"Silencio", una fábula de Edgar Allan Poe

No hay ser pensante que en algún momento luminoso de su vida de pensamiento no se haya sentido perdido entre las oleadas de esfuerzos inútiles por comprender o creer que existe algo más grande que su propia alma.

Edgar Allan Poe, Eureka, un poema en prosa Sí, amigas, vuelve el maestro Poe a noviembre nocturno con una obra que reinterpretamos para ustedes en homenaje a su afamada prosa poética.

Y es que pocas historias de nuestro querido Edgar condensan con tanta precisión la esencia de su pensamiento poético y filosófico como su breve pero enigmática fábula, Silencio.

Publicada por primera vez en la década de 1830, ha desconcertado a generaciones de lectores por su mezcla de simbolismo, prosa poética, parábola filosófica y narración fantástica.

Apenas unas páginas bastan para que Poe construya un universo arquetípico que explora uno de los temas más profundos y perturbadores del pensamiento.

La experiencia del silencio como metáfora del vacío, del límite del lenguaje, de la aniquilación del yo y el vértigo existencia.

Suelen decir los estudiosos de su obra que la fuerza de esta fábula reside en su sistema simbólico, cuidadosamente entretejido a través de imágenes primigenias.

Y el paisaje, descrito por su curioso protagonista, al que muy pronto conocerán, no es un entorno natural cualquiera.

Podría tratarse de un mapa interior, una geografía del alma atormentada por su propia insignificancia frente al cosmos inabarcable.

Es que el símbolo más potente de la fábula es sin duda el que le da título.

Silencio, no como una mera ausencia de sonido, sino como una entidad activa, una presencia totalizadora.

De esto se sirve el escritor para recordarnos que el lenguaje no sólo nombra la realidad, sino que es capaz de crearla.

El verbo, amigos, el verbo tiene un poder arrebatador, un poder del que ya hablaban los antiguos.

La palabra nos permite reclamar una ausencia, llenar un hueco del vacío, dar sentido a lo que suponemos no lo tiene a simple vista y convertirlo en una fuerza universal, en un instrumento incluso ante el cual la humanidad sólo puede inclinarse con el pavor y la admiración que antecede a la comprensión de los mitos.

El poeta Thomas Hardy describía de forma similar los temores de los mortales ante el vacío de las estrellas.

A primera vista difícilmente pensarías que monstruos horribles yacen allá arriba, esperando ser descubiertos por una mente medianamente penetrante, monstruos que no son siquiera comparables con la humanidad.