
TODOS LOS COLORES DE LA OSCURIDAD de Chris Whitaker

Description of TODOS LOS COLORES DE LA OSCURIDAD de Chris Whitaker
La tragedia cotidiana de una nación donde desaparecen a diario más de dos mil jóvenes, ha dado historias de todo tipo, pero las mejores combinan misterio, investigación y amor. Esta es de las que reúne las tres cualidades con la peculiaridad de que es un británico el que se adentra en la América pequeña y maneja sus hilos a la perfección.
Monta Clare es un pueblo de Misuri donde nunca pasa nada, si no consideramos que estamos en 1975, y en todos los pueblos de Estados Unidos tienen jóvenes que enterrar a causa de Vietnam, pero la pesadilla está terminando cuando se produce la desaparición de un adolescente que cree en los piratas y en los tesoros. El tesoro resulta ser su mejor amiga, que a pesar de su edad está dispuesta a no parar hasta conseguir dar la vuelta a una situación que parece definitiva, aunque implique arriesgar su propia vida.
Tres vidas cruzadas a lo largo de veinte años, tres jóvenes madurando y sobreviviendo con un ímpetu y unas capacidades que definen lo mejor de los humanos. La confirmación de que Whitaker no era escritor de solo una gran novela como es Empezamos por el final (https://www.ivoox.com/empezamos-por-el-final-chris-whitaker-audios-mp3_rf_105314360_1.html), tenía esta otra dentro y no sorprende que haya necesitado cuatro años para sacarla.
Con la participación de Aina Genovés, Reyes González, Jaime Paramio, Nacho Ortiz y Carla Nicieza.
This content is generated from the locution of the audio so it may contain errors.
El novelista británico Chris Whittaker fue una de las mejores sorpresas literarias hace cuatro años. Cuando publicó Empezamos por el final. En esta Biblioteca Sonora tenéis un podcast precisamente sobre este libro, y no debería tardar mucho en llegar a las pantallas la serie de televisión. Pero tan difícil es triunfar en medio mundo con una novela como responder luego con la siguiente, porque a muchos autores les paraliza la expectación que despierta. Esta novela demuestra que no hay motivos para preocuparse, porque ha escrito tan gran historia, llena de giros, ambientes y personajes tan complejos y completos que tardan en olvidarse.
Esta vez Whittaker comienza hablando de dos adolescentes en un pueblo pequeño de Missouri, un chico y una chica. El chico se llama Joseph, pero todos le conocen como Patch. Vive con su madre, por el momento de su padre no hablemos, pero sí sabemos pronto que la madre de Patch es una feminista convencida, lo bastante joven como para llevar la melena al estilo de una de sus mujeres más admiradas, James Fonda, y está de acuerdo con una de las canciones que más disfruta, Los tiempos están cambiando, de un cantante muy peculiar que empezó a sonar mucho en las emisoras liberales hace ya 10 años, porque estamos ahora en 1975.
Y aunque a veces parece que debería sonarse la nariz antes de ponerse a cantar, es un detalle que a ella no le importa, porque para ella Bob Dylan es un poeta. A su hijo Patch, a sus 13 años, lo que le pirran son las historias de piratas. ¿Recordaréis lo intensa que parece la vida a esas edades? A los 13 años creía con todas sus fuerzas que más allá de la meseta de Ozark había oro, que había un mundo mejor esperándolo. Volvió a su cuarto, trepando por la ventana, se puso el tricórneo y el chaleco, y se remetió los pantalones azul marino por dentro de los calcetines, abriendo las rodillas hasta que quedaron como unos bombachos.
En el cinturón se enjaretó un puñal. Era de metal cromado, pero daba bastante el pego. Le gustaban los piratas porque había nacido con un solo ojo, y su madre había alentado todo ese cuento del sable y el parche porque a menudo, para chavales así, la fantasía ayudaba a soportar una realidad demasiado cruel. Más tarde, en su dormitorio, los policías se fijarían en la bandera negra colgada para tapar un agujero del tabique de yeso, en el armario sin puertas, en el ventilador, que no funcionaba, y en la radio Steppleton, que sí. Los detectives examinarían en el cofre antiguo que su madre había encontrado en un mercadillo de St.
Louis, los doblones de atrezo de una película, una réplica de una pistola de chispa con capacidad para un solo disparo. Meterían en una bolsa una traca de petardos y la Playboy de junio de 1965 como si fueran pruebas de algo. Y entonces verían los parches. Patch los examinó detenidamente antes de escoger el morado con la estrella plateada. Se los hacía su madre y algunos picaban, pero el morado era suave como el satélite. Dieciocho en total. Solo uno llevaba la calavera y los huesos cruzados.
Quizá me lo ponga el día de mi boda. Si alguna vez me armo de valor para hablar con Misty Meyer.
Misty Meyer es la chica más guapa del pueblo. Su familia también es la más acomodada, pero la mejor amiga de Patch, su única amiga, es otra chica. Se llama Saint y vive con su abuela, que es la conductora del autobús escolar. Patch y Saint viven a pocos minutos uno de otro, porque tampoco es que el pueblo sea muy grande.
Vayamos a la casa de la chica cuando acaba de amanecer el día en que cambiarán muchas vidas. Ese mismo día Saint se despertó al amanecer, bajó sigilosamente las escaleras y salió al porche trasero. Se frotó los ojos mientras la bruma humeaba de la hierba como si debajo ardiera fuego. Su rutina de la mañana, la misma cada día desde que llegaron. Estaba a punto de entrar cuando lo oyó, o no lo oyó.
Cruzó el jardín andando descalza por la hierba mojada y se detuvo a unos pasos de la colmena.
Saint se agachó y echó un vistazo dentro. Con los ojos muy abiertos paseó la mirada a su alrededor, hacia el caserón, las casas vecinas, las copas de los árboles, mientras trataba de comprenderlo. Las abejas habían desaparecido. Subió las escaleras corriendo e irrumpió en el dormitorio de su abuela. Alguien se ha llevado las abejas. No llevas puestas las gafas. Puede que las abejas estén ahí, pero no las... Y lávate los dientes.