo novelas eróticas.
Y sí… ya sé lo que estás pensando:
“Seguro que una chica que escribe esas cosas es un poco traviesa.”
Pues tienes razón.
Lo soy.
Y me encanta serlo.
Cada lunes te cuento una historia nueva,
de esas que suben mucho la temperatura.
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Me gustan las mujeres. A la mayoría de los hombres le gustan las mujeres. Vaya novedad.
Pero es que yo soy una mujer. Una de esas que calienta motores cuando piensa en chicas.
No es que tenga manía a los tíos, ni tampoco me dan asco. Simplemente no me dan ni frío, ni calor, ni fúnefa.
Vamos, que no me ponen. Vale, vale, ya sé lo que estás pensando. Que nunca he topado con un tío hecho y derecho.
Eso es un tópico al que recurren muchos hombres, cuya fantasía sexual es llevarse a la cama a una de nosotras, a quien no le gustaría redimir a una lesbiana. Seguro que te encantaría hacerme el amor para que luego te dijera Oh cariño, antes de conocerte me gustaban las mujeres, pero ahora me gustas tú, que macho eres.
A mí me gustan las mujeres y no voy a cambiar. Me gustan desde siempre, desde que tengo uso de razón.
Aunque no me atreví a dar el paso hasta que no cumplí los 20. Al principio negué mis inclinaciones homosexuales y salí con varios chicos. Incluso hice el amor con alguno de ellos. Y gocé todo lo que se puede gozar una mujer con un hombre.
Sin embargo, nunca fui tan feliz como la primera vez que lo hice con una mujer. Como no tengo pareja estable, suelo ir a ligar a uno de esos bares de ambiente en los que no dejan entrar a tíos. Allí conocí la semana pasada una chica que se llamaba Ana. Era alta, morena, de piel blanca y unos labios gruesos y rojos que decían bésame.
Tenía un cuerpo increíble, unas piernas largas y esbeltas, un culo muy tentador y un par de pechos, pequeños, pero muy apetecibles.
Se encontraba al final de la barra tomándose un whisky. Debía de ser el tercero porque tenía los ojos bastante rojos, aunque también podía ser por culpa del humo o del tabaco, pues el ambiente estaba bastante cargado.
De todos modos, la muchacha estaba bastante alegre y muy dispuesta a pasar un rato en compañía de otra fémina.
Pronto nos sentamos en el rincón más oscuro del bar. Allí puedes montártelo de forma discreta sin dar demasiado el espectáculo.
Empezamos con un beso de tornillo. Juntamos nuestros labios, abrimos nuestras bocas y nos tragamos la lengua de la otra.
Aquel morreo me encendió como una cerilla. Mis manos explotaron y exploraron su cuerpo como si fueran dos legiones de hormigas en busca de un terrón de azúcar. No dejaron un solo centímetro de su blusa o de su falda sin inspeccionar.
Se iban de un lado al otro y luego volvían a pasar por el mismo sitio. Qué cuerpo tenía, sin un centímetro de grasa, como el de una modelo de dieciocho años. Era todo mío. Ella empezó a desabrocharme los botones de la blusa y yo le dejé hacer.
Tenía las manos frías, congeladas, pero me daba igual. Estaba deseando que me metiera mano, que me tocara las tetas, que me las liberara del sujetador y jugara con ellas. Cerró los ojos y me concentré en sentir sus dedos cogiéndome los pezones.
Con estos tocamientos consiguió ponérmelos duros. Yo por mi parte tampoco había perdido el tiempo.
Le había desabrochado la blusa y extraído sus tetas. Las tenía pequeñas y puntiagudas, como las de una quinceañera.
Aquel par de torcinillos de cielo me daban mucho morbo. Le pegué un mordisco al derecho y me lo metí por completo en la boca.
Era dulce, suave, tierno, delicioso. Ella gemía y suspiraba. Le gustaba que le comieran el pecho. Luego hice lo mismo con el izquierdo.
La chica estaba fuera de sí, completamente excitada, sin cortarse ni un pelo. Puso su mano entre mis piernas, me bajó la cremallera del pantalón y la introdujo.
Estuvo acariciándome mis bragas hasta que se abrió paso por ellas para llegar a los pelos del pubis.
Parecía un chiste, pero tenía la raja al rojo vivo. Jugó con los pelos durante un instante y me arrancó un buen manojo. Aquella mujer quería depilarme, sincera. No me quejé, pues aquel acto de sadismo me calentaba aún más.
Mientras ella arrancaba trocitos de pelo de ese campo carnoso, húmedo y ardiente, yo posaba mi mano derecha en su rodilla y recorría su muslo.




















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