No comprendo la mentira, no entiendo la hipocresía, no convivo con la codicia, ni tengo de hermana a la osadía; me hierve la sangre ante los muros que no hemos sabido quebrar y a veces grito, y grito, pero no se escucha la voz de la verdad entre tanto ruido.
Es fácil ahogarse en este mar agitado sobre el que lanzamos botellas con mensajes durante tanto tiempo. Por este motivo, en ocasiones me veo obligado a abrir ventanas a nuevas ideas y clausuro dudas que, una y otra vez, no dejan que avancemos hacia el progreso, pero me termino preguntando cómo encontrar luz en mitad del abismo. ¿Cuál es la solución ante este hastío que se repite diariamente ante los ojos? ¿Quién no siente a veces que la corriente le lleva hacia el punto que no deseaba?
En medio de tanto absurdo, cuando todo parece perdido, en el horizonte se divisa una llama, una esperanza, la que tanto anhelaba, y se llama ilusión. La perdí una vez, pero, de tanto en tanto, se deja caer sobre nuestros brazos, ya sabes, para alimentar deseos, y se clava en el alma como si nos hubiesen inyectado adrenalina, ¿verdad?
¡Ay, qué fácil es caer! ¡Qué sencillo es dibujar mentiras en la piel de la existencia! Tantas veces nos ha matado el amor, que no nos ha quedado más remedio que resucitar. ¿Cuántas veces no vimos la salida por cualquier otro motivo? ¿En qué momento elegimos que el dolor fuese quien decidiese por nosotros, y por qué? Llámame idealista, pero sólo la esperanza puede salvarnos. Nada más que hace falta creer, no mirar al pasado y levantarse cada vez que la vida nos dé un terrible golpe. ¿Fácil? No, pero no hay otro camino. Yo hoy enciendo una vela, avísame si tú también lo haces.
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