Viernes 3 de octubre - Lucas 10, 13-16. Quien me rechaza a mí, rechaza al que me ha enviado.

¿Quién me rechaza a mí? Rechaza al que me ha enviado. Fijaos cómo lo hemos meditado muchas veces. Dios se sirve de las mediaciones y del mismo modo que se sirvió de la naturaleza humana de Jesús, de su humanidad para manifestar la divinidad, también por supuesto se sirve de los sacramentos, de la palabra que es pronunciada en la iglesia para darse a conocer y para revelarse y por eso a veces el que rechaza por ejemplo la palabra de Dios está rechazando a Dios, el que rechaza la iglesia de Dios está rechazando a Dios, el que rechaza los sacramentos de Dios está rechazando a Dios. No olvidemos que lo sagrado precisamente tiene una característica y es que en las cosas sagradas o en las situaciones sagradas tú efectivamente a través de los ojos del cuerpo puedes ver belleza, pero es que hay algo detrás de esa belleza.

Tenemos que saber cómo trascender, ir más allá de lo que es meramente visible para poder entrar en la realidad de lo invisible. Y por eso Jesús dice, bueno, es que quien me rechaza a mí rechaza a mi Padre Celestial que es el que me ha enviado. Los judíos dirían, algunos judíos, no, no, nosotros no rechazamos a Dios, te rechazamos a ti que no nos gustas, que tu modo de actuar, tu modo de ser, cómo te comportas con los pecadores o cómo te comportas en el templo o las cosas que hacen, te rechazamos a ti. No, mucho cuidado, si soy el enviado de Dios y el mensaje que yo os transmito es de Dios, aunque sea olvidaros, entre comillas, de las cosas accesorias y quedaros con el contenido.

Cuánta gente a veces pone como excusa, no, es que la iglesia es una institución antigua, no es que la iglesia, algunos de sus miembros o muchos tienen muchos pecados muy graves. Bueno, tú no te fijes en lo que es lo accidental o exterior y fíjate en el mensaje que transmite la iglesia, en la Eucaristía, el amor de Dios que se entrega con su cuerpo, con su sangre, su alma y su divinidad, en el bautismo, donde hace una alianza de amor contigo, en la unción de los enfermos, donde acompaña en tu sufrimiento, en la absolución de los pecados, en el sacramento de la penitencia.

Vamos a pedirle hoy con motivo de esta frase tan bella de Jesús, Señor, que yo no te rechace a ti al rechazar todas aquellas mediaciones que tú pones a mi disposición, que no rechace a tu iglesia, que no rechace a tus sacramentos, que no rechace tu palabra, que no rechace tantas cosas que sé que vienen de ti, porque en el Evangelio están y tú quisiste que existieras y tú amas a tu iglesia aunque esté compuesta de pecadores y aunque efectivamente en algunas cosas los miembros de la iglesia no somos para nada un punto de referencia ni ético ni nada y sin embargo hay algo mucho más grande detrás de nuestra debilidad, hay mucho más profundo, más eterno, que está revestido de belleza y a veces también, por qué no decirlo, de debilidad y por tanto, Señor, que yo no te rechace nunca a ti, aunque haya cosas que no entienda y en el mal hacer de los hombres, si tú estás detrás, que siempre te encuentre.