

Description of Una mujer
Este relato recoge una pincelada en la vida de esos bluesman que encuentran un amor tardío, sereno y muy acorde con su modus vivendi.
Está interpretado por Marian Jiménez y Juan Campello sobre la narración de Luis Pazos.
La música es una improvisación de "Bojias", Ricardo Pastor, Juan Campello y Luis Pazos.
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Llevaba el blues en la sangre.
Escuchaba, sentía, caminaba, comía y hacía el amor con blues.
Su paseo diario por los barrios de Madrid, con su gorra y sus cascos, se completaba con unas grandes gafas negras que le separaban del resto de habitantes de las aceras y parques por donde transitaba.
Era el blues en sí mismo y no necesitaba más.
Y así le cayeron más de 40 en soledad, picando de flor en flor, sin que el amor le sonriera en ningún momento.
¿Quizás pedía demasiado? En determinadas ocasiones echaba de menos a alguien con quien compartir las largas noches de invierno.
Pero entonces se levantaba el cuello de su inseparable chupa negra y tomaba rumbo hacia el popular, donde la música y el bourbon lo colocaban de nuevo en su sitio.
Una noche de barra, mientras escuchaba una bastante mejorable banda, sintió como unos ojos se posaban en su nuca y se volvió.
Era una mujer con mucha clase, con un vestido blanco sin escote, pero con un corte en la falda hasta bien entrado en el muslo, que le permitía lucir una pierna interminable y de muy buen ver, que recorrió lentamente con la mirada.
Al levantar la vista, ella bebió de su copa y le sonrió.
Primero se aseguró de que el gesto iba dirigido a él y entonces se lo devolvió.
La mujer se sentó a su lado, algo que no le ocurría a menudo, y le dijo al oído.
Ese bajista necesita algunas horas más de local, ¿no crees? Joder, sabe perfectamente de lo que habla.
Exacto, la está cagando continuamente.
Puede que se trate de un sustituto, pero creo que daremos otra oportunidad a la banda.
Estoy de acuerdo, porque el resto no está nada mal.
¿Quieres tomar algo? Dio un último trago a su bebida y respondió.
Sí, un chupito de Jacky.
Manolo, pon dos.
Dijo levantando dos dedos y con la cara iluminada, porque no fue necesario añadir más información al camarero.
Se lo bebieron de un trago tras un gesto de brindis y entonces pidió ella.
Tampoco necesitó más explicaciones.
Y así dejaron que pasara la noche hablando de blues.
Cuando salieron a la calle, el día estaba despertando y las aceras comenzaban a regarse.
Llegaron a la churrería de San Andrés y desayunaron hasta que Madrid comenzó a cobrar su aspecto habitual de la mañana.
Con la luz del sol, le parecía todavía más bella y su sonrisa le hacía abrir la boca como un bobo.
Pensando que no debía dejarla escapar, se armó de valor y la invitó a su casa.
Ella dudó un momento, pero acabó aceptando.
No quiero ponerte en un compromiso.
Si tienes otros planes, lo entenderé.
¿Qué va? Lo estamos pasando muy bien, ¿no? ¡Vamos! ¡Perfecto! ¿Sabes? Vivo muy cerca de aquí.
Y mi colección de discos es superbuena, ya verás.
He conseguido grabaciones que en Radio 3 matarían por tener.
Y en vinilo.
No lo dudo. Me ha quedado claro que eres un gran experto en la materia.
Vivía muy cerca, en un pisucho de la calle Pontejos.
¿Vives aquí? ¿Te gusta? La verdad es que no es muy grande y el edificio es una ruina.
Pero como no tengo coche, prefiero vivir en el centro.
Ya, claro. Yo tampoco tengo.
Cruzaron el sucio portal, con el permiso de dos hombres con rasgos árabes, y subieron por el antiquísimo ascensor.
Entraron en el piso.
Y ella, muy observadora, examinó la atiborrada estancia que albergaba miles de grabaciones en diferentes soportes.
Vinilo, CD, tinta de casete, e incluso bobinas de magnetofón.
Se sentaron en el viejo sofá y comenzaron una animada grabación.
Y comenzaron una animada charla que les situaba cada vez más cerca el uno del otro hasta que ocurrió lo que ya se estaba haciendo esperar.
Y ella frenó en seco.
Mira, eres un tío muy majo e interesante.
Y lo cierto es que muy atractivo.
Pero yo soy una mujer de principios y no quiero hacer distinciones que te puedan llevar a confusión.
Yo cobro 200 euros.















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