

Description of Suegro me mete la mano
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¿Mi suegro me mete mano? 1. Vicky S.G. Laura tiene que cargar con su suegro recién enviudado en vacaciones. Estaba convencida de que nadie necesitaba unas vacaciones tanto como yo. Acababa de cumplir 30 años y ya llevaba 10 trabajando en la misma guardería.
Seguía siendo joven, pero la energía y, sobre todo, la ilusión, ya no era la misma.
Siempre me habían encantado los niños pequeños, por eso elegí esa profesión, pero desde que tenía el mío propio, ya no podía dar más de mí. Además del trabajo que dan unos niños tan pequeños, había que sumarle que siempre había uno u otro resfriado o contagiado de cualquier virus. En años anteriores no me importaba ponerme enferma, tiraba para adelante con todo, pero desde que tenía a mi hijo, temía contagiarlo también a él y eso me acababa generando un gran estrés.
De ser madre no podía cogerme vacaciones, pero si deseaba terminar con toda esa faena que me suponía ir cada mañana a llevar a mi hijo de dos años con mis suegros y luego tener que recogerlo por las tardes. Yo no tenía padres, así que estaba muy agradecida por lo que ellos hacían, pero me suponía un desplazamiento extra y la pérdida de más tiempo.
En contadas ocasiones, mi pareja se podía ocupar de nuestro hijo, pero lo habitual era que estuviera trabajando. Ganaba mucho dinero, sí, pero no compensaba la cantidad de horas que pasaba fuera de casa. Cuando sí que estaba, también acostumbraba a escaquearse todo lo posible, pero mejor eso que nada.
Normalmente, tampoco podía contar demasiado con él durante las vacaciones. Aunque tuviera un mes libre, al final acababa pasando más tiempo en la oficina que conmigo. Pero ese año le obligué a prometerme que pasaríamos el mes de agosto entero juntos. Con la vista puesta en el verano, alquilamos con tiempo un apartamento en primera línea de mar.
Era lo que llevaba años pidiéndole, una oportunidad para poder relajarnos y disfrutar del sol, la playa y de nuestro hijo. Pero el destino estaba decidido a amargarnos el verano. A falta de dos semanas para mis vacaciones soñadas, un ictus repentino terminó con la vida de mi suegra. Fue un palo enorme para toda la familia, especialmente para mi marido y su padre. Aunque se pasaban el día discutiendo, mis suegros se querían con locura, o al menos eso aseguraba mi chico entre lágrimas, incapaz de asimilar la muerte de su madre.
¿Qué injusta es la vida, Laura? Lo sé, mi amor. Con lo que disfrutaba ella con su nieto, y no lo podrá ver crecer. Seguro que desde algún lugar lo estará viendo y protegiendo.
Te agradezco los ánimos, pero sé que tú no crees en eso. Pero prefiero pensar que mis padres también nos cuidan. Nos ayudaba tanto, ahora tenemos que reorganizar nuestra vida. No te preocupes, tenemos todo el verano para hacerlo. Lo de la playa sigue en pie.
Quizás no sea buena idea. Cariño, te mereces esas vacaciones y nuestro hijo también. Y tú, no lo olvides. Yo daba por hecho que anularíamos nuestros planes, que Fabio no tendría ánimo para esas vacaciones, pero mostró mucha fortaleza y amor por nosotros al no querer privarnos de la playa. Él también necesitaba desconectar durante unas semanas, ya de antes, pero especialmente desde el trágico suceso, aunque estaba convencida de que le iba a costar mucho superarlo. Aunque la tristeza seguía muy presente, empezamos a hacer las maletas.
Mi pareja no había conseguido recuperar el ánimo, pero seguía convencido de seguir adelante con las vacaciones. Esperaba que ese mes de relax y tranquilidad me trajera de vuelta a mi Fabio de siempre. No era un hombre perfecto, pero yo había aprendido a quererle tal y como era. Una de sus mayores virtudes la tenía entre las piernas. Nadie diría que detrás de ese hombre tan aparentemente serio y trabajador se escondía un amante perfecto. Pero desde la muerte de su madre no habíamos vuelto a tener relaciones.
Era de esas cosas que esperaba que las vacaciones me devolvieran. Llegó el primero de agosto, el momento de partir. Mi chico y yo nos despertamos pronto e intenté calentarlo un poquito para que me hiciera el amor como sólo él sabía. Los besos en el cuello nunca solían fallar, pero él seguía frío como el hielo. Ni siquiera encontré reacción cuando le metí la mano bajo la ropa interior.
Fabio se levantó de la cama y comenzó a vestirse. ¿Dónde vas? Voy a despedirme de mi padre. Me parte el corazón dejarlo justo ahora. Tu hermana se encargará de él, no te preocupes. Nunca va a reconocer que necesita ayuda, pero sé que está muy mal. ¿Por qué no le dices que se venga con nosotros? No sé, cariño.
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