Sábado Santo 19 de abril - Sábado del silencio.

Sábado santo. Hoy no hay palabra de vida. ¿Por qué? Porque hoy no se celebra la Eucaristía.

Esta noche sí, celebraremos la vigilia pascual y gozaremos con Jesús, pero no existe una misa del sábado santo. ¿Por qué? Porque la iglesia guarda silencio. La iglesia respeta que Jesús, ayer viernes santo, a las tres de la tarde, es cuando nos dice San Juan que sucedió su muerte, Jesús entrega su vida al Padre, algunos discípulos lo entierran y dejan pasar el sabat, el día del descanso. Hoy es un día silencioso. Solamente cuando ya termine este sábado y comience ya con la primera estrella de la tarde y, por tanto, con el comienzo de la noche, el día del domingo, y entonces que es el día de la resurrección de Jesús, la iglesia exultará.

Hoy es un día, eminentemente, mariano. Es un día en el que acompañamos a la Virgen. Es un día en el que, de algún modo, sólo ella, sólo ella que tenía la esperanza de la resurrección, que sabía que su hijo iba a resucitar, sólo ella puede comprender a los hijos desconsolados, a sus hijos desesperados, a sus hijos que han perdido familiares, a sus hijos cuya vida ha sido destrozada, porque ella les puede decir, pero si yo pasé por lo mismo que tú, y lo pasé por ti, y de algún modo María nos invita a salir de nuestro dolor y a encontrarnos con el dolor de los demás. A veces sólo pensamos lo que a mí me ha pasado, lo que a mí me han hecho, lo que yo he tenido que sufrir.

Centramos todo en nosotros mismos. María nos invita, y María nos dice, no, la vida es más, es mucho más que lo que te pasa a ti. Mira a tu alrededor, piensa en mi hijo crucificado que ha muerto por los demás, piensa en tanta gente buena que ha dado su vida por los demás, piensa en tanta gente que ha sido probada y que tú, como ellos, estás llamado a ser valiente, estás llamado a ser fuerte, no con tus fuerzas, sino con la fuerza de Jesús. ¿Qué haría la Virgen María hoy sábado santo? ¿Con quién estaría? Estaría, por supuesto, a la espera de la resurrección. Ella sabía que su hijo iba a resucitar, aunque esta fe no le quitaba ni una gota de dolor.

Había visto cómo su hijo era despedazado, destruido, y sin embargo nunca perdió la esperanza. Había saboreado la maldad de los hombres y había saboreado la injusticia de la muerte, y aun saboreándola, experimentándola dentro de sí, no se rindió. Dicen que la mejor definición del cristiano es el que nunca se rinde. Aunque todo esté perdido, aunque todo sea, nunca nos podemos rendir. ¿Por qué? Porque sabemos que la última palabra siempre la tiene Dios, siempre la tiene el Señor, y en María, madre de la esperanza, encontramos el modelo y el camino para ser un discípulo que nunca pierde la esperanza.