

Description of Vacaciones en Playa. Capítulo 2
¿Con qué cara me miraría? No podía ser que todo siguiera igual.
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Hoy presentamos, Vacaciones en playa. Capítulo 2 Creo que si hubo un momento puntual en que todo cambió para mí, fuese, no digo para Ana, en su caso no sé cuál fue su momento. El mío, mi momento fue cuando comencé a masturbarme frente a la mirada de Don Chepe, mientras mi esposa le mamaba la verga, más bien, mientras ese viejo follaba la boquita de mi esposa cogiendo la del mentón y del pelo, con ella con las manatos en la espalda como una esclava, como una cierva.
Y nos corrimos casi juntos, primero él, con una mueca diabólica, el rostro deformado como una gárgola de Notre Dame, donde casi pude sentir el chorro de semen impactando en el fondo de la garganta de Ana y al mismo tiempo mi propio semen inundando mis calzoncillos.
Y las piernas del viejo temblequeaban, pero seguía aferrando el cabello de mi esposa y escupiendo leche dentro de su boca mientras ella tragaba, no es que conmigo no lo hubiese hecho alguna vez, pero ya ni recordaba cuando había sido la última vez que había tragado con esa pasión mi semen. Y me hice para atrás, sobre la pared y escuché.
Orale, te lo tragaste todo mi reina, así se hace, mi putona.
Ella trataba de recuperar aire y suspiraba con fuerza y luego el sonido evidente de un gran beso en la boca y luego otro, así que me asomé para ver a don Chepe de pie, al costado de la cama, besando a Ana, quien seguía de rodillas y todavía con las sandalias puestas.
Él les sobó un poco los tetones de mi esposa mientras la besaba, también las nalgas.
«Voy por unas chelas fresquitas, ¿quieres?», dijo él.
«Sí, tráeme una», dijo ella y escuché la cama hundirse y chirriar por el peso de su cuerpo al recostarse. Ana casi nunca bebía cerveza. Me hice para atrás y di unos pasos retrocediendo hasta la cocina, no tendría tiempo de escapar, además que no tenía sentido, pues él ya me había visto.
Y de pronto lo tuve junto a mí, gordo y peludo, todo él era grueso, su cuello de toro, sus brazos grasosos y musculosos a la vez y esa enorme polla que aún en reposo, impresionaba.
Me miró con una sonrisa en el rostro y los ojos divertidos y sacó unos botellines del frigorífico y los destapó y me pasó uno. Y lo cogí y él chocó su botellín con el mío en un extraño brindis, bizarro y humillante.
«¿Te he cogido bien mi reinita?», gritó, ella no respondió, él bebió del botellín.
«Sí te he cogido bien, pendeja», volvió a gritar.
«¿Sabes que sí?», dijo ella con fastidio.
«Nada, pues quería oírtelo decir», dijo y me guiñó un ojo.
Bebí del botellín.
«Pues ahora a darle por el culo a la abuerita», dijo como para sí mismo.
El traqueteo del bus podría haberme dormido, el rostro cansado de los pasajeros que volvían del curro podría haberme contagiado del sueño. Estaba regresando a la casa de la playa, procurando volver antes de que Ana llegara en el jeep. Entonces vi como ese mismo jeep rebasaba el bus y miré a esa mujer rubia conduciendo, esos largos brazos bronceados aferrando el volante, alejándose de mí, inalcanzable para los que viajábamos en ese bus, la misma mujer que había visto un rato antes follando con Don Chepe. Los recuerdos volvieron, le iba a dar por el culo, así había anunciado el vejete. «¿Me has hecho caso y has traído esas sandalias de anoche como te había pedido?», dijo Don Chepe con esa voz melosa.
«No me costaba nada, ¿me las quito?».
«Sí, mi reinita, así estás más cómoda».
Escuché el ruido de las mismas caer al suelo.
«¿De verdad no te has llevado mis bragas anoche?», dijo ella.
«¿Tus calzones?».
«No, ya te he dicho que no, podría, pero no».
«Pues ha sido alguno de los otros porque no las encuentro».
«¿Les pregunto a mis cuates si quieres?».
«No, déjalo, da igual», dijo ella.
Otra vez el ruido de los besos, me acerqué a la puerta.
«¿Es la primera vez que haces cornudo al cornudo?».
«No le llames así, y sí, es la primera vez».
«¿La segunda, contándolo de anoche?».
«Vale, la segunda».
Nuevos besos y gemidos también.
Me asomé, ella estaba repantingada sobre el cuerpo de Don Chepe y sus tetazas a la altura de la boca del viejo quien se apoyaba en el cabecero de la cama.
«¿Qué chichotas más ricas que tienes, pendejita?».
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