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By Once Julio Relatos prohibidos
La segunda vez que me follé a mi madre.

La segunda vez que me follé a mi madre.

3/22/2025 · 15:51
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La segunda vez que me follé a mi madre.

Eros cree en las segundas oportunidades, y su madre también.

2005.

Me gustaría decir que después de perder la virginidad con mi madre todo me mejoró, que gané confianza en mí mismo y me volví inmune a los insultos y las bromas crueles, pero no fue así.

Los dos años que me quedaban de instituto fueron una tortura, aunque la culpa no fue solo de los de siempre, lo que me torturaba era ver a Laura.

Ella estaba allí, como una más de la clase, como si no hubiera sufrido también el desprecio de ellos cuando se juntaba conmigo.

Nunca me insultó ni se unió a los demás en ese sentido, de hecho, ni siquiera me elegía la palabra, y quizás eso era lo peor de todo.

Lidié con la situación lo mejor que pude, siempre con el apoyo de mi madre.

Pese a que no me estaba comiendo el mundo como ella quería, mi madre jamás se movió de mi lado.

No hablábamos de lo que ocurrió entre nosotros la noche del baile, aunque tampoco hacíamos ver que no había sucedido.

Nos referíamos a ese momento tan íntimo, si era necesario, como aquello que hicimos.

Hasta que empecé la universidad y entonces mi vida sí que comenzó a cambiar.

Nunca sería una de esas personas que tienen la capacidad de relacionarse con todo el mundo, pero lejos de ese ambiente tóxico en el que había estado durante años tuve una especie de resurgimiento.

Hice amigos, chicos de mi edad que veían en mis buenas notas algo digno de admirar y no un motivo para poder humillarme.

Y también conocía muchas chicas.

Por desgracia, seguía pensando en Laura mucho más de lo que se merecía, y probablemente por eso no lograba mantener relaciones duraderas, solo de las esporádicas.

Tenía sexo con cierta frecuencia, nunca tan morboso como cuando lo hice con mi madre, pero al menos no me causaba remordimientos.

Con unas notas tan impresionantes, al terminar la carrera no me faltaron ofertas de trabajo.

Mi padre me ofreció un puesto en su empresa, y tuve que explicarle, procurando que no se sintiera ofendido, que yo aspiraba a mucho más.

Eso fue lo que logré, un empleo importante con un sueldo que, para empezar, no estaba nada mal.

¿Qué es eso de que estás buscando piso? En algún momento tendré que volar en solitario.

¿Por qué? ¿Por qué tengo veinticinco años y es lo normal? Es que no estás bien aquí.

¿Sabes que sí, mamá? Hay por ahí una chica y no me has dicho nada.

Ojalá.

Eso es que no.

No la hay, pero no te voy a responder a nada más sin la presencia de mi abogado.

Ya me callo, pero no tengas prisa en irte.

No la tengo, tranquila.

Sabía que se enteraba de todo y que no le haría ninguna gracia, y aún así cometí la imprudencia de comentarle a mi padre que había mirado algunos pisos, para cuando estuviera listo para independizarme.

Ojalá hubiera necesitado ese espacio para tener intimidad con alguna chica en concreto, pero eso, en aquel momento, no era así.

En aquel momento.

Llevaba tres meses en la empresa cuando me avisaron de que habían contratado a una secretaria nueva.

Me advirtieron de que era una apuesta personal del jefe y que tendría que tener algo de paciencia, al menos al principio, porque estaba un poco verde.

Yo también era un novato, así que no estaba para exigir.

Hasta que vi de quién se trataba.

Como si el mundo no fuese suficientemente grande, Laura, a la que había perdido de vista siete años atrás, estaba allí, recién contratada como secretaria.

Era la última persona con la que hubiese querido encontrarme, porque aún no había superado lo roto que me dejó el corazón, y porque no me fiaba de mí mismo.

Pese al dolor, hasta el último día de instituto estuve fantaseando con la posibilidad de que Laura se diera cuenta de que era conmigo con quien quería estar, pero nunca sucedió.

Me aterraba volver a ilusionarme con algo en lo que no debería pensar ni siquiera aunque ella me pidiera perdón de rodillas y me jurara estar aún arrepentida.

En ese momento más que nunca, tenía que protegerme odiándola, pero no lo iba a conseguir.

A Laura los años le habían sentado muy bien, estaba guapísima.

Aunque yo la miraba tanto como ella a mí, ninguno de los dos nos atrevíamos a dirigirnos la palabra.

Al final, fue una cuestión laboral lo que no me dejó más remedio que dar ese paso.

El jefe quiere que le lleves ya el informe.

Lo tendré en quince minutos.

Ha dicho que lo quiere ahora.

Tengo que acabarlo, Eros.

Aquí nadie me llama por mi nombre.

Pero yo siempre te he llamado así.

Siempre.

Llevas casi diez años sin hablarme.

Y lo lamento, pero ahora trabajamos juntos y toca hacer borrón y cuenta nueva.

¿No trabajamos juntos? ¿Cómo que no? ¿Trabajas para mí? Puedo darte órdenes.

Llámalo como quieras, la cuestión es que compartimos oficina.

¿Por qué te han enchufado según cuentan? Sí, conozco al jefe, igual por eso te conviene tratarme un poco mejor.

Eso es una amenaza.

No, joder, solo quiero que nos llevemos bien.

Lo veo difícil.

¿Por qué no quedamos un día fuera de aquí y me cuentas cómo te va? ¿Por qué no te lo mereces, Laura? No me lo merecía, pero he cambiado y te lo quiero demostrar.

El informe.

Enseguida lo termino.

Sabía que si le daba la oportunidad de seguir intentándolo caería en la tentación, porque estaba muy buena, porque todavía sentía algo por ella y porque yo era muy débil.

Por ese no quise acercarme más a Laura, pero ella interpretó ese primer acercamiento como una invitación a hablarme cada vez que le apeteciera, como si ya estuviera todo solucionado.

No puedo negar que me resultaba agradable que la comunicación, aunque fuera de esa manera, volviese a fluir entre nosotros.

De hecho, se llegaban a crear situaciones casi cómicas, porque ella me seguía insistiendo en vernos fuera de la oficina y yo me negaba, pero cada vez resultaba más evidente que trataba de tirar de orgullo cuando, en realidad, me moría de ganas.

En más de una ocasión estuve a punto de compartir el dilema con mi madre, pero era absurdo, sabía con total certeza que ella jamás lo aprobaría, así que me lo callaba.

Una tarde, al salir de la oficina, Laura me estaba esperando en la calle y tiró de mí hacia la cafetería más cercana.

Aunque acabé cediendo, no tenía intención de ponerle las cosas fáciles.

Me vas a hablar hasta que alguien en la oficina te diga que no lo hagas.

¿Aquí también se meten contigo? Claro que no, son personas adultas y decentes.

Igualmente no lo haría.

Seguro que pensabas lo mismo en el instituto.

Hasta que me convencieron a base de amenazas.

Nunca te vi demasiado incómoda.

No podía mostrar debilidad.

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