Rockosmos: Luz fantasma

Ahora amigos parroquianos, vamos a abrir la ventana que hay junto a la gramola de la taberna, para poner nuestra mirada en esas luces que adornan nuestra bóveda nocturna. Hoy os voy a invitar a sacudir el polvo de vuestra imaginación. Este rocosmos estará lleno de experimentos mentales con el fin de recuperar la capacidad de sorprendernos con el funcionamiento del universo en el que vivimos.

Ahora apúrate ese culín de cerveza porque hoy viajaremos a la velocidad de la luz hacia la memoria de las estrellas. Padre ¿cree en los fantasmas? Claro que sí, hijo mío. ¿De verdad? Jamás lo hubiera imaginado. Oh no, no en los fantasmas humanos. No, en esos no. Pero mira hacia arriba, hijo mío, y contempla un cielo lleno de ellos. ¿Las estrellas, padre? No lo entiendo.

La luz de las estrellas viaja muy rápido, más que nada, pero no infinitamente rápido. Se necesita tiempo para que su luz llegue hasta nosotros. Las más cercanas tardan años en llegar, otras siglos. Algunas estrellas están tan lejos que hasta dentro de varios eones su luz no llegará hasta la Tierra. Cuando la luz de determinadas estrellas llegue aquí, ya estarán muertas. De dichas estrellas solo vemos sus fantasmas.

Vemos su luz, pero sus cuerpos perecieron hace mucho, mucho tiempo. Yo he visto más atrás en el tiempo que cualquier hombre que me haya precedido. Millones de años atrás. Hay algo profundamente inquietante en mirar al cielo por la noche. No por lo que vemos, sino por lo que ya no está. Lo que contemplamos no es el presente del universo, sino su memoria encendida, ecos luminosos de lo que un día fue.

A esta luminosidad la llamamos luz fantasma, porque es literalmente una presencia sin cuerpo, una señal sin fuente, una despedida que llega tarde, cruzando el abismo del tiempo para rozarnos la retina. Cada fotón de luz que reciben nuestros ojos es un mensaje milenario, una carta lanzada desde un pasado remoto, cuando la Tierra no era más que polvo girando alrededor de una estrella con muchas posibilidades. Y sin embargo, aquí estamos, leyendo esas cartas, traduciendo esas luces y escuchando los susurros del universo en su idioma más antiguo, la luz.

Hoy vamos a hablar de eso, de cómo ver el cielo es también ver fantasmas, y de cómo el universo nos habla desde su cementerio de estrellas.

Comencemos nuestro viaje yendo aquí al lado. Tomemos como ejemplo la luz de nuestro Sol.

En lo más profundo de nuestra estrella, la alquimia del universo se manifiesta. Como ya sabemos, en su interior los átomos de hidrógeno se fusionan para formar helio, y en este acto de transformación se libera una energía descomunal. Luz, calor, rayos gamma… un estallido constante que mantiene a la estrella encendida como un faro en la oscuridad cósmica.

Pero esta luz no nos llega de inmediato, la densidad de la estrella es muy baja.