T03:E04 El Asesino del Lapiz de Labios - William Heirens

Chicago, años 40, finales de la Segunda Guerra Mundial. La ciudad intentaba volver a la normalidad. Muchas familias seguían ajustando cuentas con la ausencia. El trabajo escaseaba en algunos barrios y las noches parecían más largas de lo habitual. La ciudad aún conservaba el nervio de los años duros y la desconfianza quedaba cerca de la puerta de casa. En las avenidas el ruido del tráfico marcaba el ritmo. En los barrios la vida seguía a paso corto.

Era radios encendidas, obreros en turno, encargados que abrían y cerraban el día.

La idea compartida era sencilla. Si todos cuidaban su rutina el conjunto estaría a salvo. Ese acuerdo no escrito sostenía la convivencia. Pero comenzaron a acumularse señales, entradas forzadas, objetos sustraídos sin patrón claro, historias de intrusos que apenas dejaban rastro. El miedo, primero local y difuso, fue ocupando más espacio en las conversaciones. La amenaza ya no tenía la figura del gángster clásico. Podía ser alguien que cruzaba por la acera y no miramos dos veces.

Una escena del crimen con un mensaje escrito con lápiz de labios en la pared pide a gritos. Por el amor de Dios, atrápenme antes de que mate a alguien más. Un joven estudiante de 17 años fue señalado como el monstruo detrás de unos crímenes. Pero, ¿fue realmente un asesino despiadado o la víctima perfecta de un sistema hambriento de culpables? En este episodio abrimos un caso donde la verdad y la mentira se mezclan en un oscuro laberinto.

En este episodio no buscamos la teatralidad. Buscamos entender cómo se forma una cadena de decisiones que terminan tragedia. Cómo un ladrón metódico puede convertirse en el centro de una investigación por asesinatos. ¿Y qué papel juega una ciudad entera cuando la prisa por respuestas pesa tanto como la verdad? ¿Preparados para adentrarnos en una historia que cambió la forma de mirar los descansillos y los portales de Chicago? Soy Silvia Black y esto es La Cara del Mal. Nuestro protagonista de hoy es William George Adams. Nacido en 1928 en Evaston, en el área norte de Chicago, creció en un hogar con tensiones constantes entre sus padres. Eran descendientes de Luxemburgo, George y Margaret. Tenían una mala relación, supongo a la escasez de trabajo, de dinero...

No hubo un hecho único que lo explicara todo, sino una convivencia difícil que marcó su carácter reservado y su tendencia a aislarse. Desde muy pequeño, por no soportar los gritos de sus padres, se escapaba muy a menudo. Desde muy pronto mostró una conducta repetida. Robar objetos pequeños de casas ajenas.

No buscaba dinero fácil ni reventa, acumulaba lo sustraído. Aquello encajaba más con una compulsión que con el delito por necesidad. A los 13 años la policía ya lo tenía fichado por una serie de allanamientos. En un registro se encontró un inventario que decía mucho de su forma de actuar. Radios, cámaras, prendas de vestir, joyas de poca monta e incluso un arma.

Más que un botín para vendir, parecía una colección privada. Esa relación con el objeto, tomarlo, guardarlo, ocultarlo, formaría parte de su modo de entender el control. Tras las primeras detenciones fue enviado a una escuela para jóvenes en Indiana. El régimen era muy estricto, pero allí demostró una capacidad académica y una disciplina cuando el entorno se lo exigía. No era un chico explosivo, era constante en sus hábitos y el hábito principal consistía en cruzar límites en silencio. Más tarde pasó a la academia Saint Bede, de nuevo destacó en clase. El patrón se repetía, notas altas, trato correcto y cuando tenía oportunidad volvía a los allanamientos.

Aprendió a abrir cerraduras y a moverse sin ruido. En esa habilidad técnica encontraba una identidad que no requería aprobación de nadie. A los 16 años entró en un programa para estudiantes con talento en la Universidad de Chicago. Fue un