Triple asesinato en Padilla de Duero

CRIMENES Y CRIMINALES CON LUIS MARTÍNEZ VALLES Como es la crónica negra, como deja huellas que van pasando en historias de generación en generación, como la del triple asesinato en Padilla de Duero, en Valladolid.

Esta historia empieza con una oveja descarriada, una oveja que se ha escapado de su rebaño.

Cuando esta oveja es divisada, junto a la iglesia, sola allí, sin ningún sentido de que esté en esa zona, divisada por un joven, un joven pastor que la reconoce enseguida.

Es la mañana del jueves 17 de mayo de 1888 y sabe que tiene que avisar a su jefe, Antonino Carrascal, de que ha encontrado al animal allí.

El chaval fue corriendo, va a avisarle, llega hasta su corral, empuja la puerta y se encuentra un espectáculo sangriento, horrible.

El cuerpo de su jefe está tirado en el suelo, en medio de un enorme charco de sangre.

No muy lejos de él estaba Antonio Monja, el criado de la casa, atado a la rueda de un carro.

Tras desatarlo, le pide que vaya corriendo a buscar al juez municipal.

El caso es que se supo, a este hombre, Antonino Carrascal, le habían quitado la vida a cuchilladas.

Incluso en el informe se podía leer una herida en la unión de los parietales, otra en la región frontal, otras dos en el cuello muy profundas, otra en la oreja izquierda, otra en la región torácica, varias contusiones y en la espalda la impresión de dos manos manchadas de sangre que debieron de tirar del cadáver arrastrándolo.

El caso es que no fue el único cadáver.

Una amiga de la familia Telesfora Zamora, que se encontraba en la vivienda, de forma casual estaba en una de las habitaciones y le habían cortado el cuello.

En el informe se leía que ese corte casi le separó la cabeza del cuerpo.

También fue hallada muerta la hija de Antonino, Dionisia Carrascal, de tan solo 24 años.

Estaba muerta en su cama, en ropa interior.

En el informe se decía que tenía 14 o 15 heridas en los labios, en el cuello, en la espalda, en los brazos, en las manos y en todas las partes del cuerpo.

Ahí está el criado, como el posible único testigo, quien declaró que cuatro hombres con barbas habían entrado a la fuerza para robar, que lo dejaron a él atado, allí, en ese carro, y tapado con una manta.

La declaración no convenció mucho a aquellos que la oyeron, y con un poco de presión por parte de la Guardia Civil, enseguida salió a la luz lo que había pasado de verdad.

Y es que él había acusado del asesinato a cinco hombres que conocía.

Se guarda en el campo a Inocencio Ruiz Melero, a quien apodaban Epicova, Justo Martínez, el Sardina, Pedro Gonzalo Moraina, el herrero Ciriaco Serrano, familiar del asesinado, y a Miguel Ángel y a Miguel Alonso Arraso.

Tonio Monjas se declaró cómplice del crimen, asegurando que a estos conocidos de él le habían convencido para realizarlo.

Todo por robar, sólo era por robar, hasta que, bueno, él contó que había dejado la puerta trasera abierta para que esos cinco hombres entrasen en aquella propiedad sin ningún problema.

El juicio fue celebrado en abril de 1890.