

Description of Un Plan Perverso. Capítulo 4
Estoy temblando de odio y de rabia. Todo empeora cuando apagan la luz y escucho cómo arrastran a mi madre afuera de la alcoba. “Los voy a matar” me digo en mi mente “¡Juro que cuando los agarre los voy a matar!”
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Hoy presentamos, Un plan perverso. Capítulo 4 ¿En verdad alguien ha entrado a mi alcoba justo cuando acabo de correrme en el interior de mi madre? Después de haberla tenido a cuatro patas, con su culo en pompa dispuesto para mí, sus nalgas blancas deliciosas enrojecidas por los cachetazos. Su ano cerradito dilatándose en compás de sus pálpitos vaginales que estaban ansiosos por mi verga. Y ella allí, completamente desnuda, con sus mamas enterradas en mi cama, su cabeza hundida en lateral sobre una almohada y sus manos empuñando mis sábanas, esperando ser invadida por mi sexo.
Mientras la parte más pervertida y oscura de mi ser ansiaba perforarla como si fuese un depósito de semen. ¡Mierda! ¡Mierda! ¡Mierda! ¿Cómo se han atrevido? ¿Quién ha podido entrar justo ahora que pretendía tener una intimidad de reposo con mi progenitora, después de haber eyaculado en su interior? ¡Joder! Las tetas de mi madre están sudorosas apretándose contra mis duros pectorales que la acarician con mi calor corporal y mis propios sudores.
Sus pezones endurecidos están clavados en mi carne ardiente. Sus piernas todavía yacen enredadas en mis caderas, con sus talones incrustadas en mis glúteos. Sus uñas aún permanecen encajadas en mi espalda y mi verga aún está clavada en el interior de su palpitante vagina que, aun si continúa ardiente y voraz, también se siente tensa y rígida. ¡Pobre de mi madre! Jamás estuvo entre sus planes vivir una situación parecida. Por las pisadas y sus resuellos, entiendo que solamente ha sido uno el infractor.
Quien sea que haya entrado en el interior de mi alcoba ha cerrado la puerta atrás de sí de golpe, dejando a los demás afuera. Y este imbécil ahora está detrás de nosotros, como un enfermo de mierda que ha querido presenciar el culmen de esta tremenda acogida que acabo de darle a mi supuesta prostituta de lujo. ¿O no? Jade a mi madre cuando consigue salir de su estupor que, sin dar crédito a lo que está sucediendo, al haber sido asaltada nuestra tranquilidad, comienza a extensar piernas y brazos de mi cuerpo, pero aún sin desprenderse por completo. «Tranquila, tranquila», susurro.
Quisiera besarle esos labios gorditos que tiene adornan su bonita carita blanca. Quisiera poder hundir mi lengua hasta su garganta para impedir que profiera esos sonidos nerviosos que la mantienen tensa. Quisiera poder acariciarla con la lengua. Recorrer con mi boca todo su sudor. Morder sus pezones. Amasar sus hermosas tetas.
Quedarme dormido en su vientre como cuando era pequeño. Quisiera hacer con ella tantas cosas que ahora por la presencia de este hijo de puta ya no puedo realizar. ¿Quién es? Pregunta mi madre lloriqueando, incapaz de procesar la vergüenza que siente al verse expuesta, desnuda, en una posición de apareamiento debajo de mi frente a un extraño para ella. ¿Quién es él? Lo mira ladeando su cara hacia la derecha. Sin mirarlo sé quién es él. Casi puedo jurarlo. Ningún otro se habría atrevido. Trato de incorporarme mientras escucho la respiración densa de mi no invitado y las exhalaciones de horror de mi amada Kira. ¿Qué mierdas haces aquí? Grito sin mirarlo.
Me cuesta creer que mi pene todavía permanezca endurecido mientras intento sacarlo, aunque poco a poco la flacidez de mi falo comienza a notarse al encogerse lentamente al tiempo que siento una cantidad extraordinaria de semen borboteando en la cavidad de mi progenitora, que palpita y se contrae una y otra vez mientras mis espermas buscan una vía de escape. ¿Bravo? ¿Bravo? Escucho los vítores sarcásticos del único hijo de puta que, obviamente, era capaz de entrar a mi cuarto sin autorización. ¿Bravo? ¿En verdad? ¿Camarada? ¿Bravo? Lo que hemos oído desde afuera puede considerarse como una de tus mejores cogidas.
Me siento sobre mis talones y veo mi falo fuera de la cavidad de mi madre, embadurnado de leche. Preparo mis puños para repartir trompadas si el cabrón tiene el atrevimiento de faltarle al respeto a mi madre, aun si él no tiene idea de que ella es ella. Miro hacia atrás y veo que Alex ha arrastrado una silla cerca de las patas inferiores de la cama. Mamá está gimiendo de vergüenza y Alex ahora está sentado, con una gran sonrisa, cruzándose de pie.
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