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By Carlos López-Tapia Biblioteca Sonora López-Tapia and Friends
LA ÚLTIMA MONA LISA de Jonathan Santlofer

LA ÚLTIMA MONA LISA de Jonathan Santlofer

4/20/2025 · 27:17
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Description of LA ÚLTIMA MONA LISA de Jonathan Santlofer

Crimen y arte han sido unidos a menudo por el deseo de belleza, por el de poder, por el de riqueza, incluso por el de patriotismo. Todos se pueden conjugar en esta recreación en ausencia de respuestas alrededor del retrato más famoso del mundo. El pintor y escritor neoyorkino que basa siempre sus historias en el crimen alrededor del arte se sale de la ficción absoluta para recuperar hechos históricos y rellenarlos con imaginación.
Lo que podéis leer en las páginas de su libro está basado en una historia real. Estos son los hechos: Vincenzo Perugia, trabajador del Louvre, robó la Mona Lisa en agosto de 1911. Pasó la noche anterior en un armario del museo, descolgó el cuadro de la pared y dejó el marco y la caja que él mismo había construido en un pasillo.
Tras el robo, el Museo del Louvre cerró una semana y lo registraron sesenta policías. El Louvre ofreció una recompensa de veinticinco mil francos, Le Matin, ofreció cinco mil, y L’Illustration, cuarenta mil. Pablo Picasso y el poeta y crítico de arte Guillaume Apollinaire fueron sospechosos del delito, los interrogaron acerca del robo e incluso los juzgaron, pero finalmente los liberaron.
El marqués Eduardo de Valfierno y el falsificador Yves Chaudron existieron y se sospechó que los dos tomaron parte en el delito, aunque nunca se ha demostrado. Prácticamente no se sabe nada de cómo acabaron.
Peruggia escondió el retrato en un baúl especialmente diseñado por él en su apartamento e intentó pedir un rescate al Gobierno italiano en la Galería Uffizi, donde se le detuvo y envió a la cárcel de Le Murate, en Florencia. Su rastro se difumina y el autor de LA ÚLTIMA MONA LISA usa lo desconocido para una trama criminal tan interesante como las de sus tres libros anteriores.
Más de un historiador del arte ha especulado sobre la posibilidad de que la Mona Lisa del Museo del Louvre sea una falsificación, cambiada después del robo (o incluso antes, lo que implicaría que Peruggia se llevó una falsificación y la reemplazó con otra. Estas conjeturas y dudas inspiraron esta historia.
con la participación de Nacho Gonzalo, Carlos Álvarez, Miguel López y Miguel Novack.

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Este es el ambiente de la sala del primer piso del Louvre donde está Mona Lisa que siempre se llena desde primera hora y también siempre sorprende por su pequeño tamaño cuando vuelves a verla. La restauración de esta sala que se llama de los estados y que es la más grande del museo se hizo en 2019 dejando las paredes de un azul muy intenso para que contrastara con los maestros venecianos expuestos con sus rojos, sus amarillos, sus naranjas, sus verdes.

Es el cambio más reciente que ha experimentado el Louvre. Hace poco más de un siglo, en 1911, Mona Lisa era una más junto a otras pinturas del renacimiento y para los poco más de cuatro o cinco mil visitantes diarios del museo por entonces no era más que una dama pintada por uno de los artistas más respetados de la cultura italiana. Un poco más especial para los franceses ya que el artista había muerto como protegido del rey Francisco I en una casa en el valle de Loira.

Para los italianos llevaba mucho siendo uno de los tres grandes junto a Rafael y Miguel Ángel y más en concreto para un italiano, uno de los contratados, hacía poco, un vidriero que se llamaba Vincenzo Perugia. En este museo había más leonardos y más destacables como Santa Ana con la Virgen y Niño o la Virgen de las rocas pero Vincenzo eligió la Gioconda la noche de un domingo de agosto aprovechando que el lunes el museo cerraba por descanso.

Hoy de los cuarenta o cincuenta mil visitantes diarios poco sale del luvre sin haberse detenido ante Mona Lisa y para muchos es un objetivo principal aunque también hay muchos que desconocen o no recuerdan lo ocurrido aquel domingo. Ha pasado la noche a ocurrucado, a oscuras, obsesionado con imágenes del infierno, de monstruos espantosos y de personas retorciéndose entre llamas semejantes a las del bosco.

Se pone el guardapolvo de trabajo, lo botona sobre la ropa de calle y abre la puerta del armario. El museo está a oscuras pero no tiene problemas para recorrer el largo pasillo, conoce perfectamente la distribución y la culpa alienta su propósito. La Victoria Alhada proyecta una sombra predadora que le produce un escalofrío aunque hace un calor sofocante y no corre el aire. Pasos, pero es demasiado temprano y es lunes el museo está cerrado. Se detiene, mira hacia el vestíbulo en penumbra pero no ve nada.

Debería haberlo imaginado, ya no está seguro de lo que es en real y de lo que no lo es. Agüeca una mano enguantada junto a una oreja y presta atención pero no oye nada, solo el sonido de su respiración pesada y el rápido movimiento de su corazón. Da unos pasos más, atraviesa un arco y entra en una sala cercana al patio Visconti con techos altos y lo suficientemente grande como para exhibir pinturas tamaño mural. A oscuras, un paisaje de corón, una famosa escena de batalla de Delacroix, la consagración del emperador Napoleón de Jacques-Louis David, en la que aparece el dictador vestido con recargados ropajes, capa de piel, corona de laurel y expresión engreída de Victoria en el rostro.

Entonces, cuando imagina a Napoleón, su enfebrecido cerebro discurre la explicación que dará posteriormente, la que publicarán los periódicos, robé el cuadro para devolverlo a su legítimo hogar. Será un patriota, un héroe, nunca más el inmigrante, el hombre sin morada. Más calmado, recorrerá un pasillo más estrecho, con la mente concentrada y motivada. Les demostrará que es alguien.

En el salón carré más pequeño, apenas distingue la forma de los cuadros, dicían el correcho y el premio resplandece entre ellos, la Mona Lisa. Se le desboca el corazón, siente un hormigueo en las terminaciones nerviosas y una docena de pensamientos atraviesan su cesera, mientras desatorrilla el pequeño panel de madera de los pernos de metal. Un hombre poseído ciego a la sombra del reflejo de su cara, distorsionada por el cristal que él mismo ha colocado la semana pasada.

Tarda cinco minutos, después se pone en movimiento con el cuadro pegado al pecho, una figura borrosa que sale rápidamente por una puerta, luego por otra y recorre un pasillo hasta llegar a una escalera en la que se detiene para retirar el pesado marco y la placa de vidrio y dejarlos allí. Vuelve a ponerse en marcha por un estrecho pasillo bordeado con esculturas de mármol. Más rápido, sudando, atraviesa un arco y llega a la salida lateral, la Puerta de las Artes, exactamente como lo ha planeado, un sueño perfecto. Desliza el panel dentro de la camisa con el corazón latiendo contra la misteriosa belleza de cuatrocientos años.

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