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una mala idea.
Un forajido tiene la idea de entrar a una granja para violar a una mujer y su hija...pagando esto muy caro.
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Ahora así comencemos.
Una mala idea Un forajido tiene la idea de entrar a una granja para violar a una mujer y su hija, pagando esto muy caro.
El lejano oeste presentaba un estilo de vida bastante indecente para aquellas personas que iban contra la ley.
Tobías, un hombre gordo, calvo, mugroso y sucio cabalgaba junto a su caballo.
Hacía tanto que no follaba que sus grandes cojones junto a su pequeña polla estaban deseando meterla en algún agujero.
Tampoco tenía dinero para pagarse una buena puta de algún poblado y las que eran baratas se negaban a tener relaciones con alguien como él.
Y por si fuera poco, estaba siendo buscado por la ley.
Encontró una pequeña granja donde había una pequeña cruz cerca de una tumba. Por el sombrero supo que había sido el hombre de la casa quien había muerto.
Armado con su revolver, fue en busca de la mujer que tendría que haber.
«Venga, hija, tenemos que terminar de ordeñarlas», dijo la mujer.
Eran madre e hija, de altura similar, pelo castaño, cuerpo sudado por el trabajo y con dos buenas tetas de esas que un hombre succionaría hasta saciarse.
«Mejor que ordeñen mi polla», pensaba mientras se quitaba los pantalones y todavía armado.
Se acercó por la espalda y pateó a la hija haciendo que la mujer se voltease justo antes de recibir un bofetón.
«¡Mamá!», exclamaba la joven.
Yelenia decía a ella adolorida.
«Os voy a follar como a dos jodidas perras», decía este ya duro.
«Esto vías, el ladrón», comentó la hija recordando ver un cartel de Se Busca.
La situación era la que él esperaba.
Apuntando a la mujer, estaba follando con la adolescente de ya dieciocho años.
Le metía su asquerosa, sucia y olorosa polla hasta el fondo, disfrutando de todo el placer que le podría proporcionar.
Desnuda, con sus enormes tetas rebotando sin control y el peludo coño al descubierto y siendo penetrado, Tobías disfrutaba como nunca ante la mirada enfadada de la madre.
«Tranquila, después de correrme, descansaré y te follaré a ti», dijo arrogante el hombre mientras meneaba.
Después unas cuantas embestidas la ola de placer sería inmensa pues llevaba ya dos meses de huir y apenas dormir, sin eyacular y sin follar.
Soltó un gran gemido que resonó por todo el establo ante la mirada de la mujer y los animales.
Fue tal el chorro que salía del coño peludo de Yelena.
Por poco pierde el conocimiento de tanto eyacular.
Yelena, rabiosa por haber sido profanada y humillada de esa manera, se incorporó ya que estaba tumbada y le hundió los dedos en los ojos haciendo que gritase como un perro.
Su madre corrió aprovechando el momento y Tobías viendo a ella acercándose, apretó el gatillo de su revolver y se acercó a Yelena.
Por error y estar cachondo, agarró el revolver que estaba vacío.
La mujer le dio una fuerte patada en el rostro pues aún tenía las botas puestas.
El golpe fue seco y directo, dejando a este caó.
Cuando Tobías despertó, se vio a Yelena y a su esposa.
Yelena se acercó a su esposa.
Yelena se acercó a su esposa.
Yelena se acercó a su esposa.
Yelena se acercó a su esposa.
Cuando Tobías despertó, se vio desnudo y amarrado a unos pilares.
Era inútil soltarse pues eran cadenas.
Notaba las miradas de las mujeres.
«¡O vamos!», dijo aún sangrando, «no digas que no has disfrutado de mi polla, y tú, desde que tu marido falleció, sí, he visto la tumba».
«Seguro que no te han dado por ese precioso coño».
Pero toda esa arrogancia desapareció cuando vio a la mujer sacar una herramienta. Sí, era un bordizo de esos que se utilizaban para castrar a los animales.
Yelena se acercó y le pateó los huevos según ella como castigo por follarle el coño. Aunque también como según ella, la última vez que sentiría un dolor así.
Pronto ya no tendrás cojones. La joven le agarró de las pelotas haciendo que gritase de dolor.
No te gustaba tanto. Venga, dilo. Susurraba ella con una sonrisa.
Te vas a quedar sin tus pelotas. Tobías el desuevado, así te llamarán.
No, no, por favor. Rogaba este llorando y con el pene encogido por ello ante las risas de ambas quienes se carcajeaban de él. Lo siento, es lo que les pasa a los hombres como tú. Contestó la joven.