VAD07 LA PERIFERIA. La mirada periférica. Carlos J. Gómez Alfonso

Bienvenidos a esta nueva exploración. Hoy nos vamos a meter con un texto editorial, uno de esos textos breves pero que, bueno, tienen mucha miga, ¿sabes? De los que te hacen pensar.

Efectivamente. Hablamos del editorial La Mirada Periférica que firma Carlos J. Gómez Alfonso.

Él es doctor arquitecto y profesor allí en la Politécnica de Valencia.

Ah, mira.

Este texto es el que abre el número 7 de la revista Vaz, Veredes, Arquitectura y Divulgación.

Una revista muy interesante, por cierto.

Sí, sí, la conozco. Y bueno, nuestra misión aquí hoy es precisamente desgranar esa idea central, ¿no? La de La Mirada Periférica. ¿Qué nos quiere decir exactamente Gómez Alfonso con esto? Porque ya, nada más empezar, nos lanza una pista con una cita del Principito, ¿verdad? Sí, empieza fuerte. Recupera ese pasaje famoso del dibujo de la boa que se ha comido un elefante, que los adultos ven como un sombrero.

Claro, el típico.

Y luego menciona esa pregunta que, para el narrador, es crucial. Si el cordero se comió o no la flor. Algo que, bueno, según Sánec Superí, ninguna persona mayor llegará a comprender su verdadera importancia.

Ya, es una forma clara de decirnos, ojo, que lo importante a veces no es lo que parece obvio, lo que no está en el foco de lo serio o lo adulto.

Justo. Ya te está situando, te dice, vamos a mirar donde normalmente no se mira.

Vale, pues entremos ahí. El corazón del argumento se apoya en una analogía, una bastante visual, potente, que viene de la astronomía, de la observación de estrellas.

Exacto. Nos pide imaginar todo el proceso, que es casi como un ritual, para poder ver un cielo nocturno de verdad, en todo su esplendor.

Que no es fácil hoy en día.

Para nada. Requiere, primero, un desplazamiento físico, salir de la ciudad, escapar de la contaminación lumínica. Él habla de quizás 100 kilómetros o más.

Vaya.

Buscar sitios altos, noches sin luna, claro, sin viento. Incluso menciona que en verano, en el hemisferio norte, se ve mejor la Vía Láctea. O sea, no es llegar y mirar, hay toda una preparación.

Es un esfuerzo consciente, una búsqueda activa de las condiciones perfectas. Y una vez que estás allí, y que la vista se acostumbra a la oscuridad, que eso también lleva su tiempo.

Claro, la adaptación.

El resultado, según lo describe él, es, bueno, abrumador. Miles y miles de estrellas que aparecen donde antes no veías, pues, prácticamente nada.

Tantas, dice, que las constelaciones que conocemos, las que vemos medio mal desde la ciudad, como que pierdan importancia. Se disuelven en lo que él llama, y es una imagen muy bonita, un excepcional juego coral de miles de estrellas, sin primeras figuras ni protagonistas.

Me gusta mucho eso de juego coral. Ya apunta a valorar el conjunto, ¿no? Más que las estrellas individuales más brillantes.

Eso es. Pero bueno, la clave de la metáfora, el concepto de mirada periférica como tal, llega cuando intentamos ver cosas todavía más difíciles, objetos muy muy tenues.

Nebulosas, galaxias lejanas, ese tipo de cosas, ¿no? Justo. Cosas que, en teoría, con condiciones perfectas, se podrían ver a simple vista, pero que son un desació enorme. Y nuestro instinto, claro, es mirar fijamente a donde creemos que están. Hombre, es lo lógico. Si quieres ver algo, lo miras. Directamente.

Pues ahí está la trampa. Resulta que, para estos objetos tan tenues, esa es, precisamente, la estrategia equivocada. Si miras directamente, lo más seguro es que no veas nada.

O, como mucho, un tenue resplandor indefinido, como dice él. Por mucho que fuerces la vista, no funciona. Aquí entra la famosa mirada periférica. ¿Cómo funciona eso exactamente? ¿Por qué funciona? Pues tiene que ver con cómo funcionan nuestros ojos, con la fisiología de la visión. La parte central de la retina, la fobia, es genial para ver detalles, colores, cuando hay buena luz.

Pero la periferia de la retina, aunque ve con menos detalle, es muchísimo más sensible a la luz débil. Y también al movimiento, por cierto. Seguramente es algo evolutivo, ¿no?, para detectar peligros o presas con poca luz. Ah, mira, qué curioso. No lo sabía. O sea que, para ver esas estrellas o galaxias tan débiles… Hay que hacer lo que el autor llama un esfuerzo disciplinado.

Y aquí viene lo paradójico, lo antiintuitivo. Consiste en no mirar directamente al objeto. ¿Cómo? Tienes que fijar la vista en un punto un poquito al lado, en la periferia de donde está el objeto. Y mantener la mirada ahí, frija, descentrada, unos instantes. Con paciencia, aguantando las ganas de mirar bien. O sea, mirar al lado para ver lo que tienes delante. Suena raro.

Sí, pero funciona. Poco a poco, si mantienes esa mirada periférica, la imagen del objeto tenue empieza a formarse en tu percepción. Empiezas a verlo con una claridad que la mirada de