
La sociedad vitoriana: la oscuridad de la moral

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Bajo la sombra de Victoria
P2/2 La sociedad victoriana: la oscuridad de la moral
Londres, 1888. Mientras los relojes marcan el ritmo y los candelabros iluminan la fachada del orden victoriano, en los sótanos de la moral se ocultan deseos, abusos y silencios.
En este episodio nos adentramos en la oscura maquinaria social del siglo XIX británico: el hogar como teatro de la virtud, el cuerpo femenino como territorio de control, la infancia obrera como engranaje económico, y una doble moral sexual que predicaba castidad mientras consumía pornografía y prostitución. Desde los rituales del duelo hasta los corsés que moldeaban cuerpos y conciencias, recorremos los laberintos de una sociedad obsesionada con el orden… y profundamente marcada por la represión.
Bienvenidos al segundo capítulo de esta serie: un viaje narrativo al núcleo de un siglo que aún respira en nuestra memoria.
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· Hymn heroes epic.
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Sarre, 1888. Es lunes. La señora Wilkinson revisa el comedor antes de que lleguen las visitas. El mantel está planchado, los candelabros alineados, el piano cerrado. Su hija mayor cosea en silencio en un rincón. En el piso de arriba, el padre lee el Times en bata, con el reloj de bolsillo sobre la mesa de noche. La criada en la cocina remueve una olla mientras calcula cómo estirar la leche hasta el miércoles. Cada uno ocupa su lugar.
Cada uno sabe lo que de ellos se espera. Afuera llueve, dentro reina el orden. O algo que se le parece. El orden fue la obsesión de la sociedad victoriana, que se ponía desde la intimidad de los hogares y se trasladaba a todos los estratos de la sociedad acomodada, puesto que a los trabajadores el orden se les exigía más en la imposición de unas largas jornadas en las fábricas que en el comportamiento social. El tiempo comenzó a medirse con los relojes y todo comenzó a arreglarse.
La obsesión por el dominio de la naturaleza a partir de la ciencia también cambiaría la forma de ver la vida, para darle un sentido racional prácticamente a todo, pues se pensaba que el estudio científico acabaría descubriendo todos los enigmas que rodeaban al hombre. Sin embargo, los instintos humanos, los deseos y los sentimientos, duramente reprimidos por este ansiado control en pos de una civilización tan reglada, acabarían ocultándose dando lugar a un submundo oscuro, donde las pasiones se desataban en privado, fuera de los ojos aviesos de denuncia social.
Estos movimientos tapados generaron industrias prohibidas como la pornografía, que eran consumidas ampliamente y donde los varones máximos regentes de esta hipocresía reinaban en todos los estamentos. Y es que las principales portadoras de la moral victoriana eran, sin lugar a dudas, las mujeres, quienes debían soportar el mayor peso de unos comportamientos que las reprimía y oprimía, siendo el corsé su exponente más gráfico. Se exigía una actuación sin tacha, sin faltas, impoluta de gestos y acciones, bajo pena de ser declaradas histéricas o con alteraciones nerviosas, que podrían suponer su aislamiento o internamiento en instituciones mentales.
Sin embargo, otros aspectos, como el religioso, lejos de abrirse a los ojos de la ciencia, se radicalizaron, llegando a potenciarse los ritos y principios morales que sirvieron para dirigir este mundo de estrictas reglas morales. Un mundo hipócrita que marcaría los usos y costumbres sociales urbanos del siglo posterior y que aún hoy en día siguen vigentes en algunos de sus criterios. Esto es que vuelen alto los dados, bienvenidos, comenzamos.




















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