T3 Perla: La ley del Barquero

Buenas noches. Esta noche te traigo una historia que explica por qué cuando alguien dice algo contundente y sabio solemos decir que es la ley del barquero. Soy Beatriz Pieper y quiero compartir contigo un relato que espero que lo disfrutes y si es así además que lo compartas con tus seres queridos. Dicen que en un pueblo de Castilla hace mucho tiempo había un barquero llamado Esteban, un hombre de mirada serena, piel curtida por el sol y manos firmes de tanto remar. No era un hombre cualquiera, no. Era un hombre de pocas palabras pero cuando hablaba sus frases pesaban como piedras lanzadas al agua. Y es que a Esteban lo conocían no sólo por su barca sino por sus verdades. Esas que pocos querían oír pero que nadie podía negar.

Cuentan que un día un comerciante joven y ambicioso subió a la barca con prisas.

¡Rápido, barquero! ¡Tengo negocios que atender! Esteban con su paciencia de río apenas levantó la vista y comenzó a remar con calma. Las prisas sólo te acercan más rápido a la tumba. Ningún dinero compra el tiempo perdido. Otro día una anciana de rostro cansado se subió a la barca.

Se estuvo quejando de su mala suerte, de sus hijos y de su soledad. Crié a mis hijos con esfuerzo, decía, y ahora ni me visitan. El barquero siguió remando en silencio unos instantes.

Luego con voz firme pero tranquila y sosegada respondió. Quizás les diste techo y comida pero ¿les diste amor y paciencia? Nadie olvida cómo fue tratado en su niñez. Tiempo después un hombre de ropas elegantes subió a la barca con aire de superioridad. Soy el alcalde de este pueblo, exijo respeto y que me cruces el primero. Esteban sonrió levemente. El río no respeta a nadie y cuando la muerte te cruce tampoco te hará primero en la fila. Y así pasaron los años y así pasaron los viajeros.

Algunos bajaban de la barca con la frente en alto, otros con la mirada perdida, pero ninguno salía igual que como había entrado. Hasta que un día el barquero subió solo a su barca y nunca regresó. En la orilla opuesta dicen que sólo quedaron sus huellas y la barca vacía. Nadie supo qué fue de él. Pero en el pueblo cada vez que alguien decía una verdad difícil de tragar pero imposible de negar, la gente murmuraba. Esa es una de las verdades del barquero.