II
Mirando los cristales empañados,
leyendo los escritos del olvido,
soy carta de mi adentro desvalido,
grabada en el vaivén de mi costado.
Te pienso y te acaricio en el cerrado
sonido de una fuga que ha crecido
tensando los adentros de mi oído.
Te siento a ti, escondida en mi cercado.
Resbala el corazón, precisamente
gotera de tu nombre. Mi locura
serpea en los andenes con la gente.
Te miro, amor. Mirarte me asegura
lo exacto de tenerte realmente,
sosegada en la mar de mi aventura.
III
Me sumo a ti, silencio misterioso.
El metro me adormila. Permanece
mi rostro en la casa que merece.
Te encuentro en el candor de mi reposo.
Me insumo en ti, silencio cuidadoso.
Me mezo en el espacio que parece
abrirse ante mi cara, y que me ofrece
silencio de un silencio generoso.
Las olas que me lanzan a lo alto,
las olas que predicen temporales
me llevan a tu amor en un asalto.
Dilemas y poemas personales
me ciñen por el talle con un salto
y llego a ti, inscrita en los cristales.
IV
Ya sé que parece que consigo
decir lo que me vive y me condena.
Pero es que ese ropaje me cercena,
me sorbe, descolgándose en mi ombligo.
No consigo decir lo que persigo
ni puedo desdecirme. Lo que frena
es saber que mi adentro vive en pena
y siento que no digo lo que digo.
Y llegan tu frescura y tu cuidado,
se cuelgan de mi cara y de mi pecho
y calman mi escozor desbaratado.
Y llegas tú, miamor, mi sal, mi techo.
Me vistes de palabras. A tu lado
me lavo de la pena que cosecho.
(Foto: Isabel Munuera)
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