Vive y transmite el evangelio 23-02-2025

El Evangelio. Reflexión dominical del Padre Jesús Fernández Hernández, presidente de los misioneros y misioneras identes. Queridos hermanos y hermanas, no hay medida para el amor al que Dios nos llama. Ser amor es ser generoso, es ser agradecido, es ser servicial, es ser amables. Tratemos a los demás con ternura y delicadez.

Seamos misericordiosos con todos, con todos los que se acercan a nosotros. Seamos bondadosos con las personas. Compartamos el amor que nos ofrece ese Padre que nos ama con locura. Solo el amor, la misericordia, puede romper la cadena del mal. El odio y la venganza se combate con la generosidad. El Espíritu Santo es nuestro consuelo, mejor dicho, nuestro consolador en los momentos de dolor y de angustia y de agobio.

Cristo es nuestro camino y nuestra luz. Cristo nos da el ciento por uno, es decir, por cada cosa que aparentemente nos quita o me quita, me da cien abrazos de paz y de felicidad. Padre mío, tú eres la eterna felicidad de aquellos seres queridos que hoy ya no están con nosotros en esta tierra de lágrimas. Vivamos la vida como don, como regalo. El amor, cuando es vivido, nos pide Cristo que lo vivamos con esas palabras suyas.

Amaos los unos a los otros, como yo os he amado. Cristo no hace asesión de personas, es infinitamente generoso con todos.

Nos busca y no tiene otro interés que amar a todos y perdonar a todos. Y eso es lo que tenemos que hacer nosotros. Hoy Cristo nos llama a la paciencia, capaz de perdonar. Él no hace caer fuego sobre los que hacen mal y no permita a los cristianos rígidos y celosos de sus bienes arrancar la cizaña que crece siempre junto al trigo.

Cristo nos pide generosidad porque hay más dicha en dar que en recibir, como leemos en los hechos de los apóstoles 20-35. Pidamos al Espíritu Santo que nos ayude con su gracia a que le abramos nuestro corazón para que nos transforme, para que cambie nuestro corazón, a veces duro como una piedra a otro de sangre. Pidamos al Espíritu Santo que expulse nuestro miedo incrustado en nuestro corazón.

Pidamos, por último, a la Santísima Virgen María, ella que se dejó atravesar el corazón por la espada de nuestras miserias humanas, que nos enseñe el camino para llegar al corazón del Padre. Ella no acepta que estemos caídos y nos ayuda a levantarnos y a llevarnos en sus brazos maternales al corazón del Padre. Este es el camino de una vida que aspira a ser santo, a imagen y semejanza de nuestro Padre Celeste. El Cristo quiere que vaciemos nuestro corazón de tanta contaminación del mal y de miserias humanas, pero tan sólo para llenarlo de su amor divino.

Esto es un aporte de la Comunidad de Misioneros y Misioneras Identes y la Universidad Técnica Particular de Loja, Ecuador.