Un último encuentro en una importante ciudad atlántica –en Lotra, en la canaria isla de Lotavia, por ejemplo–, producto del acaso o del destino, pone frente a frente a dos hombres, y a ambos frente a su pasado y ante su misma naturaleza. En la conversación que mantienen en una cafetería cuya penumbra parece tener el don de suspender el tiempo, se inquieren entre sí y a sí mismos sobre la juventud dichosa y dramática que compartieron, cumpliendo con el aforismo de William Faulkner: “Lo que debe hacerse con las penas y las preocupaciones es considerarlas hasta la saciedad, atravesarlas de parte a parte, hasta llegar al otro lado de ellas y perderlas de vista”.
Con esta conversación como excusa, la novela indaga, por un lado, en el irracionalismo de los actos humanos y, por el otro, en el arte de narrar ese irracionalismo, que tal vez solo pueda abordarse a través de la ficción, esto es, a través de los modos de la arquitectura, la pintura y, por supuesto, la literatura. O quizá las personas son razonables y simples, y es la literatura lo que las transforma en personajes complejos e irracionales, tan solo para engañar al tiempo que nunca se detiene.
Damián H. Estévez nació en Los Realejos, en el norte de Tenerife. Estudió el bachillerato en el instituto de dicha localidad, como un alumno de ciencias, pero cursó la carrera de Filología Hispánica en la Universidad de La Laguna. Ha trabajado como profesor de secundaria de Lengua y Literatura en institutos públicos de El Hierro, Gran Canaria y Tenerife. Actualmente lo hace en el Instituto de Tegueste.
Obtuvo el premio Félix Francisco Casanova del diario El Día en el año 1977, y publicó algunos textos en ese periódico y en La Tarde. Con Editorial Idea ha publicado el libro de relatos Lo que queda en el aire (2010). Con Aguere-Idea, ha publicado …En el aire queda, (2013) colección de relatos cuyas tramas, al igual que los anteriores, transcurren en la isla canaria de Lotavia.
Esta isla, la octava del archipiélago canario, fue conquistada por el conde de Arcipes, natural de Sevilla, don Cristóbal Montés de Tería. Algunos investigadores han defendido que lo fue por dos militares diferentes, el uno de noble abolengo y el otro un arribista, que además de disputarse las glorias de la invasión, se repartieron la toponimia. Lo aceptado en la actualidad se sostiene en la acreditación como auténticas de las crónicas manuscritas de Fray Antón de Alacena, halladas por el historiador tinerfeño Rodrigo Trujillo a principios del pasado siglo XX, crónicas ya citadas por Viera y Clavijo, –ilustre hijo del mismo pueblo del autor de esta novela que reseñamos–, en su Noticias de la Historia General de las Islas Canarias: un solo conquistador que decidió fragmentar su apellido haciendo honor a las dos semi-islas que componen la isla de Lotavia. Su capital, San José, es a su vez capital de la tercera provincia de las Islas Canarias. De sus habitantes y sus historias las narraciones de Damián H. Estévez son fiel crónica.
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