
Viernes 21 de marzo – Mateo 21, 33-43. 45-46. Este es el heredero: venid, lo matamos.

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Meditación del día 21 de marzo de 2025 Palabra de Vida
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Este es el heredero. Venid, lo matamos. Hoy el Evangelio nos invita a reflexionar sobre una parábola que dijo Jesús, que la llamamos la parábola de los viñadores homicidas.
Y es que en el fondo ellos, que trabajaban en una viña que no era de su propiedad, les molesta tanto que el dueño de la viña les pida algo de su trabajo, puesto que es el propietario, que primero aniquilan o quitan de media a los enviados, pero al final, incluso al heredero de la viña, para que ya nadie les vuelva a reclamar, lo quieren matar. Y esto, de algún modo, es una analogía de lo que sucede con la humanidad.
Por todos no pensáis que todo ser humano en algún momento de su vida se ha planteado de dónde viene esta luz, de dónde viene esta tierra, de dónde viene esta belleza, de dónde vienen los frutos del campo. Todo esto nos ha sido dado. Y ese alguien que nos ha regalado tantas cosas, a lo mejor quiere tener una relación con nosotros. No porque nos vaya a exigir que... no. Simplemente una relación para que le conozcamos y nos dejemos amar por él.
Y sin embargo, Dios nos estorba. No queremos rendir cuentas a nadie. Queremos ponernos en el lugar de Dios, que esa es la gran tragedia de muchas personas que no admiten a Dios y, por tanto, el único ser superior son ellos mismos. Y por eso sí, no es que vayan a matar a Jesucristo, pero a veces cuando decimos qué mal a la gente en tiempo de Jesús, qué malos son los que decían crucifícale y crucifícale, pues bueno, ¿yo qué hubiera hecho? Porque a lo mejor, a veces, inconscientemente o tal vez conscientemente digo, uff, que Dios se quite de mi vida.
Uy, no me interesa rezar tanto. Qué pesadilla ir a unos ejercicios espirituales. Es que a veces quitamos a Dios de en medio. En ciertos ambientes, en ciertas circunstancias, para no quedar mal, para que no nos juzguen. Claro, porque no queremos, en definitiva, porque nos resulta incómodo y antipático reconocer que se lo debemos todo a él y porque hemos recibido tanto de él, lo justo es que algo le correspondamos.
Dios no necesita nada de mí. No me necesita absolutamente para nada y, sin embargo, me mendiga algo de mi amor porque redunda para mi bien. Lo dice el prefacio del cuarto de tiempo ordinario, dice, tú no necesitas nuestra alabanza ni nuestras bendiciones te enriquecen, pero tú inspiras y haces tuya nuestra acción de gracias para que nos sirva de salvación. Cuando damos gracias, cuando bendecimos, cuando somos conscientes de todo lo que hemos recibido, eso nos sirve de salvación y, por tanto, no quieras eliminar a Dios de tu vida.
No lo quites de en medio. Intenta que esté contigo en todo momento y vive en esa actitud de gracias, señor, si sé que no necesitas nada de mí y lo que me pidas es por mi bien, no por el tuyo. Y entonces, efectivamente, evitaremos ser como estos viñadores homicidas que lo que hicieron es el heredero, lo quitamos de medida, sino que tenemos que rendir cuentas nunca jamás a nadie. Ese es el grave error de tanta gente que ve a Dios como un enemigo y no como un dador de bienes.