VAD07 LA PERIFERIA. Mies. Agustín Ferrer Casas

Hola, hoy nos vamos a meter en un cruce de caminos bastante sorprendente y muy productivo, el que une la arquitectura y el cómic.

Y lo vamos a hacer siguiendo la pista de Agustín Ferrer Casas.

Él es arquitecto de formación, pero hoy es un historietista reconocido.

Nos vamos a centrar en su novela gráfica, Mies, y, bueno, usaremos textos del propio autor para guiarnos un poco en esta exploración.

Eso es. A ver, el objetivo aquí, más allá de la anécdota, es intentar entender por qué una disciplina como la arquitectura, tan ligada a la estructura, a la función, puede acabar siendo el origen de un creador de cómics.

Queremos ver qué nos dice esto sobre el proceso creativo en sí, y usaremos Mies, la obra sobre Mies van der Rohe, como nuestro caso principal.

Que, por cierto, Mies van der Rohe, una figura clave del movimiento moderno, el del famoso menos es más, esa búsqueda de la esencia.

Y menudo caso, la novela gráfica Mies.

Según la sinopsis, nos pone en un avión, un vuelo a Berlín Occidental.

Y allí está Mies van der Rohe, ya mayor, recordando su vida, una vida intensa, con su nieto, Dirk Lohan, que, ojo, también es arquitecto.

Es una obra, bueno, de largo aliento.

Le llevó al autor, a Agustín Ferrer Casas, tres años.

Tres años de dedicación exclusiva.

Uf, tres años.

Eso ya dice bastante del compromiso que pide este formato, ¿no? Bueno, vamos a empezar a tirar del hilo, ¿te parece? Ferrer Casas cuenta que lo suyo con el dibujo, bueno, que viene de muy atrás, de antes de plantearse ser arquitecto.

De hecho, llega a decir que dibujar era casi lo único que sentía que sabía hacer bien.

Fíjate, esa confesión es muy reveladora, porque él eligió arquitectura y no bellas artes.

Y lo reconoce con ironía, que fue un poco por el prejuicio de la estabilidad económica.

Pero, claro, pronto se dio cuenta de una verdad fundamental de la profesión.

Sí, sí, aquí tengo la idea clave que él mismo dice.

Entendió que el saber dibujar no llevaba aparejado el saber proyectar, y viceversa.

Una distinción que parece central.

Lo es, totalmente.

Y creo que vale la pena pararse un momento aquí.

Saber dibujar es una habilidad, digamos, de representación.

Plasmar algo visualmente.

Pero proyectar, en arquitectura, es mucho más complejo.

Implica pensar en espacios, en 3D, imaginar cómo se van a vivir, cómo funciona la estructura, la luz, los recorridos.

Es casi como escribir un guión para la experiencia de la gente dentro de un edificio.

No solo la línea en el papel, ¿sabes? Es la idea, la vivencia que esa línea representa.

Entonces, ¿cómo se conecta eso con el cómic? ¿Son cosas totalmente distintas o hay puentes entre ellas? Ahí está lo interesante del asunto.

Son distintas, sí, pero no son mundos separados.

La habilidad de dibujar es la herramienta visual, vale.

Pero esa capacidad de proyectar, de pensar en el espacio y en la secuencia, cómo te mueves por un edificio, qué ves al girar una esquina...

Eso podría tener una traducción muy directa a cómo se organiza una página de cómic, ¿no? Cómo guías la mirada del lector de viñeta a viñeta, creando un ritmo, un significado en esa secuencia.

Es pensar en la narrativa visual como una experiencia espacial, pero en la página.

Y esa conexión quizá empezó a verla de forma inesperada.

Él cuenta que en la carrera hizo un trabajo sobre el cómic, el noveno arte, para la asignatura de Estética, esa que va de filosofía del arte, la belleza y tal.

Y dice que eso le despertó un repentino interés y sintió como un desafío.

Sí, y lo curioso es cómo fue ese primer desafío.

No fue lanzarse a hacer una gran obra, fue probar si era sencillo, así lo dice él, crear una historia corta, de dos páginas, nada más, como un experimento personal, vamos.

Y la sorpresa fue que con eso ganó el primer premio en un concurso local, allá por el 93.

Vaya manera de empezar.

Y bueno, no fue algo pasajero, siguió haciendo historias cortas, ganando premios, casi 20 años, ¿eh? Pero siempre como algo paralelo, como aficionado, mientras trabajaba de arquitecto.

Hasta que en 2011, bueno, en plena crisis económica, pero también, dice que personal, toma la decisión.

Un giro radical.

Sí, decide colgar los bártulos de la arquitectura, una expresión muy gráfica, la verdad.

Y el cambio es casi literal, si piensas en las herramientas que usaba.

Él comenta que en sus 13 años en un despacho de arquitectura, su día a día era digital, puro y duro.

Software CAD, ordenadores, lo típico, ¿no? Exacto.

Y al saltar al cómic, profesionalmente, su forma de trabajar da un vuelco total.

Se vuelve, como él dice, prácticamente analógico.

Habla de bocetos a lápiz, en papel, de colorear a mano con acuarelas, témperas, acrílicos.

El ordenador es...