UNA BREVE HISTORIA DEL FUTURO #documental #ciencia #podcast

Nos encontramos en el antiguo Bosque de Pinos, a más de 3.300 metros, hogar de algunos de los árboles más antiguos del planeta.

Los árboles del bosque en el que me encuentro ahora mismo son más antiguos que las pirámides de Egipto.

Estaban vivos cuando nació Jesucristo.

Algunos de estos árboles ya habían cumplido 4.000 años cuando se fundó Estados Unidos.

Se remontan incluso más atrás que la mayoría de registros históricos conocidos.

Estar en un lugar así hace que cambies de perspectiva, pues estos árboles son los verdaderos grandes antepasados de la vida, en la Tierra.

Llevan aquí mucho tiempo y lo más probable es que sigan aquí mucho después de mi muerte.

Es muy poco común encontrar un lugar donde se pueda tener esa sensación con respecto al tiempo.

Hace que nos cambie la perspectiva no solo de nuestro lugar y de nuestros logros como especie en este planeta, sino también de hasta dónde podríamos llegar.

Sé tú, Noahri. Toma uno.

Di tu nombre y preséntate. ¿A qué te dedicas? ¿Quién eres? Me llamo Noahri Wallach.

Soy padre, marido y durante el día, cuando no me dedico a estas dos cosas tan importantes, soy futurólogo.

De adolescente, recuerdo que siempre me emocionaba pensar en el futuro, hasta el punto de volverme impaciente por saber lo que ocurría.

Veía películas y programas de televisión en los que se narraban historias sobre los inevitables avances de la humanidad.

Me llenaban de esperanza e ilusión.

Pero no era solo cosa de la tele.

Se lanzaban cohetes.

El mercado se expandía e Internet empezaba a ver la luz.

Recupera la esperanza. Vamos por buen camino hacia el siglo XXI.

¡Tres, dos, uno! ¡Feliz 2000! La próxima generación y todas las siguientes vivirán en un mundo mucho mejor que el actual.

Empecé a trabajar como futurólogo para ayudar a los gobiernos y a las grandes empresas de todo el mundo a pensar y planificar mejor el futuro.

No buscaba predecirlo, sino analizar las tendencias a largo plazo y su impacto en la sociedad.

Fue una época apasionante.

Parecía de verdad que estábamos a punto de vivir algo extraordinario.

Las nuevas tecnologías iban a traernos una prosperidad y una conexión sin precedentes.

Habría menos pobreza, más paz y semanas laborales más cortas en un futuro próximo.

Pero entonces ocurrió algo.

O, más bien, no ocurrió.

Y es que ese futuro nunca llegó.

En la actualidad trabajamos más, no menos.

Estamos más conectados a nivel tecnológico y, sin embargo, más divididos.

Las consecuencias de haber ignorado la destrucción del medio ambiente durante años se manifiestan de forma aterradora.

Y las historias que nos imaginamos del mañana ahora son escenarios distópicos en los que todo se desmorona.

Nuestros sentimientos sobre el futuro han pasado de la ilusión al miedo.

Se ha convertido en algo que debemos evitar en lugar de construir.

No obstante, a lo largo de los años, mi trabajo me ha convencido de que el futuro no es inmutable.

Podemos crecer.